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87<br />

Atanasio de<br />

Alejandría 19<br />

Los resultados de la encarnación <strong>del</strong> Salvador son tales y tantos que quien intente<br />

enumerarlos podría compararse a quien contempla la vastedad <strong>del</strong> mar y<br />

trata de contar sus olas.<br />

Atanasio de Alejandría<br />

Entre las muchas personas que asistieron al Concilio de Nicea se encontraba un joven diácono alejandrino de tez oscura,<br />

y tan corto de estatura que sus enemigos se burlaban de él llamándole enano. Se trataba de Atanasio, el secretario<br />

de Alejandro, que pronto vendría a ser una de las figuras centrales de la controversia, y el principal y más decidido defensor<br />

de la fe nicena.<br />

Los primeros años<br />

Nos es imposible saber el lugar y la fecha exactos <strong>del</strong> nacimiento de Atanasio, aunque parece haber sido en una pequeña<br />

aldea o ciudad de poca importancia a orillas <strong>del</strong> Nilo, alrededor <strong>del</strong> año 299. Puesto que hablaba el copto, que era<br />

el idioma de los habitantes originales de la región que habían sido conquistados por los griegos y los romanos, y puesto<br />

que su tez era oscura, como la de los coptos, es muy probable que haya pertenecido a ese grupo, y que por tanto su<br />

procedencia social se encuentre en las clases bajas <strong>del</strong> Egipto. Ciertamente, Atanasio nunca pretendió ser persona distinguida,<br />

ni conocedora de las sutilezas de la cultura grecorromana.<br />

Sabemos también que desde fecha muy temprana Atanasio se relacionó estrechamente con los monjes <strong>del</strong> desierto.<br />

Jerónimo nos dice que nuestro personaje le regaló un manto a Pablo el ermitaño. Y el propio Atanasio, que escribió la<br />

Vida de San Antonio, dice que acostumbraba visitar a este famoso monje y lavarle las manos. Este último detalle ha<br />

hecho pensar a algunos que de niño Atanasio sirvió a Antonio. Aunque esto es posible, sólo tenemos indicios de ello, y<br />

por tanto es aventurado asegurarlo. Pero lo que sí resulta indubitable es que a través de toda su [Vol. 1, Page 186] vida<br />

Atanasio tuvo relaciones estrechísimas con los monjes <strong>del</strong> desierto, que en más de una ocasión le protegieron frente a<br />

las autoridades, según veremos más a<strong>del</strong>ante. De los monjes Atanasio aprendió una disciplina rígida para con su persona,<br />

y una austeridad que le ganó la admiración de sus amigos y por lo menos el respeto de sus enemigos. De todos los<br />

opositores <strong>del</strong> arrianismo, Atanasio era el más temible. Y esto, no porque su lógica fuese más sutil —que no lo era— ni<br />

porque su estilo fuese el más pulido —que tampoco lo era— ni porque Atanasio estuviera dotado de gran habilidad política<br />

—que no lo estaba— sino porque Atanasio se hallaba cerca <strong>del</strong> pueblo, y vivía su fe y su religión sin las sutilezas de<br />

los arrianos ni las pompas de tantos otros obispos de grandes sedes. Su disciplina monástica, sus raíces populares, su<br />

espíritu fogoso y su convicción profunda lo hacían invencible.[Vol. 1, Page 187]<br />

Aún antes de estallar la controversia arriana, Atanasio había escrito dos obras, una Contra los gentiles, y otra Acerca<br />

de la encarnación <strong>del</strong> Verbo. Nada hay en estas obras de las especulaciones de Clemente o de Orígenes. Pero sí hay<br />

una profunda convicción de que el hecho central de la fe cristiana, y de toda la <strong>historia</strong> humana, es la encarnación de<br />

Jesucristo. La presencia de Dios en medio de la humanidad, hecho hombre: he ahí el meollo <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong> según Atanasio<br />

lo entiende.<br />

En un bello pasaje, Atanasio compara la encarnación a la visita <strong>del</strong> emperador en una ciudad. El emperador decide<br />

visitarla, y toma por residencia una de las casas de la misma. El resultado es que, no sólo esa casa, sino toda la ciudad,<br />

reciben un honor y una protección especial, de tal modo que los bandidos no se atreven a atacarla. De igual modo el<br />

Monarca <strong>del</strong> universo ha venido a visitar nuestra ciudad humana, viviendo en una de nuestras casas, y gracias a su presencia<br />

en Jesús todos nosotros quedamos protegidos de los ataques y artimañas <strong>del</strong> maligno. Ahora, en virtud de esa<br />

visita de Dios en Jesucristo, somos libres para llegar a ser lo que Dios quiere que seamos, es decir, seres capaces de<br />

vivir en comunión con El.<br />

Como se ve, la presencia de Dios en la <strong>historia</strong> era el elemento central de la fe de Atanasio —como lo ha sido para<br />

tantos otros cristianos a través de los siglos—. Por tanto, no ha de sorprendernos el hecho de que Atanasio viera en las<br />

doctrinas arrianas una grave amenaza a la fe cristiana. En efecto, lo que Arrio decía era que quien había venido en Jesucristo<br />

no era Dios mismo, sino un ser inferior, una criatura. El Verbo era la primera de las criaturas de Dios, pero siempre<br />

una criatura. Tales opiniones Atanasio no podía aceptar —como tampoco podían aceptarla los monjes que se habían<br />

retirado al desierto por amor de Dios encarnado, ni los feligreses que se reunían a participar de la liturgia que Atanasio

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