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que se discutía en el siglo XVI, pues los protestantes decían que la iglesia católica se había apartado de su propia doctrina<br />

inicial.<br />

Pero el espíritu legalista de Tertuliano va mucho más allá de estos argumentos. En efecto, Tertuliano piensa que la<br />

promesa bíblica en el sentido de que quien busca ha de hallar quiere decir que, una vez que uno ha encontrado la fe<br />

cristiana, toda búsqueda ha de cesar. Para el cristiano, entonces, toda búsqueda es una falta de fe.<br />

Has de buscar hasta que encuentres, y una vez que lo hayas encontrado, has de creer. A partir de entonces, todo lo que<br />

tienes que hacer es guardar lo que has creído. Y además has de creer que nada más hay que haya de ser creído, ni<br />

nada más que haya de buscarse. (Prescripción, 9.)<br />

Esto quiere decir que basta con la “regla de fe” de la iglesia, y que toda otra búsqueda es peligrosa. Naturalmente,<br />

Tertuliano sí permite que los cristianos traten de aprender más acerca de esa regla de fe. Pero todo lo que se salga de<br />

ella, o lo que venga de otras fuentes, ha de rechazarse. Esto es particularmente cierto de la filosofía [Vol. 1, Page 96]<br />

pagana, ante la cual Tertuliano toma una posición radicalmente opuesta a la de Clemente. Más arriba (página 72) hemos<br />

citado sus palabras contrastando a Atenas con Jerusalén. La misma actitud prevalece en su opinión acerca de la dialéctica,<br />

es decir, <strong>del</strong> método de la filosofía.<br />

¡Miserable Aristóteles, quien les ha dado la dialéctica! Les dio el arte de construir para derribar, un arte de sentencias<br />

resbalosas y de argumentos crudos, [...] que sirve para rechazarlo todo, y que en fin de cuentas no trata de nada (Prescripción,<br />

7).<br />

En resumen, Tertuliano se opone a toda especulación. Hablar por ejemplo, de lo que Dios puede hacer sobre la base<br />

de su omnipotencia, es perder el tiempo y arriesgarse a caer en el error. Lo que hemos de preguntarnos es, no qué podría<br />

Dios hacer, sino qué es lo que en efecto Dios ha hecho. Esto es lo que enseña la iglesia. Esto es lo que se encuentra<br />

en las Escrituras. Lo demás es curiosidad ociosa y por demás peligrosa.<br />

Pero esto no implica que Tertuliano no sea capaz de utilizar argumentos lógicos contra sus adversarios. Al contrario,<br />

la lógica de Tertuliano es a menudo aplastante, como hemos visto en el caso de la Prescripción. Pero el vigor de sus<br />

argumentos se encuentra, mas que en su lógica, en su habilidad retórica, que llega hasta el sarcasmo. A Marción, por<br />

ejemplo, Tertuliano le dice que el Dios de la iglesia ha creado todo este mundo con sus maravillas, y entonces reta a su<br />

contrincante a que le muestre siquiera un triste vegetal hecho por su dios. Y luego le pregunta sarcásticamente en qué<br />

se ocupaba su dios antes de revelarse hace unos pocos años. ¿Es que no amaba a la humanidad hasta última hora? De<br />

este modo, mediante una inigualable combinación de ironía mordaz con una lógica inflexible, Tertuliano se convirtió en el<br />

azote de los herejes y campeón de la ortodoxia.<br />

Y sin embargo, alrededor <strong>del</strong> año 207 aquel rudo enemigo de los herejes, aquel tenaz defensor de la autoridad de la<br />

iglesia, se unió al movimiento montanista, que el resto de los cristianos consideraba herético. Ese paso dado por Tertuliano<br />

es uno de los misterios insolubles de la <strong>historia</strong> de la iglesia, pues sus propios escritos y los demás documentos de<br />

la época nos dicen poco acerca de sus motivaciones. Por tanto, es imposible decir a ciencia cierta por qué Tertuliano se<br />

hizo montanista. Pero sí podemos, mediante el estudio <strong>del</strong> montanismo y <strong>del</strong> carácter de Tertuliano, ver algo de la afinidad<br />

que existía entre ambos.<br />

El montanismo recibe ese nombre de su fundador, Montano, quien había sido sacerdote pagano hasta su conversión<br />

alrededor <strong>del</strong> año 155. Algún tiempo después, Montano comenzó a profetizar, diciendo que había sido poseído por el<br />

Espíritu Santo. Pronto se le unieron dos mujeres, Priscila y Maximila. Esto en sí no era nuevo, pues en esa época todavía<br />

continuaba la práctica de permitirles a quienes recibían ese don que profetizaran en las iglesias. Lo que sí se acostumbraba<br />

—y se había acostumbrado desde el principio— era asegurarse de que lo que tales profetas decían concordaba<br />

con la doctrina cristiana. En el caso de Montano y sus seguidores, pronto las autoridades eclesiásticas comenzaron a<br />

tener dudas, pues los montanistas decían que con ellos había comenzado una nueva era. De igual modo que en Jesucristo<br />

se había iniciado una nueva edad, ahora estaba sucediendo lo mismo con la dádiva <strong>del</strong> Espíritu Santo a los montanistas.<br />

Esa nueva edad se caracterizaba por una vida moral más rigurosa, de igual modo que el Sermón <strong>del</strong> Monte<br />

había enseñado una doctrina más rigurosa que el Antiguo Testamento.<br />

La razón por la que el resto de la iglesia se opuso a la predicación de los montanistas no fue su énfasis en las profecías,<br />

sino lo que pretendían en el sentido de que ahora comenzaba una nueva era, el fin de la <strong>historia</strong>. Según el Nuevo<br />

[Vol. 1, Page 97] Testamento, los últimos tiempos comenzaron con el advenimiento y resurrección de Jesucristo, y con<br />

la dádiva <strong>del</strong> Espíritu Santo. Con el correr de los años, esto se fue olvidando, hasta el punto que a nosotros hoy se nos<br />

hace difícil concebirlo así. Pero en el siglo segundo la iglesia seguía afirmando que el fin había comenzado en Jesucristo.<br />

Por lo tanto, afirmar, como lo hacían los montanistas, que el fin había comenzado ahora, con la dádiva <strong>del</strong> Espíritu a<br />

Montano y los suyos, era disminuir la importancia de los acontecimientos <strong>del</strong> Nuevo Testamento y pretender que el<br />

evangelio no era sino una etapa más en la <strong>historia</strong> de la salvación. Tales doctrinas la iglesia no podía aceptar.

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