justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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Las razones de la caída <strong>del</strong> Imperio son mucho más complejas. El Imperio tenía que sucumbir, porque era imposible<br />
mantener el desequilibrio que existía entre la vida de sus súbditos y la de los bárbaros. A un lado <strong>del</strong> Rin y <strong>del</strong> Danubio,<br />
la vida era mucho más fácil que al otro lado. En consecuencia, los bárbaros se sentían atraídos por las riquezas <strong>del</strong> Imperio.<br />
Frente a ellos, los defensores de la vieja civilización, acostumbrados como estaban a la vida muelle que dan las<br />
riquezas, podían ofrecer poca resistencia efectiva.<br />
Por estas razones, cuando los bárbaros comenzaron a atravesar las fronteras, y por alguna razón el Imperio no estaba<br />
pronto a la defensa, se acudió repetidamente al recurso de los ricos: comprar la buena voluntad de la oposición. A<br />
los bárbaros se les daban entonces tierras, y bajo el título de “federados” se les permitía vivir dentro de las fronteras <strong>del</strong><br />
Imperio, a cambio de que lo defendieran contra cualquiera otra incursión por parte de algún otro grupo. El resultado fue<br />
que pronto la mayor parte <strong>del</strong> ejército estuvo constituida por soldados bárbaros, frecuentemente bajo el mando de oficiales<br />
<strong>del</strong> mismo origen. Tales tropas se consideraban a sí mismas romanas, y en ocasiones defendieron el Imperio valientemente.<br />
Pero en otras ocasiones sencillamente se rebelaron contra la autoridad imperial, y siguieron sus propios intereses.<br />
Buena parte de los bárbaros que causaron gran consternación en la cuenca <strong>del</strong> Mediterráneo eran de hecho soldados<br />
<strong>del</strong> Imperio. Así, por ejemplo, el godo Alarico, cuyas tropas tomaron y saquearon a Roma en el 410, era oficial <strong>del</strong><br />
ejército romano, y como tal había luchado en la batalla de Aquilea en el 394, bajo el mando <strong>del</strong> emperador Teodosio.<br />
Por su parte, los romanos también sentían cierta curiosa atracción hacia los bárbaros. Señal de esto es el hecho de<br />
que muchos emperadores gustaban rodearse de una guardia de soldados germanos. En medio de su vida muelle y aburrida,<br />
no faltaban romanos que miraran con nostalgia hacia la vida al otro lado de las fronteras. Esto llegó a tal punto que<br />
la princesa Honoria le envió al huno Atila una carta de amor y un anillo, ofreciéndosele en matrimonio.<br />
Además, hoy sabemos que en regiones muy distantes de las fronteras <strong>del</strong> Imperio estaban teniendo lugar acontecimientos<br />
que a la postre precipitarían las invasiones de los bárbaros.[Vol. 1, Page 245]<br />
Durante siglos los hunos habían vivido en las estepas asiáticas. Los hunos son probablemente los mismos que aparecen<br />
en los anales chinos bajo el nombre de yung-nu, y contra los cuales se comenzó a construir en el siglo III a.C. la<br />
Gran Muralla de la China. Puesto que la resistencia china era invencible, los hunos comenzaron su expansión hacia el<br />
occidente. Además, es posible que ellos mismos hayan sido empujados por los mongoles y por cambios en el clima, que<br />
los obligaban a buscar nuevas tierras. En todo caso, a principios de la era cristiana los hunos atravesaron el Ural, penetrando<br />
así en Europa, y comenzaron a ejercer presión sobre los pueblos germánicos que vivían en la Europa oriental.<br />
Alrededor <strong>del</strong> año 370, los hunos cayeron sobre los ostrogodos, quienes dominaban la costa norte <strong>del</strong> Mar Negro, y destruyeron<br />
su imperio. Un fuerte contingente ostrogodo, al mando de Atanarico, se dirigió hacia los montes Cárpatos, donde<br />
comenzó a presionar a los visigodos (véase el mapa).<br />
El resultado de todo esto fue que una muchedumbre de visigodos, al mando de Fritigernes, se presentó ante las<br />
fronteras <strong>del</strong> Danubio pidiendo instalarse en territorio romano. Tras una serie de negociaciones, los visigodos fueron<br />
admitidos en calidad de “federados”. Pero pronto se rebelaron y tomaron las armas contra el Imperio. Fue entonces que<br />
tuvo lugar la batalla de Adrianópolis (año 378), a que nos hemos referido en la sección anterior. Allí la caballería goda<br />
derrotó a la infantería romana, y durante cuatro años los godos desolaron la comarca, llegando hasta las murallas mismas<br />
de Constantinopla. Por fin, en el 382, el emperador Teodosio logró un tratado de paz con ellos.<br />
Empero la paz no duró largo tiempo. Roma no estaba dispuesta a compartir sus riquezas con los godos, ni tampoco<br />
a defenderlas. Por tanto, en el 395 los godos se paseaban de nuevo por Grecia, saqueando los campos y las pequeñas<br />
poblaciones, y obligando a los habitantes de la región a refugiarse en las ciudades amuralladas, donde el pánico y el<br />
hambre abundaban. Luego siguieron su marcha por toda la costa este <strong>del</strong> mar Adriático, penetraron en Italia, y en el 410<br />
tomaron y saquearon la ciudad de Roma. Alarico, el jefe que había guiado a su pueblo en estas últimas campañas, murió<br />
el mismo año. Pero ya los visigodos habían mostrado su poderío. Continuaron hacia el sur de Italia, pensando atravesar<br />
el Mediterráneo y establecerse en Africa. Pero una tormenta se lo impidió, y decidieron entonces marchar hacia el norte,<br />
donde se establecieron por algún tiempo en el sur de lo que hoy es Francia. Fue allí que se entrevistaron con ellos los<br />
emisarios <strong>del</strong> emperador Honorio, que venían a solicitar sus servicios para luchar contra los bárbaros que se habían<br />
establecido en España.<br />
A fines <strong>del</strong> año 406 y principios <strong>del</strong> 407, se habían desplomado las fronteras <strong>del</strong> Rin. Una muchedumbre de pueblos<br />
germanos penetró entonces en el Imperio, y desoló los campos de lo que hoy es Francia. De allí, los suevos y los vándalos<br />
pasaron a España, donde parecían haberse establecido definitivamente. Fue contra estos pueblos que el emperador<br />
Honorio solicitó los servicios de los visigodos, a la sazón bajo el mando de Ataúlfo, cuñado <strong>del</strong> difunto Alarico.<br />
Ataúlfo y los suyos marcharon a España y, aunque el jefe godo murió en Barcelona en el 415, la conquista de la Península<br />
continuó. Pronto los suevos quedaron arrinconados en el noroeste de la península, mientras que los vándalos<br />
que no fueron exterminados se vieron obligados a partir hacia las Islas Baleares (año 426) o hacia el norte de Africa (año