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hacia la vida práctica y cotidiana. La iglesia está necesitada de reforma porque ha abandonado esta disciplina, y se ha<br />

dejado llevar por los vicios de los paganos.<br />

Para Erasmo, las doctrinas tenían importancia secundaria. Esto no quería decir que fuesen indiferentes, pues sí<br />

había doctrinas, tales como la de la encarnación, que eran fundamentales. Pero la vida recta era mucho más importante<br />

que la doctrina ortodoxa, y los frailes que se dedicaban a distinciones sutiles al tiempo que llevaban vidas escandalosas<br />

eran objeto frecuente de los mordaces ataques de Erasmo.[Vol. 1, Page 548]<br />

En resumen, lo que el humanista holandés buscaba era una reforma de las costumbres, la práctica de la decencia y<br />

la moderación. Poco a poco fue ganándose la admiración de buena parte de los eruditos de Europa, que se escandalizaban<br />

ante las actividades de los papas <strong>del</strong> Renacimiento. Entre sus admiradores se contaban no pocos nobles y soberanos.<br />

Su programa de reforma parecía tener buenas posibilidades de éxito.<br />

Entonces estalló la Reforma protestante. Los espíritus se inflamaron. Las cuestiones planteadas, más que de moralidad,<br />

eran de teología fundamental. Ambos partidos trataron de ganarse el apoyo <strong>del</strong> famoso humanista. Pero Erasmo no<br />

podía apoyar de todo corazón a ninguno de los dos. Por fin rompió definitivamente con Lutero y los suyos, pero sin prestarles<br />

su ayuda a los católicos que se oponían a la Reforma. Desde su estudio, siguió clamando por la moderación, la<br />

reforma al estilo humanista, y las virtudes de los estoicos y platónicos de antaño. Pero nadie lo escuchaba. Erasmo no se<br />

había percatado de la profundidad de las cuestiones que se debatían, y la reforma que tanto había anhelado no tuvo<br />

lugar. Su sueño, como tantos otros antes, quedó frustrado.<br />

[Vol. 1, Page 549] Jerónimo<br />

Savonarola 54<br />

Estos señorones, como si no supieran que son tan humanos como los demás,<br />

quieren que todos los honren y bendigan. Pero el verdadero predicador no puede<br />

adularlos, sino que tiene que atacar sus vicios. Luego, no pueden soportarlo,<br />

porque no se comporta con ellos como lo hacen los demás.<br />

Jerónimo Savonarola<br />

Hacia fines de la primavera de 1490, un fraile dominico de treinta y siete años de edad se presentó a pie ante las puertas<br />

de Florencia. Su nombre era Jerónimo Savonarola, natural de Ferrara, donde lo había educado su abuelo paterno, un<br />

médico distinguido tanto por su ciencia como por su devoción y su rectitud moral. De este abuelo, Savonarola había recibido<br />

principios que nunca lo abandonarían, y que lo llevaron, cuando era todavía joven, a unirse a la orden de los predicadores<br />

de Santo Domingo. Pronto el fraile dominico se distinguió por su dedicación al estudio y a la santidad, y por ello<br />

la orden le confió responsabilidades cada vez más importantes. Años antes había residido por primera vez en Florencia,<br />

donde se le admiró por su erudición bíblica, aunque no por sus sermones, cuya vehemencia y acento ferrarense no sonaban<br />

bien en los oídos renacentistas de los florentinos. Después había sido maestro de estudios en el convento dominico<br />

de Boloña.<br />

Ahora regresaba a Florencia a petición <strong>del</strong> amo de la ciudad, Lorenzo de Médicis. Quizá lo que había inspirado a este<br />

tirano a hacer tan extraña petición fue la recomendación de Pico de la Mirándola, quien había trabado amistad con el<br />

fraile y se había vuelto su admirador. En todo caso, Lorenzo no tardaría en descubrir que el predicador a quien había<br />

invitado a su ciudad le acarrearía problemas.<br />

Al principio, Savonarola se limitó a exponer las Escrituras a los frailes <strong>del</strong> convento dominico de San Marcos. Pero<br />

pronto su fama se extendió, y un gran número de personas de fuera <strong>del</strong> convento comenzó a acudir a sus conferencias.<br />

En consecuencia éstas se trasladaron <strong>del</strong> jardín donde hasta entonces habían tenido [Vol. 1, Page 550] lugar, a la iglesia<br />

<strong>del</strong> convento. Durante casi medio año, el elocuente fraile expuso el libro de Apocalipsis. Aunque al comienzo se trataba<br />

de conferencias, pronto se convirtieron en sermones. En ellos, Savonarola atacaba la corrupción de la iglesia, y<br />

profetizaba que, antes de ser restaurada, la iglesia tendría que pasar por una gran tribulación. Además, al tiempo que<br />

comentaba sobre el Apocalipsis, atacaba a los poderosos, cuyo lujo y avaricia eran una contradicción de la fe cristiana.<br />

Su popularidad creció rápidamente, y en Cuaresma de 1491 se le invitó a predicar en Santa María de las Flores, la<br />

iglesia más importante de la ciudad. Allí se vio claramente que su prédica no era <strong>del</strong> agrado de los poderosos. Lorenzo<br />

de Médicis trató de hacerlo callar; pero el fraile le respondió que no podía callar la Palabra de Dios. Sus ataques, al mismo<br />

tiempo que iban dirigidos contra la corrupción que reinaba en todos los niveles sociales, no dejaban de referirse a los<br />

impuestos onerosos que Lorenzo exigía, y con los cuales sustentaba la pompa de su casa y sus favoritos. Lorenzo trató

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