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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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Por último, con respecto a la pobreza, tanto el monaquismo benedictino como la reforma que se inspiró en él sostenían<br />

una posición ambivalente. El buen monje no debía poseer cosa alguna, y su vida debía ser en extremo sencilla. El<br />

monasterio, [Vol. 1, Page 355] en cambio, sí podía tener tierras y posesiones sin límite. Estas aumentaban constantemente<br />

gracias a los donativos y herencias que la casa recibía. A la larga se le hacía difícil al monje, con todo y ser personalmente<br />

pobre, llevar la vida sencilla que la Regla dictaba. Ya hemos dicho que los cluniacenses llegaron a negarse a<br />

cultivar la tierra, so pretexto de su dedicación exclusiva al culto divino, pero en realidad sobre la base de las muchas<br />

riquezas que su comunidad tenía. De igual modo, los reformadores se quejaban de la vida de lujo que los obispos llevaban,<br />

pero al mismo tiempo insistían en el derecho de la iglesia a tener amplias posesiones, supuestamente no para el<br />

uso de los prelados, sino para la gloria de Dios y el bienestar de los pobres. Pero a la postre tales posesiones dificultaban<br />

la labor reformadora, pues invitaban a la simonía, y el poder que los prelados tenían como señores feudales los envolvía<br />

constantemente en las intrigas políticas de la época.<br />

Una de las principales causas de la decadencia <strong>del</strong> movimiento cluniacense fue la riqueza que pronto acumuló. Inspirados<br />

por la santidad de aquellos monjes, muchos nobles les hicieron donativos. Pronto la abadía de Cluny se volvió<br />

uno de los más suntuosos templos de Europa. Otras casas siguieron el mismo camino. Con el correr de los años, se<br />

perdió la sencillez de vida que era el ideal monástico, y otros movimientos más pobres y más recientes tomaron su lugar.<br />

Igualmente, una de las principales causas de los fracasos que sufrió la reforma <strong>del</strong> siglo XI fue la riqueza de la iglesia,<br />

que le hacía difícil desentenderse de las intrigas entre los poderosos, y tomar el partido de los oprimidos.<br />

La reforma cisterciense<br />

El movimiento de Cluny estaba todavía en su apogeo cuando, debido en parte a su inspiración, otros se lanzaron a<br />

empresas semejantes. En diversos lugares se renovó la vida eremítica, o por otros medios se intentó acentuar el rigor de<br />

la Regla. Así, por ejemplo, Pedro Damiano no se contentaba con el principio de “suficiencia” enunciado por San Benito<br />

para evitar la vida muelle, e insistía en la “penuria extremada”. A este espíritu rigorista se sumaba cierto descontento con<br />

el monaquismo cluniacense, que se había vuelto rico, y había elaborado sus rituales hasta tal punto que el trabajo manual<br />

se descuidaba. Estos sentimientos dieron lugar a varios nuevos movimientos monásticos, de los cuales el más importante<br />

fue el de los cistercienses.<br />

La reforma eclesiástica de que trataremos en los dos próximos capítulos estaba en su auge cuando Roberto de Molesme<br />

decidió abandonar el monasterio de ese nombre y fundar uno nuevo en Cîteaux: de cuyo nombre latino, Cistertium,<br />

se deriva el término “cisterciense”. Poco después, por orden papal, Roberto tuvo que regresar a Molesme. Pero en<br />

Cîteaux quedó un pequeño núcleo de monjes, decidido a continuar la obra comenzada. El próximo abad, Alberico, logró<br />

que el papa Pascual II, en el 1110, colocara el nuevo monasterio bajo la protección de la Santa Sede, como lo estaba el<br />

de Cluny. Bajo Esteban Harding, el sucesor de Alberico, la comunidad continuó creciendo, y se hizo necesaria una nueva<br />

fundación en La Ferté.<br />

Empero el gran desarrollo de la nueva orden tuvo lugar después de la entrada a ella de Bernardo de Claraval. Este<br />

tenía veintitrés años cuando se presentó en Cîteaux, y solicitó entrada a la comunidad con varios de sus parientes y<br />

amigos. [Vol. 1, Page 356] Poco antes, había decidido que su vocación era unirse a ese monasterio, y se había dedicado<br />

a convencer a sus hermanos y demás allegados para que lo siguieran. El hecho de que se pudo presentar en Cîteaux<br />

con un nutrido grupo de reclutas era una de las primeras muestras de sus poderes de persuasión. Pocos años después<br />

el número de monjes en Cîteaux era tal que Bernardo recibió instrucciones de fundar una nueva comunidad en Claraval.<br />

Este nuevo monasterio pronto se volvió uno de los principales centros hacia donde se dirigían las miradas de toda la<br />

cristiandad occidental. Bernardo llegó a ser el más famoso predicador de toda Europa, que le dio el sobrenombre de<br />

“Doctor Melifluo”, porque las palabras de devoción brotaban de su boca como la miel de un panal. La fama de su santidad<br />

era tal que el movimiento cisterciense se vio invadido por multitudes que deseaban seguir el mismo camino.<br />

Bernardo era ante todo monje. En la cita que encabeza el presente capítulo, lo vemos afirmar lo que él siempre creyó<br />

y el Señor había declarado: que la parte de María era mejor que la de Marta. Su deseo era pasar todo su tiempo meditando<br />

acerca <strong>del</strong> amor de Dios, particularmente en su revelación en la humanidad de Cristo. Esa humanidad era el<br />

tema principal de su contemplación. Esto llegó a tal punto que se cuenta de él que en cierta ocasión, cuando uno de sus<br />

acompañantes comentó en su presencia acerca de un lago junto al cual habían andado todo un día, Bernardo preguntó:<br />

“¿Qué lago?” Como monje, Bernardo insistía en la vida sencilla que había sido el ideal <strong>del</strong> monaquismo primitivo. En esa<br />

vida, el trabajo físico, particularmente en la agricultura, era importante.<br />

Mientras los monjes de Cluny se excusaban de ese trabajo porque no querían que las vestimentas en las que adoraban<br />

a Dios se enlodaran, los cistercienses pensaban que todo teñido de las vestiduras era un lujo superfluo, y por ello se<br />

les conoció como “los monjes blancos”.<br />

En su organización, el movimiento cisterciense debía ser sencillo. Pero era necesario evitar la excesiva centralización<br />

de Cluny, donde todo dependía <strong>del</strong> abad. Por ello, los monasterios cistercienses eran relativamente independientes,

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