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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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bien recibidos, y se condenó la simonía. Pero Guillermo insistió en su derecho de nombrar los obispos en sus territorios.<br />

Y entre el bajo clero la oposición al celibato eclesiástico fue grande.[Vol. 1, Page 365]<br />

Todos estos acontecimientos convencieron a Gregorio de que era necesario continuar el proceso de centralización<br />

eclesiástica que sus predecesores habían comenzado. Hasta entonces, los obispos metropolitanos habían tenido gran<br />

independencia, y la autoridad papal había sido más nominal que real. En vista de la oposición general a los decretos de<br />

reforma, Hildebrando llegó a la conclusión de que era necesario promover la autoridad papal, a fin de que sus mandatos<br />

tuvieran que ser obedecidos. En consecuencia, bajo su pontificado las pretensiones de la sede romana llegaron a un<br />

nivel sin precedente. Aunque Gregorio nunca llegó a promulgar todas sus opiniones con respecto al papado, éstas se<br />

encuentran en un documento <strong>del</strong> año 1075. En él, Gregorio afirma no sólo que la iglesia romana ha sido fundada por el<br />

Señor, y que su obispo es el único que ha de recibir el título de “universal”, sino también que el papa tiene autoridad para<br />

juzgar y deponer a obispos; que el Imperio le pertenece, de tal modo que es él quien tiene derecho a otorgar las insignias<br />

imperiales, así como a deponer al emperador; que la iglesia de Roma nunca ha errado ni puede errar; que el papa puede<br />

declarar nulos los juramentos de fi<strong>del</strong>idad hechos por vasallos a sus señores; y que todo papa legítimo, por el sólo hecho<br />

de ocupar la cátedra de San Pedro, y en virtud de los méritos de ese apóstol, es santo. Sin embargo, todo esto no pasaba<br />

de ser teoría mientras los reyes, emperadores y demás señores laicos tuviesen autoridad para nombrar a los obispos<br />

y abades. Si los dirigentes eclesiásticos recibían sus cargos de los laicos, sería a ellos que les deberían fi<strong>del</strong>idad y obediencia,<br />

y no [Vol. 1, Page 366] al papa.<br />

Esto parecía haber quedado comprobado por el modo en que fueron recibidos los legados papales en su misión de<br />

reformar la iglesia de los diversos reinos. Por esa razón, en el año 1075, y después en el 1078 y el 1080, Gregorio prohibió<br />

a todos los clérigos y monjes recibir obispados, iglesias o abadías de manos laicas, so pena de excomunión. En el<br />

1080, se añadía que también serían excomulgados los señores laicos que invistieran a alguien en tales cargos.<br />

Con estos decretos quedaba montada la escena para los grandes conflictos entre el Pontificado y el Imperio.<br />

[Vol. 1, Page 367] El conflicto entre<br />

el Pontificado<br />

y el Imperio 37<br />

Les prohibimos a todos los clérigos recibir de manos <strong>del</strong> emperador, <strong>del</strong> rey, o<br />

de cualquier laico, sea varón o mujer, la investidura de un obispado, de una<br />

abadía, o de una iglesia.<br />

Gregorio VII<br />

Los decretos de Gregorio VII acerca de la investidura laica eran consecuencia natural de sus ansias reformadoras y de<br />

su visión <strong>del</strong> papado. Pero había fuertes razones por las que los reyes y emperadores veían en tales decretos una seria<br />

amenaza a su poder. Aun aparte de cualquier conflicto con el papado, los soberanos de la época veían en sus derechos<br />

de investidura religiosa uno de sus más valiosos instrumentos contra el excesivo poder de los nobles. La nobleza hereditaria<br />

tendía a afirmar su independencia frente a los reyes. Las tierras que estaban en manos de tales nobles no estaban<br />

a disposición <strong>del</strong> rey, para otorgarlas a quienes le fuesen fieles. Las tierras y demás riquezas eclesiásticas, en cambio,<br />

precisamente por no ser hereditarias, quedaban frecuentemente a disposición <strong>del</strong> soberano, quien entonces podía asegurarse<br />

de que, frente a los grandes señores laicos, frecuentemente rebeldes, se alzaba una iglesia rica, poderosa, y fiel<br />

al rey. Además, si el poder de investidura quedaba en manos <strong>del</strong> papado, los reyes temían que pudiera ser utilizado<br />

contra ellos por motivos puramente políticos.<br />

Todo esto estaba en juego cuando Gregorio prohibió las investiduras laicas. Aun cuando el Papa parece haber dado<br />

este paso sencillamente para asegurarse de que todo el clero fuese de espíritu reformador, el hecho es que era un paso<br />

que podía tener enormes consecuencias políticas. Esto creó conflictos entre el poder laico y el eclesiástico a todos los<br />

niveles. En Inglaterra y Normandía, Gregorio no hizo aplicar sus decretos, porque estaba convencido de que Guillermo y<br />

Matilde nombrarían obispos reformadores. Pero el principal conflicto fue el que estalló entre el Papa y el Emperador.<br />

[Vol. 1, Page 368] Gregorio VII y Enrique IV<br />

A pesar de sus decretos en contra de la investidura laica, el Papa no parecía estar dispuesto a aplicarlos universalmente.<br />

Mientras los diversos señores laicos designaran a personas dignas, y su investidura se hiciese sin sospecha al-

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