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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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121<br />

[...] recibió una repentina iluminación de lo alto, y recobró el sentido, y al ver una maleza de zarzas y ortigas se desnudó<br />

y se lanzó desnudo entre las espinas de las zarzas y el fuego de las ortigas. Después de estar allí dando vueltas mucho<br />

tiempo, salió todo llagado. [...] A partir de entonces [...] nunca volvió a ser tentado de igual modo.[Vol. 1, Page 265]<br />

Empero tales excesos no eran característicos <strong>del</strong> joven monje, para quien la vida monástica no consistía en destruir<br />

el cuerpo, sino en hacerlo apto instrumento para el servicio de Dios.[Vol. 1, Page 266]<br />

Pronto la fama de Benito fue tal que un grupo numeroso de monjes se reunió alrededor suyo. Benito los organizó en<br />

grupos de doce monjes cada uno. Este fue su primer intento de organizar la vida monástica, aunque tuvo que ser interrumpido<br />

cuando algunas mujeres disolutas invadieron la región. Benito se retiró entonces con sus monjes a Montecasino,<br />

un lugar tan apartado que todavía quedaba allí un bosque sagrado, y los habitantes <strong>del</strong> lugar seguían ofreciendo<br />

sacrificios en un antiguo templo pagano. Lo primero que Benito hizo fue poner fin a todo esto talando el bosque y derribando<br />

el altar y el ídolo <strong>del</strong> templo.<br />

Entonces organizó allí una comunidad monástica para varones, cerca de otra que fundó para mujeres su hermana<br />

gemela Escolástica. Allí su fama fue tal que venían a visitarlo gentes de todas partes <strong>del</strong> país. Entre estos visitantes se<br />

encontraba el rey ostrogodo Totila, a quien Benito reprendió diciéndole: “Haces mucho daño, y más has hecho. Ha llegado<br />

el momento de detener tu iniquidad. [...] Reinarás por nueve años, y al décimo morirás”. Y, según señala el biógrafo<br />

de Benito, Gregorio el Grande, Totila murió, como lo había predicho el monje, durante el décimo año de su reinado.<br />

Pero la fama de San Benito no se debe a sus profecías, ni a su práctica ascética, sino a la Regla que en el año 529<br />

le dio a la comunidad de Montecasino, y que pronto se volvió la base de todo el monaquismo occidental.<br />

La Regla de San Benito<br />

El enorme impacto de esta Regla no se debió a su extensión, pues cuenta sólo con setenta y tres breves capítulos,<br />

que pueden leerse fácilmente en una o dos horas. Ese impacto se debió más bien a que, de forma concisa y clara, la<br />

Regla ordena la vida monástica de acuerdo al temperamento y las necesidades de la iglesia occidental.<br />

Comparada con los excesos de algunos monjes <strong>del</strong> Egipto, la Regla es un mo<strong>del</strong>o de moderación en todo lo que se<br />

refiere a la práctica ascética. En el prologo, Benito les dice a sus lectores que “se trata de constituir una escuela para el<br />

servicio <strong>del</strong> Señor. En ella no esperamos instituir nada grave ni áspero”. En consecuencia, a través de toda la Regla rige<br />

un espíritu práctico y a veces hasta transigente. Así, por ejemplo, mientras muchos de los monjes <strong>del</strong> desierto se alimentaban<br />

sólo de agua, pan y sal, Benito establece que sus monjes han de comer dos veces al día, y que en cada comida<br />

habrá dos platos cocidos y a veces otro de legumbres o frutas frescas. Además, cada monje recibirá un cuarto de litro de<br />

vino al día. Todo esto, naturalmente, se hará sólo cuando no haya escasez, pues de haberla los monjes deberán contentarse<br />

con lo que haya, sin quejas ni murmuraciones. De igual modo, mientras los monjes <strong>del</strong> desierto trataban de dormir<br />

lo menos posible, y de que su sueño fuese incómodo, Benito prescribe que cada monje tendrá, además de su lecho, una<br />

manta y una almohada. Al distribuir las horas <strong>del</strong> día separa entre seis y ocho para el sueño.<br />

Aun en medio de su moderación, hay dos elementos en los cuales Benito se muestra firme. Estos son la permanencia<br />

y la obediencia. La permanencia quiere decir que los monjes no deben andar vagando de un monasterio a otro. Al<br />

contrario, según la Regla cada monje ha de permanecer el resto de su vida en el mismo monasterio en que ha hecho su<br />

profesión, a menos que por alguna razón el abad lo envíe a otro lugar. Esto, que puede parecer una tiranía, lo ordenó<br />

Benito para poner [Vol. 1, Page 267] remedio a una situación en la que había quienes se dedicaban a ir de monasterio<br />

en monasterio, disfrutando de su hospitalidad por algún tiempo hasta que comenzaba a exigírseles que llevasen junto a<br />

los demás monjes las cargas <strong>del</strong> lugar, o hasta que empezaban a tener conflictos con el abad o con otros monjes.<br />

Entonces, en lugar de aceptar su responsabilidad, o de resolver esos conflictos, se iban a otro monasterio, donde<br />

pronto surgían los mismos problemas. La permanencia fue una de las características de la Regla que más hicieron sentir<br />

su impacto, pues le dio estabilidad a la vida monástica.<br />

La obediencia es otro de los pilares de la Regla de San Benito. Al abad todos le deben obediencia “sin demora”. Esto<br />

quiere decir, no sólo que se le ha de obedecer, sino también que se ha de hacer todo lo posible por que esa obediencia<br />

sea de buen grado. Las quejas y murmuraciones están absolutamente prohibidas. Si en algún caso el abad u otro superior<br />

le ordena a un monje algo al parecer imposible, éste le expondrá con todo respeto las razones por las que no puede<br />

cumplir con lo ordenado. Pero si aún después de tal explicación el abad insiste, el monje tratará de hacer de buena gana<br />

lo que se le manda.<br />

El abad, empero, no ha de ser un tirano, pues el mismo título de “abad” quiere decir “padre”. Como padre o pastor de<br />

las almas que se le han encomendado, el abad tendrá que rendir cuentas de ellas en el juicio final. Por ello su disciplina<br />

no ha de ser excesivamente severa, pues su propósito no es mostrar su poder, sino traer a los pecadores de nuevo al<br />

camino recto. Para gobernar el monasterio, el abad contará con “decanos”, y éstos serán los primeros en amonestar<br />

secretamente a los monjes que de algún modo incurran en falta. Si tras dos amonestaciones no se enmiendan, se les<br />

reprenderá <strong>del</strong>ante de todos. Los que aún después de tales amonestaciones perseveren en sus faltas, serán excomul-

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