justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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no les serían arrebatadas. Además, a falta de comercio, uno de los principales medios que los reyes tenían para premiar<br />
el servicio y la lealtad de algún súbdito era concederle tierras. Surgió así el sistema feudal. Este sistema consistía en<br />
toda una jerarquía, basada en la posesión de la tierra, en la que cada señor feudal, al tiempo que recibía el homenaje de<br />
sus vasallos, le debía un homenaje semejante a otro señor que se encontraba por encima de él. Las tierras que el vasallo<br />
recibía de su señor eran los “feudos”, y de aquí el nombre de “sistema feudal”.<br />
El “homenaje” era el rito mediante el cual se sellaban las relaciones entre el vasallo y su señor. En este rito, el primero<br />
le juraba fi<strong>del</strong>idad al segundo, mientras colocaba sus manos entre las de éste, quien respondía entonces otorgándole<br />
al vasallo el “beneficio”, simbolizado por un puñado de tierra si se trataba sencillamente de tierras, o por un báculo y<br />
anillo si se trataba de un obispado, o por otros objetos según el caso.<br />
La relación entre el vasallo y su señor no era al principio hereditaria. Al morir una de las partes, el contrato expiraba,<br />
y era necesario hacer un nuevo acto de homenaje. Además, el vasallo quedaba libre de sus obligaciones para con su<br />
señor si éste faltaba a sus obligaciones de algún modo (por ejemplo, si se negaba a acudir en defensa suya pudiendo<br />
hacerlo). Y, de igual modo, el señor no tenía obligación alguna para con el vasallo desleal.<br />
Pronto, sin embargo, los feudos se hicieron hereditarios. Aunque durante largo tiempo se conservó la costumbre de<br />
acudir a rendirle homenaje al nuevo señor a la muerte <strong>del</strong> anterior, tal homenaje llegó a ser casi automático, y los feudos<br />
se heredaban como cualquier otra propiedad. Dadas las frecuentes uniones entre [Vol. 1, Page 328] diversas familias,<br />
se hizo común el caso de vasallos que les debían homenaje a varios señores, y que por tanto se excusaban de la obediencia<br />
debida a uno de ellos a base de la obediencia debida a otros. El resultado fue la fragmentación política y económica<br />
de la Europa occidental, y la decadencia de las diversas monarquías, que difícilmente podían ejercer su autoridad.<br />
Esto afectó también la vida de la iglesia, pues los obispados y sus tierras anejas eran también feudos cuyos jefes le debían<br />
obediencia a algún señor, y a quienes otros vasallos se la debían a su vez. Puesto que ya en esta época los obispos<br />
no podían ser personas casadas, sus feudos [Vol. 1, Page 329] no pasaban a sus hijos, como en el caso de otros<br />
señores feudales. Lo mismo era cierto de los abades y abadesas, que llegaron a poseer enormes extensiones de terreno<br />
y millares de vasallos. En consecuencia, el asunto de la sucesión a tales cargos eclesiásticos se volvió materia de gran<br />
importancia política, y en la próxima sección veremos las dificultades que esto causó, tanto para la iglesia como para los<br />
gobernantes seculares.<br />
La actividad teológica<br />
Puesto que durante el régimen carolingio hubo un efímero despertar en el estudio de las letras, era de esperarse que<br />
hubiera también cierta actividad teológica. Excepto en la obra de Juan Escoto Erigena, esa actividad se limitó a una serie<br />
de controversias, cuyos temas nos indican cuáles eran las principales inquietudes teológicas de la época.[Vol. 1, Page<br />
330]<br />
El único pensador sistemático, que trató de incluir en su obra la totalidad <strong>del</strong> universo, fue Juan Escoto Erigena. Su<br />
nombre nos da a entender que era oriundo de Irlanda, que a través de los siglos había conservado en sus monasterios<br />
buena parte de los conocimientos de la antigüedad, olvidados por el resto de Europa occidental. A mediados <strong>del</strong> siglo IX<br />
Erigena se estableció en la corte de Carlos el Calvo (el hijo de Ludovico Pío y Judit), donde llegó a gozar de gran prestigio<br />
debido a su erudición. Fue él quien tradujo <strong>del</strong> griego las obras <strong>del</strong> falso “Dionisio el Areopagita”. En el siglo V, alguien<br />
había compuesto estas obras, haciéndose pasar por Dionisio, el discípulo de Pablo en el Areópago. Cuando fueron<br />
introducidas en Europa occidental en época de Carlos el Calvo, nadie dudaba de su autenticidad, y fue Erigena quien las<br />
tradujo <strong>del</strong> griego al latín. A partir de entonces este falso Dionisio gozó de gran prestigio, pues se le consideraba sucesor<br />
inmediato de San Pablo. A través de él el misticismo neoplatónico hizo un gran impacto en la iglesia de habla latina, que<br />
llegó a confundirlo con las enseñanzas de San Pablo.<br />
Además de traducir las obras <strong>del</strong> falso Dionisio, Erigena escribió un gran tratado, De la división de la naturaleza, cuyas<br />
enseñanzas son más neoplatónicas que cristianas. Pero en todo caso su tono era tan erudito, y sus especulaciones<br />
tan abstractas, que fueron pocos los que lo leyeron, menos los que lo entendieron, y nadie parece haberlo aceptado ni<br />
seguido.<br />
Mucho más importantes para la vida de la iglesia fueron las controversias teológicas que tuvieron lugar en el período<br />
carolingio. De estas, la más importante, porque sus consecuencias perduran hasta nuestros días, fue la que se refería al<br />
Filioque. La palabra Filioque quiere decir “y <strong>del</strong> Hijo”, y algunas iglesias occidentales la habían interpolado en el Credo<br />
Niceno, de modo que donde la iglesia oriental decía “en el Espíritu Santo, que procede <strong>del</strong> Padre”, algunas iglesias occidentales<br />
empezaron a decir “en el Espíritu Santo, que procede <strong>del</strong> Padre y <strong>del</strong> Hijo”. Al parecer, la palabra Filioque fue<br />
añadida primero en España, y de allí pasó al reino de los francos. En todo caso, en la capilla real de Aquisgrán, la capital<br />
de Carlomagno, se acostumbraba incluir esa palabra en el Credo. Cuando unos monjes procedentes <strong>del</strong> reino franco se<br />
presentaron en Jerusalén y repitieron el Credo con esta extraña interpolación, causaron un escándalo en la iglesia orien-