justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
75<br />
Con la ayuda de Juan, Pacomio construyó un muro amplio, dejando lugar dentro para un buen número de personas,<br />
y después reunió a un grupo de hombres que querían participar de la vida monástica. De ellos Pacomio no pidió más que<br />
el deseo de ser monjes, y se dedicó a enseñarles mediante el ejemplo lo que esto significaba. Pero sus supuestos discípulos<br />
se burlaban de él y de su humildad, y a la postre Pacomio los echó a todos.<br />
Comenzó entonces un segundo intento de vida monástica en comunidad. Contrariamente a lo que podría esperarse,<br />
Pacomio, en lugar de ser menos exigente, lo fue más. Desde un principio, quien quisiera unirse a su comunidad debería<br />
renunciar a todos sus bienes, y prometer obediencia absoluta a sus superiores.<br />
Además, todos participarían <strong>del</strong> trabajo manual, y nadie se consideraría a sí mismo por encima de labor alguna. La<br />
norma fundamental fue entonces el servicio mutuo, de tal modo que aun los superiores, a pesar de la obediencia absoluta<br />
que debían recibir, estaban obligados a servir a los demás.<br />
El monasterio que fundó sobre estas bases creció rápidamente, y en vida de Pacomio llegó a haber nueve monasterios,<br />
cada uno con centenares de monjes. Además, la hermana de Pacomio, María, fundó varias comunidades de monjas.<br />
Cada uno de estos monasterios estaba rodeado por muros con una sola entrada. Dentro de este recinto había varios<br />
edificios. Algunos de ellos, tales como la iglesia, el almacén, el comedor y la sala de reuniones, eran de uso común para<br />
todo el monasterio. Los demás eran casas en las que los monjes vivían agrupados según sus responsabilidades. Así, por<br />
ejemplo, había una casa de los porteros, cuyas responsabilidades consistían en ocuparse <strong>del</strong> alojamiento de quienes<br />
pidieran hospitalidad, y en recibir a los nuevos candidatos que solicitaran ser admitidos a la comunidad. Otras casas<br />
alojaban a los tejedores, los panaderos, los costureros, los zapateros, etc. En cada una de ellas había una sala común y<br />
varias celdas, en las que vivían los monjes de dos en dos.<br />
La vida de cada monje pacomiano se dedicaba por igual al trabajo y la devoción, y hasta el propio Pacomio daba<br />
ejemplo ocupándose de las labores más humildes. En cuanto a la devoción, el ideal era que todos siguieran el consejo<br />
paulino: “Orad sin cesar”. Por esta razón, mientras los panaderos horneaban, o mientras los zapateros preparaban el<br />
calzado, todos se dedicaban a cantar salmos, a recitar de memoria las Escrituras, a orar en voz alta o en silencio, o a<br />
meditar sobre algún pasaje bíblico. Además, dos veces al día se celebraban oraciones en común. Por la mañana todos<br />
los monjes <strong>del</strong> monasterio se reunían para orar, cantar salmos y escuchar la lectura de las Escrituras. Y por la noche<br />
hacían lo mismo, aunque reunidos en grupos más pequeños, en las salas de las diversas casas.<br />
La vida económica de las comunidades pacomianas era variada. Aunque todos vivían en pobreza, Pacomio no insistía<br />
en la austeridad exagerada de algunos anacoretas. En sus mesas se servía pan, fruta, pescado y verduras —pero<br />
nunca carne—. Y el producto de las labores de los monjes se vendía en los mercados cercanos, no sólo para comprar<br />
comida y algunos artículos necesarios, sino también [Vol. 1, Page 159] y sobre todo para tener qué darles a los pobres y<br />
a los transeúntes. En cada monasterio todo esto estaba al cuidado de un ecónomo y de su ayudante, quienes periódicamente<br />
tenían que rendir cuentas al ecónomo <strong>del</strong> monasterio principal, donde Pacomio residía.<br />
Puesto que todo monje tenía que obedecer a sus superiores, el orden de la jerarquía estaba claramente definido. Por<br />
encima de cada casa había un superior, que a su vez debía obedecer al superior <strong>del</strong> monasterio y a su “segundo”. Y por<br />
encima de todos los superiores estaban Pacomio y sus sucesores, a quienes se daba el título de “abad” o “archimandrita”.<br />
Cuando Pacomio estaba próximo a morir, sus monjes le aseguraron que obedecerían a quien él nombrara como su<br />
sucesor, y así se estableció la costumbre de que cada abad nombrara a quien habría de sucederle en el mando supremo.<br />
Pero en todo caso la autoridad <strong>del</strong> abad era total, pues podía nombrar, transferir o deponer a los superiores de todos<br />
los otros monasterios.<br />
Dos veces al año todos los monjes pacomianos se reunían para orar y adorar juntos, y para atender a las cuestiones<br />
prácticas <strong>del</strong> buen gobierno de sus monasterios. Además, el abad —o alguien enviado por él— visitaba cada comunidad<br />
frecuentemente.<br />
Pacomio y sus compañeros nunca aceptaron cargos eclesiásticos, y por tanto no había entre ellos sacerdotes ordenados.<br />
A fin de participar de la comunión, los monjes asistían los sábados a las iglesias que había en las aldeas cercanas,<br />
y los domingos algún sacerdote visitaba cada monasterio y ofrecía la comunión en él.<br />
En las comunidades femeninas se seguía una disciplina semejante a la de los varones. Y el abad —Pacomio o su<br />
sucesor— gobernaba tanto sobre las mujeres como sobre los hombres.<br />
Cuando alguna persona deseaba unirse a una de las comunidades pacomianas, todo lo que tenía que hacer era<br />
presentarse a la puerta. Pero ésta no le era abierta con facilidad, pues primero el candidato tenía que mostrar la constancia<br />
de su propósito permaneciendo varios días a la intemperie rogando que se le abriera. Cuando por fin le dejaban<br />
entrar, los porteros se hacían cargo de él. Por un tiempo vivía con ellos, hasta que se le consideraba listo para unirse a<br />
los demás monjes en la oración. entonces le llevaban a la asamblea <strong>del</strong> monasterio, donde los nuevos monjes tenían un<br />
lugar especial hasta tanto se les incorporara a una de las casas y se les asignara un lugar en la vida común.