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pales ciudades <strong>del</strong> Imperio, y puesto que se trataba también de un hombre de principios firmes y convicciones profundas,<br />

resultaba inevitable que a la larga chocara con las autoridades civiles.<br />

Los más importantes conflictos de Ambrosio con la corona fueron los que le colocaron frente a frente con la emperatriz<br />

Justina. En el Occidente gobernaba, además de Graciano, su medio hermano Valentiniano II. Puesto que éste era<br />

menor de edad, la regencia había caído sobre Graciano. Empero en ausencia de Graciano la madre de Valentiniano,<br />

Justina, gozaba de gran poder, y se proponía utilizar ese poder para afianzar a su hijo en el trono y para promover la<br />

causa arriana, de la que era partidaria convencida. Frente a sus designios se alzaba Ambrosio, cuya política consistía en<br />

procurar, cada vez que una sede cercana resultaba vacante, que fuera un obispo ortodoxo quien la ocupara.<br />

Por otra parte, Justina le debía grandes favores a Ambrosio, pues cuando hubo una rebelión en las Galias, y el usurpador<br />

Máximo derrotó y mató a Graciano, el trono de Valentiniano parecía derrumbarse, y en aquella ocasión Ambrosio<br />

fue como embajador ante el usurpador y lo convenció de que no invadiera los territorios de Valentiniano.<br />

Pero a pesar de estas deudas de gratitud, Justina estaba decidida a obligar a Ambrosio a cederle una basílica para<br />

que fuese celebrado en Milán el culto arriano. Ambrosio se negaba, y se siguieron una serie de confrontaciones memorables.<br />

En [Vol. 1, Page 206] una ocasión, cuando Ambrosio y su congregación se encontraban sitiados en la basílica<br />

por las tropas imperiales, Ambrosio venció la resistencia de los sitiadores dirigiendo a los fieles en el canto de himnos de<br />

entusiasmo y esperanza. De hecho, Ambrosio se hizo también famoso por los himnos que introdujo en el culto cristiano,<br />

y que fueron una de sus principales armas contra sus enemigos. En otra ocasión, cuando se le ordenó que entregase los<br />

vasos sagrados, Ambrosio respondió:<br />

No puedo tomar nada <strong>del</strong> templo de Dios, ni puedo entregar lo que recibí, no para entregar, sino para guardar. En esto<br />

actúo en bien <strong>del</strong> emperador, puesto que no conviene que yo los entregue, ni tampoco que él los reciba.<br />

Fue en medio de aquella contienda constante con la emperatriz que Ambrosio mandó excavar bajo una de las iglesias<br />

de la ciudad, y dos esqueletos decapitados fueron descubiertos. Alguien recordó que de niño había oído hablar de<br />

los mártires Gervasio y Protasio, e inmediatamente los restos fueron bautizados con esos nombres. Pronto corrieron<br />

rumores de milagros que ocurrían en virtud de las “sagradas reliquias”, y el pueblo se unió cada vez más en defensa de<br />

su obispo.<br />

Por último, la enemistad de Justina hacia Ambrosio le costó el trono y la vida a su hijo, pues en una larga serie de<br />

maquinaciones dirigidas contra el obispo, Justina sólo logró que el usurpador Máximo atravesara los Alpes e invadiera<br />

sus territorios. Teodosio, el emperador de Oriente, acudió en defensa <strong>del</strong> niño Valentiniano, y derrotó a Máximo. Pero<br />

cuando Teodosio regresó a sus territorios dejó a Valentiniano al cuidado <strong>del</strong> conde Arbogasto, quien primero lo oprimió y<br />

por fin lo hizo matar. Así quedó Teodosio como dueño único <strong>del</strong> Imperio.<br />

Teodosio era ortodoxo —de hecho, fue él quien convocó el Concilio de Constantinopla, que señaló el triunfo final de<br />

la fe nicena—. Pero a pesar de ello, bajo su gobierno Ambrosio volvió a chocar con la autoridad imperial. Dos fueron los<br />

mayores conflictos entre el obispo y el emperador. En ambos Ambrosio resultó vencedor, aunque con toda justicia debemos<br />

decir que en el primer caso era Teodosio quien tenía razón, y la victoria de Ambrosio trajo graves consecuencias.<br />

El primer conflicto se produjo cuando un grupo de cristianos fanáticos en la pequeña población de Calínico quemó<br />

una sinagoga judía. El emperador ordenó que los culpables fueran castigados, y que además reconstruyeran la sinagoga<br />

destruida. Frente a él, Ambrosio decía que era impío por parte de un emperador cristiano obligar a otros cristianos a<br />

construir una sinagoga judía. Tras varios encuentros, el emperador cedió, los judíos se quedaron sin sinagoga, y los<br />

incendiarios resultaron impunes. Esto sentó un triste precedente, pues mostraba que en un imperio que se daba el nombre<br />

de cristiano quienes no lo fueran no podrían gozar de la protección de la ley.<br />

El otro conflicto se debió a una causa mucho más justa. En Tesalónica se había producido un motín, y el pueblo sublevado<br />

había matado al comandante de la ciudad. Ambrosio, que conocía el carácter irascible <strong>del</strong> emperador, se presentó<br />

ante él y le aconsejó responder con mesura. Pero una vez que el obispo hubo partido, los cortesanos le aconsejaron a<br />

Teodosio que tomara medidas fuertes contra los habitantes de Tesalónica. Arteramente, Teodosio hizo correr la noticia<br />

de que la ciudad estaba perdonada. Pero cuando la mayor parte de la población se hallaba en el circo celebrando el<br />

perdón imperial, las tropas rodearon el lugar y, por orden de Teodosio, mataron a siete mil personas.[Vol. 1, Page 207]<br />

Al enterarse de lo sucedido, Ambrosio resolvió exigir de Teodosio un arrepentimiento público. Cuando algún tiempo<br />

después Teodosio se presentó ante la iglesia, el Obispo salió a la puerta y, alzando la mano frente al Emperador, le dijo:<br />

¡Detente! Un hombre como tú, manchado de pecado, con las manos bañadas en sangre de injusticia, es indigno, hasta<br />

tanto se arrepienta, de entrar en este recinto sagrado, y de participar de la comunión.[Vol. 1, Page 208]<br />

Ante esta actitud por parte <strong>del</strong> Obispo, varios de los cortesanos quisieron usar de violencia con él. Pero el Emperador<br />

reconoció la justicia de lo que Ambrosio le decía, y dio muestras públicas de su arrepentimiento. Como señal de ello,<br />

y como una confesión de su carácter irascible, Teodosio ordenó que cualquier pena de muerte no se haría efectiva sino<br />

treinta días después de ordenada.

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