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indignidades, estaba dispuesto a hacer lo que no haría por salvar su propia vida. Enrique entonces llevó al Papa de regreso<br />

a Roma, y fue coronado en la iglesia de San Pedro, a puertas cerradas por temor al pueblo romano.<br />

Pero tan pronto como Enrique regresó a Alemania, comenzó a tener nuevas dificultades. Muchos de los nobles y <strong>del</strong><br />

alto clero, desprovistos de otra alternativa, se rebelaron. Mientras el Papa permanecía mudo, fueron muchos los prelados<br />

que excomulgaron al Emperador. A ellos se sumaron después algunos sínodos regionales. Con cierta vacilación, Pascual<br />

parecía apoyar la excomunión de Enrique. Cuando este último protestó que el acuerdo hecho estaba siendo violado,<br />

el primero le contestó sugiriendo que se convocara un concilio universal para dirimir la cuestión. Esto era algo que el<br />

Emperador no podía permitir, pues sabía que casi todos los obispos estaban en contra suya.<br />

Entonces Enrique apeló de nuevo a la fuerza. Tan pronto como la situación de Alemania se lo permitió, marchó contra<br />

Roma, y Pascual se vio obligado a abandonar la ciudad y a refugiarse en el castillo de San Angel, donde murió.<br />

El Concordato de Worms<br />

Tan pronto como murió Pascual, los cardenales se dieron prisa en elegir su sucesor, a fin de evitar la intervención<br />

<strong>del</strong> Emperador. El nuevo papa, Gelasio II, tuvo un pontificado breve y accidentado. Un magnate romano, perteneciente al<br />

partido imperial, lo hizo prisionero y lo torturó. El pueblo se rebeló y le devolvió la libertad. Poco después el Emperador<br />

volvió a Roma, y Gelasio tuvo que huir a Gaeta, en medio de vicisitudes novelescas. A su regreso, el mismo magnate<br />

trató de posesionarse de nuevo de su persona, y el Papa tuvo que huir de la iglesia y esconderse en un campo, donde<br />

fue encontrado, medio desnudo y casi exánime, por un grupo de mujeres. Decidió entonces refugiarse en Francia, donde<br />

murió poco después en la abadía de Cluny.<br />

La decisión de Gelasio de refugiarse en Francia era señal de una nueva política hacia la que el papado se veía impelido.<br />

Puesto que el Imperio parecía ser su enemigo mortal, y puesto que la alianza con los normandos no había dado los<br />

[Vol. 1, Page 376] resultados apetecidos, los papas comenzarían a ver en Francia el aliado capaz de sostener su posición<br />

frente a las pretensiones de los emperadores alemanes.<br />

El próximo papa, Calixto II, era de origen francés, descendiente de los antiguos reyes de Borgoña, y pariente <strong>del</strong><br />

Emperador. Este último estaba cansado por la contienda interminable, sobre todo por cuanto aun el apoyo de sus nobles<br />

le resultaba dudoso. Cuando varios de sus más importantes prelados se declararon a favor de Calixto, y contra el antipapa<br />

Gregorio VIII, a quien Enrique había hecho nombrar, el soberano decidió que había llegado la hora de hacer las paces<br />

definitivas con el papado reformador.<br />

Las negociaciones fueron largas, y no faltaron nuevas campañas militares, recelos y amenazas. Pero a la postre<br />

ambas partes llegaron al Concordato de Worms. En él se determinaba que los prelados serían nombrados mediante una<br />

elección libre, según la antigua usanza, aunque en presencia <strong>del</strong> Emperador o de sus representantes. La investidura<br />

mediante la entrega <strong>del</strong> anillo y <strong>del</strong> báculo pastoral quedaría en manos de las autoridades eclesiásticas, pero sería el<br />

poder civil el que les concedería a los obispos y abades, mediante el cetro, todos sus derechos, privilegios y posesiones<br />

feudales. El Emperador se comprometía además a devolverle a la iglesia todas las propiedades eclesiásticas que estaban<br />

en sus manos, y a hacer todo lo posible por que los diversos señores feudales hicieran lo propio.<br />

Así terminaba aquel largo período de luchas entre el Pontificado y el Imperio. En varias ocasiones posteriores, y por<br />

diversas razones, el poder civil volvería a chocar con el eclesiástico. Pero en el caso de que ahora nos ocupamos lo que<br />

tuvo lugar fue un conflicto entre el papado reformador y un poder civil que se había acostumbrado a tratar con una iglesia<br />

anterior a la reforma.<br />

A la postre, la reforma que aquellos papas impulsaron llegó a imponerse. La ley (y muchas veces la práctica) <strong>del</strong> celibato<br />

eclesiástico se hizo universal en toda la iglesia occidental.<br />

Por algún tiempo, la simonía fue casi completamente erradicada. El poder <strong>del</strong> papado se acrecentó cada vez más,<br />

hasta llegar a su cumbre en el siglo XIII.<br />

Sin embargo, la querella de las investiduras muestra que aquellos papas reformadores, al mismo tiempo que tomaban<br />

tan en serio el ideal monástico <strong>del</strong> celibato, y hacían todo lo posible por hacerlo regla universal para el clero, no<br />

hacían lo mismo con el otro ideal monástico, la pobreza. La cuestión de las investiduras cobraba importancia para el<br />

poder civil porque la iglesia se había hecho extremadamente rica y poderosa, y ese poder no podía permitir que tales<br />

recursos estuvieran en manos de personas que no le fuesen adictas. Enrique V puso el dedo sobre la llaga al sugerir que<br />

la investidura quedase en manos eclesiásticas, siempre y cuando los prelados así investidos carecieran de los poderes y<br />

privilegios de los grandes señores feudales. Para los papas reformadores, las posesiones de la iglesia pertenecían a<br />

Cristo y a los pobres, y por tanto entregárselas al poder civil era casi una apostasía. Pero el hecho es que esas posesiones<br />

se utilizaban para fines de lucro personal, y para promover la ambición de los prelados que en teoría no eran sino<br />

sus custodios. La iglesia, al tiempo que insistía sobre su independencia en los asuntos espirituales, no estaba dispuesta<br />

a renunciar a toda ingerencia en los temporales. Y esa ingerencia tenía lugar, no ya favor de los pobres y oprimidos,<br />

como en tiempos anteriores, sino por motivos de ambiciones personales y de dinastía.

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