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de robarle su audiencia incitando a otro predicador a atacar a Savonarola desde el púlpito. Pero este último resultó ser<br />

más popular que su contrincante, y a la postre el malhadado rival se fue a Roma, para desde allí tramar la ruina <strong>del</strong> dominico.<br />

A los pocos meses, Savonarola fue electo prior de San Marcos. Cuando algunos de los frailes le señalaron que<br />

era costumbre que cada nuevo prior le hiciera a Lorenzo una visita de cortesía, para agradecerle su buena voluntad para<br />

con la casa, fray Jerónimo sencillamente contestó que su elección se debía a Dios, y no a Lorenzo, y que por tanto tenía<br />

que retirarse a darle gracias a Dios y a ponerse bajo sus órdenes. Poco después hizo vender todas las propiedades <strong>del</strong><br />

convento, y darles el dinero a los pobres. La vida de los frailes se volvió un ejemplo proverbial de santidad y servicio. Y<br />

otras casas cercanas le pidieron al ilustre prior de San Marcos que dirigiera en ellas reformas semejantes a la que había<br />

instaurado en el convento florentino. En cuanto a Lorenzo, en su lecho de muerte mandó buscar al santo fraile, de quien<br />

pidió y obtuvo la absolución de todos sus pecados.<br />

Piero de Médicis había sucedido a Lorenzo, y había resultado ser peor tirano que el anterior, cuando comenzaron a<br />

llegar rumores de que el rey de Francia, Carlos VIII, se preparaba a invadir Italia con el propósito de conquistar el Reino<br />

de Nápoles, cuya corona reclamaba. Florencia tembló ante el avance de las tropas francesas, que Savonarola había<br />

predicho dos años antes. Piero se mostró incapaz de organizar la defensa de la ciudad, y trató de comprar el favor <strong>del</strong><br />

Rey entregándole, literalmente, villas y castillos. Airados, los florentinos enviaron una embajada ante Carlos VIII, encabezada<br />

por fray Jerónimo. Este se presentó ante el Rey, lo llamó instrumento de la justicia de Dios, le dio la bienvenida<br />

en nombre de los florentinos, le declaró que él había profetizado su venida años antes, y lo amenazó, profetizándole<br />

grandes males si no se comportaba debidamente con los florentinos.<br />

Mientras tanto, éstos aprovechaban las circunstancias para echar de su ciudad a Piero, y con él el yugo de los Médicis.<br />

Poco después el Rey entró triunfante en Florencia. Cuando trató de imponerles condiciones insoportables a cambio<br />

de no saquear la ciudad, los florentinos acudieron una vez más a su predicador, quien se enfrentó al Rey y logró de él<br />

condiciones mucho más favorables. A los pocos días, tras haber establecido una alianza con Florencia, el francés partió<br />

con sus tropas.<br />

La ciudad quedaba acéfala. Pocos deseaban el regreso de los Médicis. Muchos esperaban aprovecharse de las circunstancias<br />

para dar rienda suelta a los odios que se habían acumulado en las últimas semanas de incertidumbre. Por<br />

tanto, Savonarola se vio colocado, casi sin quererlo, en la posición de señalar el rumbo que debía [Vol. 1, Page 551]<br />

seguirse. Gracias a él se estableció un gobierno republicano y se evitó el derramamiento de sangre. Hasta los amigos de<br />

los Médicis fueron perdonados, gracias a la intervención <strong>del</strong> fogoso predicador.<br />

Prácticamente dueño de la ciudad, Savonarola utilizó el púlpito para proponer las reformas que le parecían necesarias.<br />

Insistió en que se abriera de nuevo el comercio, que había quedado interrumpido durante la invasión francesa, diciendo<br />

que era necesario darles empleo a los pobres, que habían perdido sus escasos ingresos. En cuanto a aquellos<br />

para quienes estas medidas no bastaran, debía alimentárseles derritiendo y vendiendo el oro y la plata de las iglesias.<br />

Su interés por los pobres pronto le acarreó la mala voluntad de buena parte de la aristocracia. Lo mismo sucedió con<br />

muchos clérigos, a quienes la propuesta reforma eclesiástica tocaba demasiado de cerca. Pero Savonarola contaba con<br />

la casi totalidad <strong>del</strong> pueblo, y no hubiera tenido mayores problemas de no haber sido por razones de política internacional.<br />

La campaña de Carlos VIII en Italia había sido facilísima. Pronto el Papa —a la sazón el tristemente famoso Alejandro<br />

VI—, varios estados italianos, y los monarcas de España y Alemania, se unieron en una “Santa Alianza” contra el rey<br />

de Francia. La ciudad de Florencia, gracias a Savonarola, permanecía firme en lo acordado con el francés. Sus aliados le<br />

encargaron a Alejandro VI la tarea de doblegar al inflexible monje. El escenario estaba listo para la gran tragedia que a la<br />

postre tendría lugar en Florencia.<br />

En el entretanto, el movimiento reformador llegó a su apogeo en Florencia. Aunque se ha dicho que Savonarola era<br />

un monje oscurantista, la verdad es todo lo contrario. El fraile dominico se oponía a las letras renacentistas como excusa<br />

para toda clase de excesos morales y un retorno al paganismo. Pero su actitud hacia el estudio mismo fue siempre positiva.<br />

Su sueño era que San Marcos se convirtiera en un centro misionero, y por ello en ese convento se estudiaban,<br />

además <strong>del</strong> latín y el griego, el hebreo, el árabe y el caldeo.<br />

Por otra parte, Savonarola sí se mostró enemigo decidido <strong>del</strong> lujo y la ostentación. Esto se puso de manifiesto en sus<br />

repetidos ataques, desde el púlpito, contra las joyas y las sedas, así como contra los vestidos demasiado llamativos de<br />

algunas mujeres. El resultado fue la “quema de vanidades”, que se dio repetidamente mientras el fraile dominico tuvo el<br />

apoyo de los florentinos. En el centro de la plaza principal de la ciudad se construía una gran pirámide escalonada de<br />

madera, bajo la cual se colocaba paja, leña y pólvora. Después las gentes traían “vanidades” —trajes, pelucas, joyas,<br />

etc.— colocándolas sobre los escalones de la pirámide, a la que por último se le prendía fuego. Aquellas grandes hogueras,<br />

con los himnos que se cantaban, las procesiones y las explosiones de la pólvora, vinieron a sustituir la celebración<br />

<strong>del</strong> carnaval en Florencia.

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