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que al parecer el fermento de su predicación continuaba, el obispo puso a toda la aldea en entredicho, y prohibió las<br />

peregrinaciones a ella. Pero aun esas medidas no ahogaron las últimas chispas <strong>del</strong> movimiento, hasta que la iglesia fue<br />

destruida por orden <strong>del</strong> arzobispo de Mainz.<br />

Este episodio es sólo uno de varias docenas que podíamos haber narrado. Los últimos años de la Edad Media se<br />

caracterizaron por un gran descontento popular, que combinaba causas sociales con motivos religiosos. Los oprimidos<br />

veían que la vida de los opresores, no sólo era injusta, sino también se arropaba en un manto de piedad cristiana, y hasta<br />

se apoyaba en la autoridad de la iglesia. Frente a tal situación hubo multitud de movimientos de protesta, y hasta rebeliones<br />

que sólo pudieron ser sofocadas mediante la acción militar. En todos estos casos las autoridades eclesiásticas,<br />

que se contaban entre los que se beneficiaban con la situación existente, les prestaron todo su apoyo a los poderosos. A<br />

consecuencia de ello floreció el sentimiento anticlerical, inspirado inicialmente, no por corrientes modernas de secularización,<br />

sino por el viejísimo sueño de la justicia entre los seres humanos.<br />

[Vol. 1, Page 529] La alternativa<br />

mística 51<br />

La contemplación es un conocimiento superior a las diversas maneras de conocer.<br />

[... ] Es una ignorancia iluminada, un bello espejo donde luce la luz eterna<br />

de Dios.<br />

Juan de Ruysbroeck.<br />

Los siglos XIV y XV, en medio de sus muchas frustraciones, y quizá en parte debido a ellas, fueron un período de gran<br />

exaltación religiosa. Tanto en España como en Inglaterra e Italia, hubo místicos notables cuyas obras sirvieron de inspiración<br />

a varias generaciones. Empero fue en Alemania, en las riberas <strong>del</strong> Rin, que este movimiento floreció y alcanzó<br />

sus mayores logros.<br />

A través de toda su <strong>historia</strong>, el <strong>cristianismo</strong> ha contado con hombres y mujeres cuya relación con Dios ha sido tal que<br />

se les ha dado el título de “místicos”. Pero en esa <strong>historia</strong> se han dado dos tipos distintos de misticismo, que conviene<br />

distinguir. Uno es esencialmente cristocéntrico. No pretende llegar a Dios mediante la contemplación directa, o mediante<br />

una iluminación divina, sino a través de Jesucristo. Su contemplación se dirige hacia los sufrimientos de Jesús, o hacia<br />

su resurrección y triunfo final. Ejemplos de este tipo de misticismo son el Apocalipsis, San Bernardo de Claraval y San<br />

Francisco de Asís. La otra clase de misticismo se deriva principalmente de la tradición neoplatónica. El propósito de<br />

quienes siguen este camino es ascender mediante la contemplación interna, hasta llegar a una unión con el Uno inefable.<br />

Plotino, el gran maestro pagano de esta clase de misticismo, decía que en esa unión el alma llegaba a un estado de<br />

éxtasis. Después algunos de sus seguidores fueron enemigos encarnizados <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong>. Pero otros aceptaron esa<br />

fe, y fue así que este segundo tipo de misticismo se introdujo en la tradición cristiana. A través <strong>del</strong> falso Dionisio el Areopagita,<br />

Gregorio de Nisa, Agustín y otros, el neoplatonicismo se unió al <strong>cristianismo</strong> de tal modo que muchos llegaron a<br />

confundirlos. Fue entonces que buena parte <strong>del</strong> misticismo cristiano, en lugar de ser cristocéntrico, tomó el segundo<br />

camino. En algunos casos, como el de Buenaventura en el siglo XIII, ambos elementos se unieron, y por ello este místico<br />

le dedica bellísimos escritos a la contemplación de la pasión de Cristo, y otros al [Vol. 1, Page 530] proceso de ascender<br />

espiritualmente por los peldaños de la jerarquía de las cosas creadas, hasta llegar a la contemplación <strong>del</strong> Creador.<br />

El gran maestro <strong>del</strong> misticismo alemán fue Eckhart de Hochheim, conocido generalmente como el Maestro Eckhart.<br />

A fines <strong>del</strong> siglo XIII, cuando contaba unos cuarenta años de edad, Eckhart fue enviado por su orden —la de Santo Domingo—<br />

a la universidad de París. Tras completar sus estudios allí, fue hecho provincial de Sajonia, y después fue vicario<br />

general de Bohemia. En estos cargos mostró que su misticismo no era tal que le impidiera ser un administrador práctico<br />

y eficiente. Durante sus últimos años le tocó vivir en época <strong>del</strong> papado en Aviñón, y se dolió de las circunstancias por<br />

las que atravesaba la iglesia.<br />

La doctrina mística de Eckhart es esencialmente neoplatónica. Su punto de partida es la contemplación de la divinidad,<br />

el Uno inefable. Acerca de Dios, todo cuanto podamos decir resulta inexacto, y por tanto en cierto sentido falso. “Si<br />

digo, ‘Dios es bueno’, esto no es cierto. Yo soy bueno. Dios no lo es”. Semejante aseveración podría prestarse, y de<br />

hecho se prestó, a malas interpretaciones. Naturalmente, lo que Eckhart quería decir era, no que Dios fuese malo, sino<br />

que todo lenguaje acerca de Dios es analógico, y por tanto inexacto.<br />

Pero en todo caso sus palabras dan muestra <strong>del</strong> tono de su pensamiento, cuyo propósito es exaltar a Dios, mostrando<br />

que se encuentra por encima de todo concepto humano, y que por tanto el verdadero conocimiento de Dios no es

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