justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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losa, quien ordenó que las cabezas de los enemigos muertos fuesen lanzadas por encima de las murallas de Nicea, para<br />
sembrar el pánico entre los defensores.<br />
Pero Nicea estaba junto a un gran lago, y los cruzados, carentes de fuerzas navales, no podían evitar que los sitiados<br />
recibieran recursos por esa vía. A petición de los cruzados, el Emperador utilizó una flotilla para cerrar el cerco. La<br />
caída de Nicea, la ciudad que había sido sede <strong>del</strong> Primer Concilio Ecuménico, era inevitable.<br />
Pero Alejo temía la codicia de los cruzados. La mayor parte de la población de Nicea era cristiana, y si la ciudad era<br />
tomada sin mayor daño podría ser incorporada fácilmente al Imperio Bizantino. Por tanto, el Emperador abrió negociaciones<br />
secretas con los sitiados, quienes le abrieron las puertas que daban al lago, mientras los cruzados atacaban las<br />
murallas por tierra. Antes que las murallas cedieran, los atacantes vieron ondear dentro de la ciudad el pendón imperial.<br />
Alejo tomó posesión de la ciudad, y no les permitió a los cruzados tomar botín alguno, aunque sí repartió entre ellos comida<br />
abundante, además de oro y piedras preciosas tomados <strong>del</strong> tesoro <strong>del</strong> Sultán.<br />
De Nicea, los cruzados partieron rumbo a Antioquía. Para la marcha, se dividieron en dos columnas, que marchaban<br />
a una jornada de distancia entre sí. Aquella división resultó ser la salvación <strong>del</strong> ejército, pues el sultán Kirlik había logrado<br />
reunir todas sus tropas y preparar una celada en la llanura de Dorilea. Allí el primer ejército fue sorprendido y rodeado.<br />
No había modo alguno de escapar de la matanza, y lo único que sostuvo a los cristianos en el combate fue la certeza<br />
de que si se rendían les esperaba una suerte peor que la muerte. Desde la madrugada hasta el mediodía se defendieron<br />
bajo una lluvia constante de flechas, sin esperanza de victoria. Pero entonces llegó Raimundo de Tolosa al frente <strong>del</strong><br />
segundo ejército. Antes de atacar, esta otra fuerza se dividió. Mientras Raimundo se lanzó al combate, otro contingente,<br />
al mando <strong>del</strong> obispo Ademar, rodeó el campo a escondidas, tras una elevación <strong>del</strong> terreno. La carga de Raimundo sorprendió<br />
a los turcos, quienes rompieron el cerco alrededor <strong>del</strong> primer ejército. Este último cobró nuevos bríos, de tal modo<br />
que las tropas cristianas se unieron para presentarle un frente común al enemigo. Este comenzaba a reorganizarse<br />
cuando de pronto Ademar y los suyos atacaron su retaguardia. La resistencia de los turcos se quebró ante tantas sorpresas,<br />
y huyeron despavoridos. La matanza fue enorme, y los cruzados quedaron en posesión <strong>del</strong> campo de batalla y <strong>del</strong><br />
campamento <strong>del</strong> Sultán, con todas sus tiendas y tesoros. El camino hacia Tierra Santa quedaba abierto.<br />
Pero los soldados europeos no contaban con las dificultades <strong>del</strong> terreno en Anatolia. Durante seis semanas, hasta<br />
que llegaron a Iconio, sufrieron sed y toda clase de privaciones. Muchas de las bestias de carga murieron, y el glorioso<br />
ejército de la cruz se vio obligado a colocar sus fardos sobre cabras y cerdos. Pero aquella experiencia consolidó la unidad<br />
entre tropas procedentes de diversas regiones, que apenas lograban comprenderse entre sí.<br />
Tras dos días de descanso en Iconio, el ejército marchó hasta Heraclea, donde derrotó de nuevo a los turcos. Después<br />
se dividió de nuevo, pues unos decidieron [Vol. 1, Page 384] tomar hacia Antioquía el camino más corto y peligroso,<br />
mientras otros prefirieron hacer un largo rodeo a través de la región de Armenia, donde esperaban recibir apoyo y<br />
provisiones de la población cristiana. Cuando por fin los dos cuerpos se reunieron cerca de Antioquía, ambos tenían<br />
malas noticias que compartir. Los que habían tomado la ruta de Armenia habían sido bien recibidos por los habitantes<br />
<strong>del</strong> lugar. Pero en los pasos de las montañas habían perdido gran cantidad de vidas, y de animales, armas y provisiones.<br />
Los que habían seguido el otro camino tuvieron mejor suerte, pero las desavenencias entre ellos se hicieron insoportables.<br />
Frente a los muros de Tarso, Tancredo y Balduino, el hermano de Godofredo de Bouillon, combatieron entre sí. Por<br />
fin Balduino decidió abandonar la empresa común y aceptar la oportunidad que le ofrecían los armenios de establecer un<br />
condado independiente en Edesa.[Vol. 1, Page 385]<br />
El jefe turco de Antioquía se había preparado para el ataque de los cruzados haciendo venir provisiones de toda la<br />
región, y pidiendo refuerzos de otros jefes turcos. Los atacantes tuvieron la fortuna de capturar un gran envío de provisiones<br />
destinadas a Antioquía, y con ellas restaurar sus fuerzas y su moral. El cerco prometía ser largo, pues Antioquía<br />
era todavía una gran ciudad, protegida por una muralla con cuatrocientos torreones. Pero los cruzados tenían víveres, y<br />
estaban dispuestos a esperar la rendición de la ciudad. Poco después llegaron varios navíos genoveses, cargados de<br />
refuerzos y de vituallas. Desde Chipre, el patriarca exiliado de Jerusalén, Simeón, les enviaba cuanto podía. Mas todo<br />
esto no bastaba. A fines <strong>del</strong> año 1097 no había qué comer en el campamento de los cristianos, mientras los sitiados<br />
permanecían firmes y sus provisiones no se agotaban. El ejército cristiano corría peligro de deshacerse. Las deserciones<br />
eran cada vez más numerosas. Una noche Pedro el Ermitaño, fogoso y mudable como el apóstol <strong>del</strong> mismo nombre,<br />
abandonó el campamento. Afortunadamente, Tancredo logró capturarlo antes de que los demás siguieran su ejemplo, y<br />
lo trajo de regreso al ejército. Otro desertor se topó con Alejo Comneno, quien venía con refuerzos, y lo convenció de<br />
que la empresa había fracasado, y las tropas bizantinas se perderían sin remedio.<br />
Cuando Alejo siguió los consejos de los desertores y marchaba de regreso a Constantinopla, la situación en Antioquía<br />
había cambiado radicalmente. Un armenio que residía en la ciudad les abrió el paso a los francos, quienes entraron<br />
en Antioquía al grito de “ ¡Dios lo quiere! ” Los turcos, tomados por sorpresa, se refugiaron en la ciuda<strong>del</strong>a fortificada que