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inválidos. El apóstol Pablo, que parece haber pertenecido a una clase social algo más elevada, dice sin embargo que la<br />

mayoría de los cristianos en Corinto eran gentes ignorantes, carentes de poder, y de linaje oscuro. Lo mismo es cierto a<br />

través de los tres primeros siglos de la vida de la iglesia. Aunque sabemos de algunos [Vol. 1, Page 112] cristianos de<br />

alta clase social, tales como Domitila y Flavio Clemente en Roma, y Perpetua en Cartago, por cada uno de estos personajes<br />

parece haber habido centenares de cristianos de baja posición social. En su mayoría, los cristianos eran esclavos,<br />

carpinteros, albañiles o herreros.<br />

En este medio se produjeron numerosos escritos y leyendas cuyo tono es muy distinto <strong>del</strong> de las obras de Justino y<br />

los demás eruditos cristianos. Se trata de toda una muchedumbre de evangelios apócrifos, y de “Hechos” de diversos<br />

apóstoles y de la Virgen, en los que se narran <strong>historia</strong>s casi pueriles de milagros cuyo único propósito parece ser cautivar<br />

y <strong>del</strong>eitar la imaginación. Estos libros apócrifos no han de confundirse con los que produjeron los herejes para prestar<br />

apoyo a sus doctrinas. Aunque en algunos de ellos se hallan doctrinas heterodoxas, su propósito es más bien alimentar<br />

la fantasía de los crédulos. Así, por ejemplo, en uno de estos evangelios el niño Jesús se entretiene quebrando los cántaros<br />

que sus compañeros de juego traen al pozo, y luego cuando ellos lloran por haber perdido sus cántaros, y porque<br />

sus padres les castigarán, Jesús les ordena a las aguas que devuelvan los cantaros, los cuales son devueltos enteros.<br />

De igual modo, en otra ocasión, según el mismo evangelio apócrifo, Jesús le ordenó a un árbol alto que se doblegara,<br />

para él subirse sobre el árbol, y éste le obedeció y después se enderezó, como un camello que se echa para que el amo<br />

monte sobre él.<br />

Pero todo esto no ha de hacernos despreciar la perspectiva de estos cristianos comunes. Al contrario, cuando comparamos<br />

esa perspectiva con la de algunos de los más distinguidos maestros de la iglesia, vemos que las gentes pobres<br />

e ignorantes poseían una comprensión más profunda de algunas de las verdades bíblicas. Así, por ejemplo, el Dios activo,<br />

soberano y justiciero que aparece en algunos de estos evangelios apócrifos se acerca mucho más al Dios de la Biblia<br />

que el Uno inefable y distante de Justino o de Clemente de Alejandría. De igual modo, mientras los grandes defensores<br />

<strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong> se esforzaban por mostrarles a las autoridades que su fe no se oponía a la política imperial, hay indicios<br />

de que el común de los cristianos sí sabía que existía un conflicto insoluble entre los propósitos <strong>del</strong> Imperio y los propósitos<br />

de Dios. Cuando a uno de estos cristianos se le lleva ante las autoridades imperiales, las confronta negándose a<br />

reconocer la autoridad <strong>del</strong> emperador, y refiriéndose a Cristo como “mi Señor, el emperador de los reyes y de todas las<br />

naciones”. Por último, mientras algunos de los maestros cristianos tendían a espiritualizar excesivamente la esperanza<br />

cristiana, en la fe de estas gentes comunes persistía todavía la visión de un Reino de justicia que suplantaría al presente<br />

orden, de una nueva Jerusalén donde Dios enjugaría el llanto de los que ahora sufrían. En la próxima sección de esta<br />

<strong>historia</strong>, al tratar acerca <strong>del</strong> impacto de la conversión de Constantino, veremos que cuando la iglesia se volvió poderosa<br />

muchos de estos elementos fueron quedando relegados.<br />

El culto cristiano<br />

Lo que sabemos <strong>del</strong> culto cristiano nos da una idea <strong>del</strong> modo en que aquellos cristianos de los primeros siglos percibían<br />

y experimentaban su fe. En efecto, cuando estudiamos el modo en que la iglesia antigua adoraba, nos percatamos<br />

<strong>del</strong> impacto que su fe debe haber tenido para las masas desposeídas que constituían la mayoría de los fieles.[Vol. 1,<br />

Page 113]<br />

Desde sus mismos inicios, la iglesia cristiana acostumbraba reunirse el primer día de la semana para “partir el pan”.<br />

La razón por la que el culto tenía lugar el primer día de la semana era que en ese día se conmemoraba la resurrección<br />

<strong>del</strong> Señor. Luego, el propósito principal <strong>del</strong> culto no era llamar a los fieles a la penitencia, ni hacerles sentir el peso de<br />

sus pecados, sino celebrar la resurrección <strong>del</strong> Señor y las promesas de que esa resurrección era el sello. Es por esto<br />

que el libro de Hechos describe aquellos cultos diciendo que “partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y<br />

sencillez de corazón” (Hechos 2:46). La atención en aquellos servicios de comunión no se centraba tanto en los acontecimientos<br />

<strong>del</strong> Viernes Santo como en los <strong>del</strong> Domingo de Resurrección. Una nueva realidad había amanecido, y los cristianos<br />

se reunían para celebrarla y para hacerse partícipes de ella. A partir de entonces, y a través de casi toda la <strong>historia</strong><br />

de la iglesia, la comunión ha sido el centro <strong>del</strong> culto cristiano. Es sólo en fecha relativamente reciente que algunas<br />

iglesias protestantes han establecido la práctica de reunirse para adorar los domingos sin celebrar la comunión. Empero<br />

esto pertenece a otros capítulos de esta <strong>historia</strong>.<br />

Además de los indicios que nos ofrece el Nuevo Testamento, y que son de todos conocidos, sabemos acerca <strong>del</strong><br />

modo en que los antiguos cristianos celebraban la comunión gracias a una serie de documentos que han perdurado hasta<br />

nuestros días. Aunque no podemos entrar en detalles acerca de cada uno de estos documentos, y de las diferencias<br />

entre ellos, sí podemos señalar algunas de las características comunes, que parecen haber formado parte de todas las<br />

celebraciones de la comunión.<br />

La primera de ellas, a la que hemos aludido anteriormente, es que la comunión era una celebración. El tono característico<br />

<strong>del</strong> culto era el gozo y la gratitud, más bien que el dolor o la compunción. Al principio, la comunión se celebraba en

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