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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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va ofreciéndonos algunas. Estas noticias aparecen sobre todo bajo la forma de las llamadas “actas de los mártires”, que<br />

consisten en descripciones más o menos detalladas de las condiciones bajo las que se produjeron los martirios, <strong>del</strong><br />

arresto, encarcelamiento y juicio <strong>del</strong> mártir o mártires en cuestión, y por último de su muerte. En algunos casos tales<br />

“actas” incluyen tantos detalles fidedignos acerca <strong>del</strong> proceso legal, que parecen haber sido copiadas —en parte al menos—<br />

de las actas oficiales de los tribunales. Hay otros en que quien escribe el acta nos dice que estuvo presente en el<br />

juicio y el suplicio. En muchos otros, sin embargo, hay fuertes indicios de que las supuestas “actas” fueron escritas mucho<br />

tiempo después, y que sus noticias no son por tanto completamente dignas de crédito. En todo caso, las actas más<br />

antiguas constituyen uno de los mas preciosos e inspiradores documentos de la iglesia cristiana. En segundo lugar, otras<br />

noticias nos llegan a través de otros documentos escritos por cristianos que de algún modo se relacionan con el martirio<br />

y la persecución. El ejemplo más valioso de esta clase de documentos es la colección de siete cartas escritas por Ignacio<br />

de Antioquía camino <strong>del</strong> martirio, a las que hemos de referirnos más a<strong>del</strong>ante.<br />

Por último, el siglo segundo comienza a ofrecernos algunos atisbos de la actitud de los paganos ante los cristianos, y<br />

muy especialmente de la actitud de los gobernantes. En este sentido, resulta interesantísima la correspondencia entre<br />

Plinio el Joven y el emperador Trajano.<br />

[Vol. 1, Page 56] La correspondencia entre Plinio y Trajano<br />

Plinio Segundo el Joven había sido nombrado gobernador de la región de Bitinia —es decir, la costa norte de lo que<br />

hoy es Turquía— en el año 111. Todo lo que sabemos de Plinio por otras fuentes parece indicar que era un hombre <strong>justo</strong>,<br />

fiel cumplidor de las leyes, y respetuoso de las tradiciones y las autoridades romanas. En Bitinia, sin embargo, se le<br />

presentó un problema que le tenía perplejo. Alguien le hizo llegar una acusación anónima en la que se incluía una larga<br />

lista de cristianos. Plinio no había asistido jamás a un juicio contra los cristianos, y por tanto carecía de experiencia en la<br />

cuestión. Al mismo tiempo, el recién nombrado gobernador sabía que había leyes imperiales contra los cristianos, y por<br />

tanto empezó a hacer pesquisas. Al parecer, el número de los cristianos en Bitinia era notable, pues en su carta a Trajano<br />

Plinio le dice que los templos paganos estaban prácticamente abandonados y que no se encontraban compradores<br />

para la carne sacrificada a los ídolos. Además, le dice Plinio al Emperador, “el contagio de esta superstición ha penetrado,<br />

no sólo en las ciudades, sino también en los pueblos y los campos”. En todo caso, Plinio hizo traer ante sí a los acusados,<br />

y comenzó así un proceso mediante el cual el gobernador se fue enterando poco a poco de las creencias y las<br />

prácticas de los cristianos. Hubo muchos que negaban ser cristianos, y otros que decían que, aunque lo habían sido<br />

anteriormente, ya no lo eran. Plinio sencillamente requirió de ellos que invocaran a los dioses, que adoraran al emperador<br />

ofreciendo vino e incienso ante su estatua, y que maldijeran a Cristo. Quienes seguían sus instrucciones en este<br />

sentido, eran puestos en libertad, pues según Plinio le dice a Trajano, “es imposible obligar a los verdaderos cristianos a<br />

hacer estas cosas”.<br />

Empero los cristianos que persistían en su fe le planteaban a Plinio un problema mucho mas difícil. Aun antes de recibir<br />

la acusación anónima, Plinio se había visto obligado a presidir sobre el juicio de otros cristianos que habían sido<br />

<strong>del</strong>atados. En tales casos, les había ofrecido tres oportunidades de renunciar a su fe, al mismo tiempo que les amenazaba.<br />

A los que persistían, el gobernador les había condenado a morir, no ya por el crimen de ser cristianos, sino por su<br />

obstinación y desobediencia ante el representante <strong>del</strong> emperador. Ahora, con la larga lista de personas acusadas de ser<br />

cristianas, Plinio se vio forzado a investigar el asunto con más detenimiento. ¿En qué consistía en verdad el crimen de<br />

los cristianos? A fin de encontrar respuesta a esta pregunta, Plinio interrogó a los acusados, tanto a los que persistían en<br />

su fe como a los que la negaban. Tanto de unos como de otros, el gobernador escuchó el mismo testimonio: su crimen<br />

consistía en reunirse para cantar antifonalmente himnos “a Cristo como a Dios”, para hacer votos de no cometer robos,<br />

adulterios u otros pecados, y para una comida en la que no se hacía cosa alguna contraria a la ley y las buenas costumbres.<br />

Puesto que algún tiempo antes, siguiendo las órdenes <strong>del</strong> emperador, Plinio había prohibido las reuniones secretas,<br />

los cristianos ya no se reunían como lo habían hecho antes. Perplejo ante tales informes, Plinio hizo torturar a dos<br />

esclavas que eran ministros de la iglesia; pero ambas mujeres confirmaron lo que los demás cristianos le habían dicho.<br />

Todo esto le planteaba al gobernador un difícil problema de justicia y jurisprudencia: ¿debía castigarse a los cristianos<br />

sólo por llevar ese nombre, o era necesario probarles algún crimen?[Vol. 1, Page 57]<br />

En medio de su perplejidad, Plinio hizo suspender los procesos y le escribió al emperador la carta de donde hemos tomado<br />

los datos que anteceden.<br />

La respuesta <strong>del</strong> emperador fue breve. Según él, no hay una regla general que pueda aplicarse en todos los casos.<br />

Por una parte, el crimen de los cristianos no es tal que deban emplearse los recursos <strong>del</strong> estado en buscarles. Por otra<br />

parte, sin embargo, si alguien les acusa y ellos se niegan a adorar a los dioses, han de ser castigados. Por último, el<br />

Emperador le dice a Plinio que no debe aceptar acusaciones anónimas, que son una práctica indigna de su época.<br />

Casi cien años más tarde el abogado cristiano Tertuliano, en el norte de Africa, ofrecía el siguiente comentario acerca<br />

de la decisión de Trajano, que todavía seguía vigente:

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