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252<br />

En resumen, en los últimos siglos de la Edad Media el escolasticismo siguió un camino que no podía sino provocar<br />

una reacción negativa por parte de gentes devotas, que veían en esa clase de teología, no una ayuda a la piedad, sino<br />

un obstáculo. Con insistencia y urgencia siempre crecientes, se hizo oír el grito angustiado de quienes pedían un retorno<br />

a la sencillez evangélica.<br />

[Vol. 1, Page 537] El Renacimiento<br />

y el humanismo 53<br />

¡Oh suprema liberalidad <strong>del</strong> Padre Dios! ¡Oh altísima y maravillosísima dicha <strong>del</strong><br />

ser humano! A él le ha sido concedido tener lo que decida, ser lo que quiera.<br />

Pico de la Mirándola<br />

Pocos términos en la <strong>historia</strong> se utilizan con mayor ambigüedad que los de “Renacimiento” y “humanismo”. El título mismo<br />

de “Renacimiento”, aplicado a una época histórica, implica un juicio negativo sobre la época que la precedió. Fue así<br />

que utilizaron el término quienes lo acuñaron. Para ellos, la “Edad Media” no era más que eso: un período intermedio<br />

entre las glorias de la antigüedad y las de los tiempos modernos. Al darle el nombre de “gótico” al arte medieval, expresaban<br />

una vez más ese prejuicio —"gótico" quiere decir “proveniente de los godos”, y por tanto “bárbaro”—. Ya hemos<br />

señalado que el arte mal llamado “gótico”, lejos de ser señal de barbarie, fue uno de los mayores logros de la civilización<br />

occidental. Pero en todo caso, quienes le dieron el nombre de “Renacimiento” al movimiento intelectual y artístico que<br />

surgió en Italia en los siglos XIV y XV, además de mostrar con ello sus prejuicios acerca de los siglos anteriores, daban<br />

señales de su ignorancia de esos siglos.<br />

En efecto, el supuesto “Renacimiento”, con todo y beber en parte de las fuentes de la literatura y el arte clásicos, se<br />

inspiró mucho más en los siglos XII y XIII. Su arte tiene profundas raíces en el gótico; su actitud hacia el mundo toma<br />

tanto de San Francisco como de Cicerón; y su literatura se inspira en parte en los cantares medievales que los trovadores<br />

llevaban de región en región.<br />

Pero a pesar de todo ello, es todavía lícito darle a este período, particularmente en Italia, el nombre de “Renacimiento”.<br />

Muchos de los principales intelectuales de la época veían en el pasado inmediato, y a veces en el presente, una<br />

época de decadencia con respecto a la antigüedad clásica, y por ello se dedicaron a fomentar un renacer de esa antigüedad,<br />

a volver a sus fuentes, y a imitar su lenguaje y su estilo. Es a esto que nos referimos aquí al hablar <strong>del</strong> “Renacimiento”.[Vol.<br />

1, Page 538]<br />

En cuanto al término “humanismo”, la ambigüedad no es menor. Por una parte, se le da ese nombre a la tendencia a<br />

colocar la criatura humana en el centro <strong>del</strong> universo, y a hacer resaltar su valor. Por otra, se le da el mismo nombre al<br />

estudio de las “humanidades”. Un “humanista” no es entonces quien subraya el valor humano, sino quien se dedica a las<br />

bellas artes, y en particular a la literatura. Como veremos en el resto de este capítulo, muchos de los “humanistas” de los<br />

siglos XIV y XV, y aun después, lo eran en ambos sentidos. Su interés en las letras clásicas iba frecuentemente unido a<br />

una gran admiración por la criatura capaz de producir tales obras de arte. Pero no siempre se dio esa unión. Por tanto, a<br />

modo de simple aclaración, señalemos que en este contexto, al hablar <strong>del</strong> “humanismo”, nos referimos, no a una opinión<br />

acerca <strong>del</strong> valor de la criatura humana, sino a un movimiento literario que se caracterizó por el estudio cuidadoso de las<br />

letras clásicas, y por su imitación.<br />

Italia en los siglos XIV y XV<br />

Fue en Italia que el Renacimiento tuvo su origen y sus mejores logros. Las causas de esto han de verse, en parte al<br />

menos, en las condiciones políticas y económicas de esa península.<br />

Al igual que el resto de Europa occidental, Italia sufrió los estragos de la peste bubónica y de las guerras, que parecían<br />

haberse vuelto endémicas. Y, mucho más que el resto de Europa, sufrió las consecuencias de la “cautividad babilónica”<br />

y <strong>del</strong> Gran Cisma de Occidente. Casi constantemente fue ella el escenario de guerras entre papas rivales, o entre<br />

nobles o repúblicas que apoyaban a uno u otro de los pretendientes. Al mismo tiempo, el movimiento republicano se<br />

enfrentaba de continuo a la vieja aristocracia, y por tanto en ciudades tales como Florencia y Venecia se daban revoluciones<br />

que frecuentemente llevaban a conflictos armados, no sólo en la ciudad misma, sino también con los territorios<br />

vecinos.<br />

En medio de tales circunstancias, Italia no lograba seguir el ejemplo de Francia, que había logrado su unidad nacional,<br />

ni de España, que iba camino de ella. Los espíritus más patrióticos entre los italianos se dolían de esa situación. Es<br />

dentro de este contexto que ha de entenderse la más famosa obra de Nicolás Maquiavelo, El príncipe. Maquiavelo era

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