justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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se encontraba en medio de la villa. Los cristianos, tanto cruzados como residentes de Antioquía, se lanzaron a las calles<br />
y mataron a todos los turcos que no se refugiaron en la ciuda<strong>del</strong>a con suficiente rapidez.<br />
El entusiasmo de la victoria duró sólo cuatro días. El siete de junio un nuevo ejército turco, al mando de Kerbogat, le<br />
puso cerco a Antioquía. Los cristianos se encontraban entonces entre dos fuerzas enemigas, el nuevo ejército que ahora<br />
los sitiaba y los antiguos sitiados, que todavía dominaban la ciuda<strong>del</strong>a. La situación era desesperante; el hambre, insoportable.<br />
El largo sitio, y la enorme matanza, habían dado lugar a epidemias terribles.<br />
Fue entonces cuando un humilde campesino provenzal, llamado Pedro Bartolomé, fue a ver a los jefes de la Cruzada<br />
para confiarles las visiones que había tenido. En ellas San Andrés y el propio Jesucristo se le habían aparecido, y le<br />
habían dicho que la lanza que había herido el costado <strong>del</strong> Señor se hallaba enterrada bajo la iglesia de San Pedro, allí<br />
mismo, en Antioquía. Al principio los jefes no le prestaron atención. En aquel ejército abundaban las visiones. Pero después<br />
el sacerdote Esteban tuvo otras revelaciones en las que parecía confirmarse lo que Pedro Bartolomé había dicho.<br />
Por fin los jefes decidieron ir a buscar la Santa Lanza. Todo el día cavaron donde Pedro Bartolomé les indicó. Estaban<br />
dispuestos a abandonar la búsqueda cuando el visionario saltó al hoyo y besó algo que apenas se veía en el fondo. Con<br />
redoblado ánimo, los que cavaban exhumaron lo que el vidente les indicaba, ¡y descubrieron que era una lanza!<br />
Un frenesí se posesionó <strong>del</strong> ejército. En otra visión, Pedro Bartolomé recibió el mandamiento de que los cruzados<br />
ayunaran por cinco días, y después atacaran a los que los cercaban. Cuando, después <strong>del</strong> período de ayuno, aquel ejército<br />
casi <strong>del</strong>irante se lanzó sobre los turcos, con la Santa Lanza como estandarte, las tropas de Kerbogat huyeron despavoridas.<br />
En medio <strong>del</strong> desorden, fueron miles los turcos [Vol. 1, Page 386] que murieron, mientras sus enemigos los<br />
perseguían sin tregua. El ejército turco quedó deshecho. Por fin, los cruzados regresaron al campamento <strong>del</strong> enemigo,<br />
para tomar el botín de guerra. Allí encontraron numerosas mujeres que los turcos habían traído consigo, y un cronista<br />
nos cuenta que era tal el fervor de aquellos soldados cristianos que “no les hicimos nada malo, sino sólo matarlas a lanzadas”.<br />
La conquista de Antioquía no facilitó la empresa de los cruzados. Bohemundo quería la ciudad para sí, de igual modo<br />
que Balduino antes había tomado a Edesa. Raimundo de Tolosa insistía en el juramento hecho al emperador bizantino.<br />
Tales disensiones demoraban la marcha sobre Jerusalén. Por fin el ejército, que veía su entusiasmo refrenado, amenazó<br />
a los nobles, diciéndoles que puesto que Antioquía parecía causar tales contiendas lo mejor sería destruir sus murallas,<br />
para que nadie se dejase llevar por la ambición. Ante tales amenazas, los nobles hicieron unas paces forzadas.<br />
Bohemundo quedó en Antioquía, en tanto que Raimundo y el grueso <strong>del</strong> ejército proseguían hacia Jerusalén. Pero antes<br />
de salir Raimundo ordenó la destrucción de las defensas, y le prendió fuego a la ciudad. Ademar de Puy, el único capaz<br />
de mantener unidos a aquellos nobles de ambiciones discordantes, había muerto de la fiebre en Antioquía. No había<br />
ahora más jefes religiosos reconocidos que los visionarios al estilo de Pedro Bartolomé.<br />
Según se acercaban al final de su larga peregrinación, la gente <strong>del</strong> pueblo insistía cada vez más en que se apresurara<br />
la marcha. Pero los nobles, acostumbrados como estaban a guerrear en pos de botín y tierras, querían detenerse a<br />
cada paso para asediar una ciudad o tomar una fortaleza. Al llegar a Trípoli, el emir de esa ciudad los recibió cortésmente<br />
y les prometió pagar fuerte tributo. Pero Raimundo pensó que quizá se lograría un pago más elevado si antes de<br />
hacer un trato tomaban la fortaleza de Arca. El ejército se resistía a esta nueva demora. Godofredo de Bouillon, quien<br />
había salido en una breve expedición, se unió de nuevo al grueso de las tropas, y tomó el partido <strong>del</strong> pueblo. Era necesario<br />
continuar de inmediato la marcha hacia Jerusalén.<br />
Pedro Bartolomé, el visionario que había llevado al descubrimiento de la Santa Lanza, tuvo una nueva revelación, en<br />
la que se le dijo que la expedición no debía tardar más en el camino. Si iban a tomar Arca, debían hacerlo de inmediato,<br />
mediante un ataque frontal, y continuar inmediatamente hacia la Ciudad Santa. Raimundo y los suyos no le prestaron<br />
atención. El vidente se declaró pronto a probar su visión mediante el fuego. El Viernes Santo, a prima tarde, cuarenta mil<br />
testigos se reunieron para presenciar las ordalías. Dos piras fueron encendidas. Entre ellas había un pasadizo estrecho<br />
de unos cuatro metros de largo, por donde debía transitar el presunto profeta. Este, tras pedir la ayuda <strong>del</strong> cielo, tomó la<br />
Santa Lanza, y con paso firme y decidido se adentró entre las llamas. Allí lo vieron cuarenta mil testigos pasearse lentamente,<br />
hasta que salió al otro lado. Sobre lo que sucedió entonces los cronistas difieren. Hay quien dice que el falso<br />
profeta cayó exánime al otro lado, y que esa noche murió a consecuencia de sus quemaduras. Pero la versión que se<br />
difundió entre los cruzados era que, al verlo salir ileso de las llamas, el pueblo se lanzó sobre él, para tratar de tocarlo, o<br />
de obtener un pedazo de sus ropas a modo de reliquia, y que el tumulto fue tal que sus propios seguidores le quebraron<br />
varios huesos, a consecuencia de lo cual murió esa noche.<br />
En todo caso, la mayoría de los cruzados no estaba dispuesta a continuar el sitio de Arca, que pronto fue levantado.<br />
A regañadientes, Raimundo siguió el impulso incontenible que parecía arrastrar a aquel ejército hacia Jerusalén. Pero el<br />
resultado [Vol. 1, Page 387] de su ambición fue que perdió el apoyo con que antes había contado entre los soldados. Su