justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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norte de Francia quedaron relativamente indefensas, y los normandos descubrieron que podían impunemente desembarcar<br />
en una región, saquear sus iglesias, monasterios y palacios, capturar esclavos, y regresar a sus tierras con enorme<br />
botín. Puesto que frecuentemente atacaban los monasterios, se les tuvo por gente irreligiosa, y su nombre sembró el<br />
pánico en toda Europa.<br />
Al principio los normandos limitaron sus ataques a las regiones más cercanas, en las Islas Británicas y en el norte de<br />
Francia. Pero pronto se volvieron más osados, ampliaron su campo de acción y se establecieron como conquistadores<br />
en diversos [Vol. 1, Page 340] lugares. En Inglaterra, el rey de Wessex, Alfredo el Grande (871–899) fue el único que<br />
logró resistir su embate. Pero a principios <strong>del</strong> siglo XI el rey de Dinamarca, Canuto, era dueño de toda Inglaterra. En<br />
Francia, los normandos tomaron y saquearon ciudades tales como Burdeos, Nantes y París, hasta donde llegaron remontando<br />
el Sena en el año 845. En España, saquearon lugares cristianos tales como Santiago de Compostela, y musulmanes<br />
tales como Sevilla.<br />
Después pasaron por el estrecho de Gibraltar, y empezaron a atacar las costas <strong>del</strong> Mediterráneo. A la postre se establecieron<br />
en el sur de Italia y en Sicilia, de donde expulsaron a los musulmanes y fundaron un reino normando.<br />
Todas estas conquistas no podían sino sembrar el pánico y el caos en Europa occidental. La efímera unidad que se<br />
había logrado bajo Carlomagno y Ludovico Pio se había roto, y no quedaba autoridad alguna capaz de oponerse a los<br />
desmanes de los escandinavos. Al mismo tiempo, esos desmanes contribuían al caos, y hacían más difícil todavía la<br />
restauración de las glorias carolingias.[Vol. 1, Page 341]<br />
Por estas razones un famoso <strong>historia</strong>dor se ha referido al siglo X como “un siglo oscuro, de hierro y de plomo”. Desde<br />
el punto de vista político, el Imperio logró cierto lustre hacia la segunda mitad <strong>del</strong> siglo, bajo Otón el Grande y sus<br />
sucesores inmediatos. Pero aun ese Imperio restaurado tuvo que ser un imperio de hierro y de plomo. Desde el punto de<br />
vista religioso, el papado descendió al nivel más bajo de su <strong>historia</strong>. En cuanto a los normandos, a la postre todos se<br />
hicieron cristianos. Algunos se establecieron en territorios antes cristianos, como la zona <strong>del</strong> norte de Francia que desde<br />
entonces se llamó “Normandía”, y aceptaron la fe de los pueblos conquistados. Otros sencillamente esperaron a que, por<br />
diversas razones, sus reyes [Vol. 1, Page 342] se hicieran cristianos, y entonces siguieron su ejemplo (o su imperioso<br />
mandato, según el caso). En la primera mitad <strong>del</strong> siglo XI, bajo el rey Canuto, quien llegó a gobernar toda Inglaterra,<br />
Dinamarca, Suecia y Noruega, casi todos los escandinavos eran ya cristianos, al menos de nombre.<br />
Los magiares o húngaros<br />
Al mismo tiempo que los normandos invadían la cristiandad occidental desde el norte, otro pueblo lo hacía desde el<br />
este. Se trataba de los magiares, a quienes el mundo latino dio el nombre de “húngaros” porque parecían comportarse<br />
como los hunos de antaño. Tras establecerse en lo que hoy es Hungría, los húngaros invadieron a Alemania repetidamente,<br />
y en más de una ocasión atravesaron el Rin. La lejana Borgoña tembló bajo los cascos de sus caballos, y hasta<br />
el extremo sur de Italia sus huestes marcharon, victoriosas y destructoras. Todo lo arrasaban a su paso, y ciudades enteras<br />
fueron incendiadas. Por fin, en el 936, Enrique I el Halconero los derrotó decisivamente, y desde entonces los ataques<br />
de los húngaros, aunque repetidos, fueron menos temibles. Poco a poco, los húngaros asimilaron la cultura de sus<br />
vecinos alemanes y de los eslavos que les estaban sometidos. A Hungría llegaron misioneros tanto de Alemania como<br />
<strong>del</strong> Imperio Bizantino. A fines <strong>del</strong> siglo X, el rey Gueisa recibió el bautismo, así como su corte y su heredero, Vayk. En el<br />
año 997, Vayk, quien para entonces había tomado el nombre de Esteban, heredó la corona, e inmediatamente les ordenó<br />
a sus súbditos que se hicieran cristianos. Por la fuerza, el país se convirtió. Tras la muerte de Esteban en el 1038, el<br />
pueblo lo tuvo por santo, y por tanto se le conoce como San Esteban de Hungría.<br />
La decadencia <strong>del</strong> papado<br />
El ocaso <strong>del</strong> papado no fue tan rápido como el de los carolingios. Al contrario, al faltar la unidad imperial, y por un<br />
breve tiempo, los papas fueron la única fuente de autoridad universal en la Europa occidental. Por esa razón Nicolás I,<br />
quien reinó <strong>del</strong> 858 al 867, fue el papa más notable desde tiempos de Gregorio el Grande. El poder de Nicolás se vio<br />
aumentado por una colección de documentos supuestamente antiguos, las Falsas Decretales, que les daban a los papas<br />
enormes facultades. Los <strong>historia</strong>dores modernos han comprobado que las mentidas decretales fueron escritas, no por el<br />
papa, sino por ciertos miembros de la baja jerarquía alemana, que querían aumentar el poder <strong>del</strong> papado como un freno<br />
contra sus superiores directos. Pero en todo caso el hecho es que Nicolás creía, junto a toda Europa, que las Decretales<br />
eran genuinas, y a base de ellas actuó con una energía sin precedente. Buena parte de su actuación fue en pro de la<br />
paz, que a su parecer los poderosos rompían por razones triviales, mientras era el pueblo quien sufría los desmanes de<br />
la guerra. Además trató de intervenir en el caso <strong>del</strong> rey Lotario II, que había abandonado a su esposa para casarse con<br />
la que había sido su concubina desde su juventud.<br />
El sucesor de Nicolás, Adriano II, siguió la misma política. Los cronistas cuentan que cuando Lotario III y su corte se<br />
presentaron en Montecasino a la comunión en que el Papa oficiaba, éste lo conminó: Si te declaras inocente <strong>del</strong> crimen