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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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ginación de algún siglo posterior? Pronto algunos de los documentos más respetados en la Edad Media fueron declarados<br />

espurios. Uno de los casos más notables fue el de la Donación de Constantino, en el que el famoso emperador le<br />

concedía al papa jurisdicción sobre el Occidente. El erudito Lorenzo Valla se dedicó a estudiar este documento, y llegó a<br />

la conclusión de que era falso, pues diversas razones de estilo, vocabulario, etc. hacían imposible fecharlo en el siglo IV.<br />

De igual modo, Valla atacó la leyenda según la cual el Credo fue compuesto por los apóstoles, antes de separarse para<br />

partir cada cual en su propia misión.<br />

Todo esto no tuvo de inmediato grandes consecuencias para la vida de la iglesia. El propio Valla sirvió como secretario<br />

<strong>del</strong> papa, sin que sus estudios y sus conclusiones le causaran mayores problemas. Ello se debió a que, como hemos<br />

dicho, toda esa actividad literaria se limitó a una aristocracia intelectual, que tendía a despreciar las masas, y que no<br />

tenía gran interés en divulgar los resultados de sus investigaciones.<br />

Pero, a pesar <strong>del</strong> poco impacto que produjo de inmediato, este despertar literario contribuyó, junto al misticismo y a<br />

la devoción moderna, a marcar el fin de la época en que el escolasticismo dominaba la vida intelectual.<br />

La nueva visión de la realidad<br />

Aunque ha sido costumbre de <strong>historia</strong>dores prejuiciados pintar la Edad Media con colores sombríos, para así hacer<br />

resaltar más las glorias de lo moderno, el hecho es que hubo en la Edad Media, junto a los ascetas que despreciaban el<br />

mundo presente en ansias <strong>del</strong> venidero, otra corriente que se gloriaba en las maravillas de la creación. Esto puede verse<br />

en el naturalismo de San Francisco, cantándoles a las aves, al agua, a los astros, y hasta a la muerte. Su canto no era<br />

de negación <strong>del</strong> mundo, sino de afirmación <strong>del</strong> mismo. Para él, y para quienes siguieron su inspiración, el mundo venidero<br />

era glorioso, no porque contrastara con el presente, [Vol. 1, Page 542] sino porque lo superaba. Si este mundo es<br />

bello y digno de admiración, ¡cuánto más no lo será el otro que el Creador de ambos nos tiene prometido! En las catedrales<br />

góticas los escultores se regocijaron esculpiendo escenas de la naturaleza, reales o imaginarias. Allí aparecen, entre<br />

frondosas vides, mil avecillas, caracoles y camaleones que dan testimonio <strong>del</strong> mismo Creador universal a quien cantaba<br />

San Francisco.<br />

Luego, no es cierto que el Renacimiento haya descubierto la belleza de la creación, supuestamente olvidada por el<br />

medioevo. Lo que sí es cierto es que, inspirado en parte por el arte clásico, el arte renacentista le prestó más atención a<br />

la belleza y perfección <strong>del</strong> cuerpo humano.[Vol. 1, Page 543]<br />

Italia gozaba de riquezas exuberantes. En sus principales ciudades había dinero para construir grandes edificios, y<br />

para juntar en ellos todos los recursos artísticos imaginables. Los nobles y los grandes burgueses tenían medios para<br />

sufragar los gastos de un arte dedicado, no a las glorias <strong>del</strong> cielo, sino a la <strong>del</strong> mecenas que costeaba la empresa artística.<br />

Por tanto el arte, hasta entonces dedicado casi exclusivamente a la enseñanza religiosa y la gloria de Dios, se ocupó<br />

ahora <strong>del</strong> esplendor humano. En los mo<strong>del</strong>os clásicos de Grecia y Roma se ponía de manifiesto una admiración hacia la<br />

criatura humana que buena parte <strong>del</strong> arte medieval había olvidado, y que ahora los pintores y escultores <strong>del</strong> Renacimiento<br />

plasmaron en piedra y pintura. El Adán que Miguel Angel pintó en el techo de la Capilla Sixtina, que <strong>del</strong> dedo de Dios<br />

recibe poder para señorear sobre la creación, es muy distinto <strong>del</strong> Adán endeble de los manuscritos medievales. En él se<br />

concreta la visión renacentista <strong>del</strong> ser humano, nacido para crear, para gobernar, para implantar su huella en el mundo<br />

que lo rodea.[Vol. 1, Page 544]<br />

La misma visión toma carne y hueso en la persona de Leonardo de Vinci. Hubo pocas actividades humanas en las<br />

que este genio <strong>del</strong> Renacimiento no interviniera y tratara de mostrar su maestría. Aunque la posteridad lo conoce mayormente<br />

como pintor, Leonardo les prestó gran atención a la ingeniería, la arquitectura, la orfebrería, la balística y la<br />

anatomía. Su ambición era ser el “hombre universal” que constituía el ideal de la época. Sus grandes proyectos de canalización<br />

fluvial, máquinas militares y aparatos de vuelo nunca se llevaron a la realidad. Muchas de sus esculturas y pinturas<br />

quedaron inconclusas, o no pasaron de bocetos que se conservan hasta el día de hoy como valiosas piezas. Sus<br />

múltiples intereses, unidos a las fluctuaciones políticas que no le permitieron residir por largo tiempo en un mismo lugar,<br />

le dieron a su obra un carácter fragmentado e inconcluso. Pero a pesar de ello Leonardo, y las leyendas que se han tejido<br />

alrededor de su personalidad, se han vuelto símbolo y encarnación <strong>del</strong> ideal renacentista <strong>del</strong> “hombre universal”. Esta<br />

visión <strong>del</strong> ser humano y de su capacidad sin límites, tanto para bien como para mal, es el tema principal <strong>del</strong> autor renacentista<br />

Pico de la Mirándola, a quien hemos citado al principio <strong>del</strong> presente capítulo. Tras esa cita, Pico continúa diciendo<br />

que Dios le ha dado al ser humano toda clase de semilla, para que la siembre dentro de sí mismo, y así determine lo<br />

que ha de ser. Quien escoja la semilla vegetativa, o la sensible, no será más que una planta o un bruto. Pero quien escoja<br />

la semilla intelectual, y la cultive dentro de sí, “será un ángel e hijo de Dios”. Y si, insatisfecho con ser una criatura, se<br />

torna hacia el centro de su propia alma, “su espíritu, unido a Dios en su oscura soledad, se elevará por encima de todas<br />

estas cosas”. Todo esto lleva a Pico a exclamar, en extrañas palabras de alabanza a la criatura humana: “¿Quién no ha<br />

de admirar a este camaleón que somos nosotros?”

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