justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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jos. Poco después de su elección, las vicisitudes políticas fueron tales que quedó como dueño de Roma, de donde el<br />
antipapa fue expulsado. A Urbano se le conoce sobre todo porque fue él quien impulsó la primera cruzada (véase el<br />
capítulo IV). Pero además continuó la política reformadora de Hildebrando, y su lucha contra el Emperador. En sus intentos<br />
de reforma, rompió con el rey Felipe I de Francia, a quien excomulgó por haber abandonado a su esposa y tomado<br />
otra. En Inglaterra, gracias a la intervención de Anselmo de Canterbury (de quien trataremos más a<strong>del</strong>ante), logró que el<br />
rey se declarase a su favor, y contra el papa <strong>del</strong> Emperador. En España apoyó la reconquista, que se encontraba en uno<br />
de sus momentos más gloriosos.<br />
Pero el acontecimiento más notable <strong>del</strong> pontificado de Urbano en lo que se refiere a las relaciones con el Emperador,<br />
fue la rebelión de Conrado, el hijo de Enrique IV, quien se declaró rey de Italia, y fue proclamado como tal por el<br />
partido papal, a cambio de que renunciara a todo derecho de investidura eclesiástica. Poco después, en un concilio reunido<br />
en Piacenza, la emperatriz A<strong>del</strong>aida, esposa <strong>del</strong> Emperador, lo acusó de graves crímenes contra su persona. Una<br />
vez más, Enrique fue excomulgado, aunque la previa sentencia de excomunión no había sido abrogada.<br />
[Vol. 1, Page 374] Pascual II y los dos Enriques<br />
Cuando murió Urbano II, Enrique IV había comenzado a reponerse <strong>del</strong> golpe de la traición de Conrado. Al principio,<br />
se había dejado abatir por la terrible noticia de que su hijo predilecto se había rebelado contra él. Pero a la postre invadió<br />
a Italia, y logró recobrar algo de su poder en esa región.<br />
El sucesor de Urbano fue Pascual II, quien tuvo esperanzas de ver terminado el cisma cuando murió el antipapa<br />
Clemente. Pero el Emperador hizo elegir en rápida sucesión a otros tres, y el cisma continuó.<br />
De regreso a Alemania, Enrique gozó de un nuevo despertar de su antigua popularidad. La rebelión de Conrado<br />
despertó las simpatías de sus súbditos, y el viejo rey disfrutó de varios años de renovado vigor. Durante ese período<br />
logró que la dieta <strong>del</strong> imperio desheredara a Conrado, y declarara heredero de la corona alemana a Enrique, el segundo<br />
hijo <strong>del</strong> Emperador. Además proclamó la “paz <strong>del</strong> Imperio”, que consistió en una prohibición de guerrear durante cuatro<br />
años. Con sus nuevas fuerzas, Enrique logró imponerles esa paz a sus nobles, y el comercio prosperó. Esto le ganó la<br />
afición <strong>del</strong> pueblo, que gozó de los beneficios de la paz; y el odio de los nobles, que perdieron los de la guerra. Pero<br />
nadie se ocupaba ya de su excomunión, a pesar de haber sido repetida por Pascual.<br />
El golpe fatal e inesperado vino a fines <strong>del</strong> año 1104, cuando Enrique, su segundo hijo, siguió el ejemplo de su hermano<br />
Conrado y se rebeló, diciendo que le era imposible obedecer a un soberano excomulgado. Padre e hijo se declararon<br />
la guerra, y alrededor de cada uno de ellos se reunió un ejército. El hijo decía que tan pronto como su padre se sometiera<br />
a la autoridad papal, y la excomunión fuese abrogada, su rebelión terminaría. Varias veces los dos contendientes<br />
se entrevistaron, y por fin el rebelde, mediante una artimaña, se posesionó de la persona de su padre, y lo hizo prisionero.<br />
La dieta <strong>del</strong> Imperio se reunió, eligió rey a Enrique V, y envió una embajada a Roma para tratar con el Papa acerca<br />
<strong>del</strong> fin de las hostilidades. Pero Enrique IV escapó, y pronto tuvo numerosos seguidores. Los dos ejércitos se preparaban<br />
para la batalla, cuando el viejo emperador murió, tras casi medio siglo de turbulento reinado.<br />
Empero la muerte de Enrique IV no puso fin a la contienda entre el papado y el Imperio. La cuestión de las investiduras<br />
no se resolvía tan fácilmente, pues en ella entraban en conflicto los intereses de los emperadores y los ideales de los<br />
reformadores. Pronto el joven Enrique comenzó a nombrar obispos con la misma libertad con que lo había hecho su<br />
padre. Pascual reunió un sínodo en el que, por una parte, lamentaba los conflictos <strong>del</strong> reino pasado, y aceptaba como<br />
válidas las consagraciones que se habían hecho hasta entonces con investidura laica, siempre y cuando no hubiese<br />
mancha de simonía; pero por otra parte el mismo sínodo declaró que a partir de entonces no se aceptarían las investiduras<br />
laicas, y que quienes desobedecieran ese decreto serían excomulgados.<br />
Por diversas circunstancias, Enrique demoró tres años en poderse enfrentar al reto que el Papa le lanzaba. Pero al<br />
fin de ese plazo invadió a Italia, y el Papa se vio forzado a llegar a un acuerdo con el Emperador, pues ninguno de sus<br />
aliados militares acudió en su ayuda. En este caso, lo que Enrique proponía era sencillamente que, si el Papa y la iglesia<br />
estaban dispuestos a renunciar a todos los [Vol. 1, Page 375] privilegios feudales que los prelados tenían, el Emperador<br />
abandonaría toda pretensión al derecho de investidura, que quedaría exclusivamente en manos eclesiásticas. Presionado<br />
por su difícil situación, Pascual accedió, con la sola salvedad de que el “patrimonio de San Pedro” quedaría en manos<br />
de la iglesia romana. Además, el Papa coronaría a Enrique como emperador.<br />
Como era de esperarse, este acuerdo produjo una reacción violenta entre los prelados que se veían despojados de<br />
todo su poder temporal. No faltó quien le echó en cara al Papa la liberalidad con que había dispuesto de los privilegios<br />
de los demás, al tiempo que había conservado los suyos. Entre los nobles de Alemania, este acuerdo también produjo<br />
recelos, pues los grandes magnates temían que el Emperador, tras aumentar su poder enormemente con las posesiones<br />
eclesiásticas, aplastara el de ellos. Para colmo de males, el pueblo de Roma, al ver que se le hacía violencia al Papa, se<br />
sublevó, y Enrique abandonó la ciudad y se llevó prisioneros a Pascual y a varios cardenales y obispos. El Pontífice trató<br />
entonces de resistir al Emperador, pero a los pocos meses se rindió ante él, y declaró que, por salvar a la iglesia de más