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El otro campo en el que los dominicos se distinguieron fue la predicación entre musulmanes y judíos. Entre los seguidores<br />

<strong>del</strong> Profeta, su más famoso predicador fue Guillermo de Trípoli. Y entre los hijos de Abraham, San Vicente Ferrer.<br />

Ambos tuvieron gran éxito, aunque en ambos casos parte <strong>del</strong> resultado de su predicación se debió al uso de la fuerza:<br />

por los cruzados con los musulmanes en Trípoli, y por los cristianos contra los judíos en España, donde San Vicente<br />

predicó.<br />

Al igual que los dominicos, los franciscanos se distinguieron tanto en su labor misionera como en su presencia en las<br />

universidades. Las misiones habían sido siempre una de las pasiones San Francisco, quien varias veces trató de partir a<br />

tierra infieles, y quien por fin logró predicarle al Sultán en Egipto. Siguiendo su ejemplo, los franciscanos emprendieron<br />

una labor misionera de increíble alcance. De hecho, fueron ellos quienes, tras siglos de olvido, volvieron a tomar en serio<br />

el mandato de Jesús de serle testigos “hasta lo último de la tierra”.<br />

Como ejemplo de esa labor, podemos tomar a Juan de Montecorvino, quien después de ser legado papal en Persia<br />

y Etiopía, y tras breve obra misionera en la India, se dirigió hacia China. Poco antes ese país había sido conquistado por<br />

los mongoles, quienes habían establecido su capital en Cambaluc (hoy Pekín). Tras sus enormes conquistas, y el caos<br />

que produjeron, los mongoles se mostraban interesados en establecer relaciones cordiales con el resto <strong>del</strong> mundo, y<br />

estimular el comercio. Como hemos señalado anteriormente, en toda esa zona había ya algunos cristianos nestorianos.<br />

Pero ahora, con los nuevos contactos con el Occidente, comenzaron a llegar al país cristianos procedentes de Italia y de<br />

otras regiones europeas. Primero llegaron los comerciantes, de los cuales el más famoso, aunque no el primero, fue<br />

Marco Polo. Poco después fueron enviados los primeros misioneros, entre los cuales se contaban algunos dominicos, y<br />

muchos franciscanos. Guillermo de Trípoli, el famoso predicador dominico, partió para China con otro fraile y con Marco<br />

Polo, que regresaba al Oriente. Pero las dificultades <strong>del</strong> viaje lo hicieron desistir de la empresa. En el año 1278, otros<br />

cinco misioneros franciscanos fueron enviados a China; pero su paradero nos es desconocido. Por fin el franciscano<br />

Juan de Montecorvino llegó a Cambaluc con una carta <strong>del</strong> papa, y comenzó obra misionera en esa capital. Su éxito fue<br />

tal que a los pocos años tenía varios millares de conversos. Al recibir noticias de tales resultados, el papa lo nombró<br />

arzobispo de Cambaluc, y le envió otros siete franciscanos para que lo ayudaran como obispos de otras sedes. De aquellos<br />

siete, sólo tres llegaron a su destino, lo cual es indicio de los peligros que el viaje entrañaba.<br />

Aunque el Lejano Oriente fue el campo en que los misioneros lograron resultados más notables, fue entre los musulmanes<br />

donde el mayor número de ellos laboró. Este había sido un interés <strong>del</strong> propio San Francisco, y a través de los<br />

siglos su orden lo ha mantenido vivo, hasta tal punto que los franciscanos que han perdido la vida en ese campo misionero<br />

se cuentan por millares.<br />

Al seguir el ejemplo de los dominicos, los franciscanos se instalaron en las universidades, donde llegaron a tener<br />

profesores de gran renombre. Hasta cierto punto, esto constituía un cambio en la política trazada por el fundador, quien<br />

siempre receló de los estudios y los libros. En el año 1236, un profesor de la [Vol. 1, Page 419] universidad de París,<br />

Alejandro de Hales, decidió unirse a la orden, y así los franciscanos contaron con su primera cátedra universitaria. A los<br />

pocos años, había maestros franciscanos en todas las principales universidades de Europa occidental.<br />

Todo no esto se logró sin grandes luchas, tanto internas, dentro <strong>del</strong> franciscanismo, como externas, contra algunos<br />

miembros de las universidades, que se oponían a la presencia de los mendicantes en ellas. Particularmente en París, el<br />

franciscano Buenaventura y el dominico Tomás de Aquino, tuvieron que enfrentarse a la oposición de maestros seculares<br />

tales como Guillermo de San Amor. En su pugna con los mendicantes, los seculares llegaron a atacar, no sólo su<br />

derecho de formar parte de las universidades, sino también la validez de sus votos de pobreza. De este modo, la pobreza<br />

se volvió una cuestión debatida en las universidades, y profesores tales como Buenaventura sostuvieron “disputas”<br />

académicas acerca de ella.<br />

Empero el principal cambio en la política trazada por San Francisco fue el que tuvo lugar con respecto a la práctica<br />

de la pobreza. Como hemos señalado, el fundador sabía que lo que les exigía a sus seguidores era duro, y por tanto hizo<br />

todo lo posible por asegurarse de que después de su muerte los franciscanos no tratarían de mitigar la regla de pobreza.<br />

Pero, como se cuenta que le dijo Inocencio III al Santo, los altos ideales de Francisco sólo podrían cumplirse por seres<br />

sobrehumanos. Con el crecimiento de la orden, se fue perdiendo el espíritu sencillo de su fundador, al mismo tiempo que<br />

se hizo necesario organizar el movimiento. Esto a su vez requería propiedades, y no faltaron quienes se las donaran a<br />

los franciscanos. Pero la Regla de 1223 prohibía que los franciscanos tuvieran propiedad alguna, y esa pobreza debía<br />

ser, no sólo individual, sino también colectiva. Lo que Francisco deseaba era evitar el enriquecimiento de su orden, como<br />

había sucedido con el movimiento cluniacense. Para asegurarse de que el principio de la pobreza absoluta se cumpliera<br />

a cabalidad, insistió en él en su testamento, y explícitamente prohibió que se le pidiera al papa mitigación alguna de la<br />

Regla.<br />

Poco tiempo después de la muerte <strong>del</strong> Santo, aparecieron en la orden dos partidos. Los rigoristas insistían en la pobreza<br />

absoluta, en obediencia a las instrucciones de San Francisco. Los moderados argüían que, dadas las nuevas cir-

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