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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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gados. Esto quiere decir, no sólo que se les excluirá de la comunión, sino también que serán expulsados de la mesa<br />

común y de todo contacto con los hermanos. Si aún después de esto alguien persiste en sus faltas, ha de ser azotado. El<br />

próximo paso ha de ser dado con gran dolor, como el cirujano que amputa un órgano, pues consiste en la expulsión <strong>del</strong><br />

monasterio. Pero aun esa expulsión no le cierra todas las puertas al monje recalcitrante, pues todavía, si se arrepiente,<br />

puede ser recibido de nuevo en el monasterio. Y si vuelve a caer y hay que expulsarlo de nuevo, y se arrepiente, se le<br />

recibirá otra vez, hasta tres veces. Después de esto, ya no tendrá más oportunidad, y el monasterio le será vedado.<br />

Como vemos, la Regla de San Benito no fue escrita para santos venerables como los héroes <strong>del</strong> desierto, sino para<br />

seres humanos y falibles. Quizá en esto esté el secreto de su éxito.<br />

Otra característica de la Regla es su insistencia en el trabajo físico, que ha de ser compartido por todos. Salvo en<br />

casos muy especiales de dotes excepcionales para una clase de trabajo, o de enfermedad, todos han de turnarse en las<br />

distintas ocupaciones. Así, por ejemplo, habrá cocineros semaneros, quienes prepararán los alimentos durante una semana.<br />

Tal ocupación no ha de ser vista con desprecio o desagrado, sino todo lo contrario, y por ello Benito prescribe que<br />

cada semana el cambio <strong>del</strong> grupo de cocineros se haga en el oratorio, y hasta establece un breve rito para ello. Además,<br />

todos se turnarán en trabajar en los campos y en todas las demás tareas necesarias para el sostenimiento <strong>del</strong> monasterio.<br />

La distribución de las tareas, sin embargo, ha de tomar en cuenta la condición de los enfermos, los ancianos y los<br />

niños. Para los tales el rigor de la Regla ha de [Vol. 1, Page 268] mitigarse. Su trabajo no ha de ser pesado. Y los más<br />

débiles recibirán carne, de la cual todo el resto de la comunidad ha de abstenerse.<br />

En el monasterio no se les dará preferencia alguna a los monjes que procedan de familias ricas o poderosas. Aún<br />

más, si tales familias le envían algo a su pariente, lo que haya sido enviado no le será dado al monje, sino al abad, para<br />

que disponga de ello según le parezca mejor.<br />

En los casos en que sea necesario establecer un orden de autoridad o de respeto, esto no se hará de acuerdo al orden<br />

<strong>del</strong> mundo exterior, sino según el nuevo orden <strong>del</strong> monasterio. El rico no tendrá más autoridad que el pobre, pues en<br />

el monasterio todos son pobres. Ni tampoco tendrá autoridad el anciano sobre el joven, pues en el monasterio la edad se<br />

contará, no a partir <strong>del</strong> nacimiento carnal, sino a partir <strong>del</strong> momento en que se entró a la vida monástica.<br />

El voto de pobreza <strong>del</strong> monje benedictino tenía entonces un propósito distinto <strong>del</strong> que hacían los monjes <strong>del</strong> desierto.<br />

En el Egipto, muchos abrazaban la pobreza como un modo de renunciación individual. Para San Benito, la pobreza individual<br />

es un modo de establecer un nuevo orden colectivo. Mientras el monje ha de ser absolutamente pobre, sin poseer<br />

cosa alguna, el monasterio sí ha de tener todo lo necesario para la vida de la comunidad: vestidos, provisiones, instrumentos<br />

de labranza, tierras, habitaciones, etc. Luego, la pobreza <strong>del</strong> monje individual es un modo de unirlo aún más a la<br />

comunidad, al evitar que tenga de qué gloriarse frente a ella. Si el monasterio carece de algo, el monje ha de aceptar esa<br />

carestía. Pero lo ideal no es que el monasterio carezca, sino que haya todo lo necesario para un régimen de vida razonable.<br />

Por tanto el monje benedictino, en contraste con su congénere <strong>del</strong> desierto, sufrirá necesidad sólo en casos extremos.<br />

Por otra parte, esto no quiere decir que San Benito proponga una vida muelle. Al contrario, cada monje se esforzará<br />

por necesitar lo menos posible. Cada monje ha de aportar a la vida comunitaria todo lo que le sea posible, según los<br />

límites de la fuerza y la salud de cada uno. Pero la repartición no se hará sobre la base de lo que cada uno aportó, sino<br />

según lo que cada uno necesite. Unos recibirán más que otros. Por ejemplo, los enfermos recibirán carne. Pero esto no<br />

quiere decir que se prefiera a unos sobre otros, sino que se han de tomar en cuenta las flaquezas de cada cual. “El que<br />

necesita menos, esté agradecido y no se lamente; y el que necesita más, humíllese por su debilidad, y no se gloríe en lo<br />

que ha recibido por misericordia.” Aunque nos hemos detenido a considerar el régimen administrativo <strong>del</strong> monasterio,<br />

para San Benito la principal ocupación de los monjes debía ser la oración. Cada día había horas dedicadas a la oración<br />

privada, pero la mayor parte de las devociones tenía lugar en el culto común en la capilla u oratorio. Este culto se celebraba<br />

diariamente ocho veces, siete de ellas durante el día y una en medio de la noche, siguiendo las palabras <strong>del</strong> salmista:<br />

“Siete veces al día te alabo” (Salmo 119:164) y “a medianoche me levanto para alabarte” (Salmo 119:62).<br />

El día se empezaba a contar con la oración de medianoche, que en realidad tenía lugar de madrugada, antes de rayar<br />

el día, y se llamaba “Vigilias” (después recibió el nombre de Maitines). Durante el día se oraba en las horas llamadas<br />

Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. Los orígenes de estas horas de oración son diversos. Algunas<br />

de ellas se remontan a las costumbres de los judíos en la sinagoga, y hay indicios de que los primeros cristianos<br />

continuaron observándolas (por ejemplo, en Hechos 3:1 y 10:9). Otras son de origen monástico. En todo [Vol. 1, Page<br />

269] caso, la forma que San Benito les dio continuó usándose a través de toda la Edad Media y, con ciertas modificaciones,<br />

hasta nuestros días.

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