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250<br />

Este movimiento no pretendía oponerse a la iglesia, ni a su jerarquía. Aunque algunos de sus jefes criticaban los<br />

abusos de los prelados, y en particular su espíritu de ostentación, a la postre la mayoría encontraba respuesta a esta<br />

situación, no atacándola abiertamente, sino retirándose a la meditación. Si la iglesia estaba corrompida, el cristiano podía<br />

todavía sobreponerse a esa corrupción siguiendo el camino de la devoción moderna, y dedicándose a la imitación de<br />

Cristo. Por estas razones el movimiento místico pudo continuar su camino, sin que se le persiguiera <strong>del</strong> modo en que se<br />

persiguió a reformadores al estilo de Juan Huss y sus seguidores.<br />

Pero, por otra parte, en un sentido más profundo, el misticismo constituía una amenaza, no ya para los prelados corruptos,<br />

sino para la noción misma de la iglesia jerárquica tal como la conoció la Edad Media. En efecto, si el nivel supremo<br />

de vida espiritual lo alcanza el cristiano cuando se llega directamente a Dios, se sigue que los sacramentos, la<br />

predicación y la comunidad de la iglesia son de valor secundario, o al menos pasajero. El místico, en su estado de contemplación<br />

perfecta, no necesita de sacerdotes que le ofrezcan los sacramentos, ni de iglesia que le muestre el camino a<br />

seguir, ni siquiera de Escrituras que le hablen de la voluntad de Dios. Los místicos de los siglos XIV y XV rara vez llegaron<br />

a estas conclusiones. Pero en sus doctrinas se encontraba un fermento que a la postre quebrantaría la autoridad de<br />

la jerarquía eclesiástica, y en algunos casos hasta de las Escrituras.<br />

En el misticismo, al igual que en el nacionalismo de que ya hemos tratado, pueden verse las primeras señales de la<br />

ruptura de la unidad jerárquica que fue la iglesia medieval.<br />

[Vol. 1, Page 533] La teología<br />

académica 52<br />

Todos tienen un deseo natural de conocer. Pero, ¿de qué sirve el conocimiento<br />

sin el temor de Dios? Ciertamente, un labrador humilde que sirve a Dios es mejor<br />

que un filósofo orgulloso que [... ] trata de entender el curso de los cielos.<br />

Imitación de Cristo<br />

Dos características principales tuvo la teología académica después de su apogeo en Tomás de Aquino. La primera fue<br />

una tendencia constante hacia las distinciones cada vez más sutiles, las cuestiones rebuscadas y escabrosas, y el estilo<br />

denso y cargado. La segunda fue una creciente separación entre la filosofía y la teología, entre lo que la razón puede<br />

descubrir y lo que sólo se sabe porque Dios lo ha revelado.<br />

Santo Tomás de Aquino y sus contemporáneos habían sostenido que entre la fe y la razón había una continuidad<br />

fundamental, de tal modo que ciertas verdades reveladas —como la existencia de Dios— podían conocerse también<br />

mediante el recto uso de la razón. Pero poco después de la muerte <strong>del</strong> gran maestro dominico se fue abriendo entre<br />

ambos modos de conocimiento un abismo cada vez más profundo. Juan Duns Escoto, el más famoso de los maestros<br />

franciscanos desde tiempos de Buenaventura, recibió con toda justificación el título de Doctor sutil. Ese título, que le fue<br />

dado en señal de honor, es sin embargo testimonio <strong>del</strong> defecto más serio de sus obras. Su sutileza y sus constantes<br />

distinciones son tales y tantas, que sus escritos sólo pueden ser comprendidos por los especialistas que han dedicado<br />

largos años al estudio de la teología y la filosofía de esa época. Pero, aun en medio de toda la maraña de sus escritos,<br />

una cosa resulta clara: Duns Escoto no concuerda con los teólogos de la generación anterior a la suya, que creían que<br />

doctrinas tales como la de la inmortalidad <strong>del</strong> alma, o la de la omnipresencia divina, podían probarse racionalmente. Escoto<br />

no niega esas doctrinas. Ni siquiera niega que sean compatibles con la razón. Pero sí niega que la razón sea capaz<br />

de demostrarlas. Cuando más, la razón puede llegar a probar que tales cosas son posibles, pero no que son necesarias.[Vol.<br />

1, Page 534]<br />

Esta tendencia se hizo más clara en la teología de Guillermo de Occam y de sus contemporáneos y discípulos, en<br />

los siglos XIV y XV. Partiendo de la omnipotencia divina, estos teólogos llegan a la conclusión de que la razón natural no<br />

puede probar absolutamente nada con respecto a Dios ni a sus propósitos. Casi todos estos teólogos establecen una<br />

distinción entre el poder de Dios “absoluto”, y su poder “ordenado”. Si Dios es verdaderamente omnipotente, esto quiere<br />

decir que, según su poder absoluto, Dios puede hacer lo que le plazca. Nada hay que pueda limitar ese poder. Tanto la<br />

razón como la distinción entre el bien y el mal se encuentran bajo él. De lo contrario, sería necesario decir que el poder<br />

de Dios está limitado por la razón, o por la idea <strong>del</strong> bien. Es sólo en virtud de su poder ordenado que Dios actúa razonablemente,<br />

y que Dios hace el bien.<br />

Estrictamente hablando, según estos teólogos, no se debe decir que Dios siempre hace lo bueno, sino que todo lo<br />

que Dios hace, sea lo que fuere, es bueno. Es Dios quien determina lo que es bueno, y no viceversa.

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