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vez más tirantes. El Emperador decidió apoderarse de Nápoles y de Sicilia, que teóricamente le pertenecía al Papa, pues<br />

el rey Federico, como hemos dicho, era su vasallo. Al mismo tiempo, comenzó a alentar al viejo partido republicano en<br />

Roma.<br />

En respuesta, Inocencio excomulgó al Emperador, lo depuso, y declaró que el legítimo heredero de Enrique VI era el<br />

joven Federico. Con el apoyo <strong>del</strong> Papa, Federico atravesó los Alpes, se presentó en Alemania, y le arrebató la corona<br />

[Vol. 1, Page 451] imperial a su tío, que había querido quitarle la de Sicilia. El resultado de todo esto fue una extraña<br />

victoria para el papado. Al tiempo que Inocencio había acabado por apoyar la restauración de los Hohenstaufen, los<br />

enemigos tradicionales <strong>del</strong> papa, el nuevo vástago de esa casa había llegado a la corona sobre la base de la autoridad<br />

<strong>del</strong> papa de deponer a reyes y emperadores. Luego, si bien era cierto que Inocencio reconocía a Federico, también era<br />

cierto, y mucho más importante, que Federico, en su misma actuación, reconocía que Inocencio había actuado debidamente<br />

al declarar depuesto a Otón.<br />

En Francia, Inocencio intervino en la vida matrimonial <strong>del</strong> rey Felipe Augusto. Este había enviudado, y en segundas<br />

nupcias se casó con la princesa danesa Ingueburga. Pero poco después la repudió y tomó por esposa a Agnes de Meran.<br />

Inocencio amonestó al Rey, y cuando esto no bastó colocó a todo el país en entredicho. Felipe Augusto convocó<br />

entonces un parlamento en el que estaban presentes tanto los nobles como los obispos <strong>del</strong> reino. Cuando este parlamento<br />

concordó con el parecer <strong>del</strong> Papa, Felipe Augusto repudió a Agnes, y legalmente aceptó de nuevo a Ingueburga.<br />

La reina depuesta murió poco después, en medio de la más intensa melancolía, mientras la que había sido restaurada<br />

pasó el resto de sus días quejándose de que su supuesta restauración era en realidad un tormento. Pero en todo caso el<br />

Papa hizo valer su autoridad sobre uno de los reyes más poderosos de la época.<br />

En Inglaterra reinaba a la sazón Juan Sin Tierra, el hermano y heredero de Ricardo Corazón de León. Aunque los<br />

desórdenes matrimoniales de Juan habían sido mucho mayores que los de Felipe Augusto, Inocencio no se atrevió a<br />

intervenir, pues esos desórdenes tuvieron lugar cuando el Papa necesitaba el apoyo de Juan Sin Tierra en sus esfuerzos<br />

por colocar a Otón en el trono imperial. Pero después que esa cuestión quedó resuelta el Papa y el rey de Inglaterra<br />

chocaron por la cuestión de quién era el legítimo arzobispo de Canterbury. Cuando se produjo un cisma en esa sede,<br />

con dos arzobispos rivales, ambos bandos apelaron a Roma. El Papa sencillamente declaró que ninguno de los dos<br />

pretendientes era el legítimo primado de Inglaterra, y nombró en su lugar a Esteban Langton. Juan se negó a aceptar la<br />

decisión <strong>del</strong> Papa, quien primero lo excomulgó y después lo declaró depuesto, y convocó a una cruzada contra él. Esa<br />

cruzada le fue confiada a Felipe Augusto, el viejo enemigo de Inglaterra, quien rápidamente se dispuso a hacer efectivo<br />

el decreto papal. En tales circunstancias, y temeroso de que muchos de sus propios súbditos no le eran leales, Juan Sin<br />

Tierra se apresuró a hacer las paces con el Papa, se sometió a sus órdenes e hizo de todo su reino un feudo <strong>del</strong> papado,<br />

como antes lo había hecho Constancia con el reino de Sicilia. Inocencio aceptó la sumisión de Juan, detuvo la cruzada<br />

que Felipe preparaba, y a partir de entonces defendió a su nuevo aliado. Esto se hizo particularmente necesario cuando<br />

los nobles ingleses, con el apoyo de Esteban Langton, obligaron a Juan a firmar la Carta Magna, en la que se limitaban<br />

los poderes reales frente a la nobleza. Inocencio declaró que se trataba de una usurpación de poder. Pero todas sus<br />

medidas no bastaron para obligar a los nobles a desistir de su actitud.<br />

En España, Inocencio intervino repetidamente a través de su legado Rainero. Pedro II el Católico, rey de Aragón, trató<br />

de casarse con la hermana de Sancho VII de Navarra. A ello se opuso Inocencio, pues había cierto grado de parentesco<br />

entre ambas familias. Poco después, Pedro el Católico fue coronado en Roma, en la iglesia de San Pancracio, a<br />

condición de que inmediatamente se dirigiera a la iglesia de San Pedro y allí se [Vol. 1, Page 452] declarara vasallo <strong>del</strong><br />

Papa, e hiciera de todo el reino de Aragón feudo papal. Aunque esto causó gran resentimiento en Aragón, fue un gran<br />

triunfo para Inocencio, quien pretendía que todos los territorios conquistados de los infieles le pertenecían al papado.<br />

Una de las ironías de la <strong>historia</strong> es que este rey de Aragón, a quien se conoce como “el Católico”, murió en la cruzada<br />

contra los albigenses, al luchar de parte de los herejes y contra las tropas enviadas por el Papa.<br />

Cuando Alfonso IX de León trató de sellar su amistad con Castilla casándose con Berengaria, la hija de su primo<br />

hermano Alfonso VIII de Castilla, Inocencio amenazó con poner ambos reinos en entredicho. Castilla se libró de esa<br />

amenaza cuando su rey se declaró dispuesto a recibir de nuevo a Berengaria. Pero el de León persistió en su matrimonio,<br />

<strong>del</strong> que tuvo cinco hijos. Cuando los obispos de Castilla y León lo convencieron de que la política de poner a León<br />

en entredicho servía para fortalecer la causa musulmana, Inocencio abrogó el entredicho, pero excomulgó al rey de<br />

León, y prohibió que se celebrasen los sacramentos en cualquier ciudad donde el Rey estuviese presente. Tras largos<br />

años de tensiones entre León y Roma, Berengaria se retiró a Castilla. Los hijos nacidos de aquel matrimonio condenado<br />

por la iglesia fueron declarados legítimos. Y otra de las ironías de la <strong>historia</strong> es que uno de ellos, Fernando III de Castilla<br />

y León, a la postre recibió el título de santo.<br />

Los casos que hemos citado son sólo unos pocos ejemplos de la política internacional de Inocencio. Su autoridad se<br />

hizo sentir en Portugal, Bohemia, Hungría, Dinamarca, Islandia, y hasta Bulgaria y Armenia. Cuando, aun contra las ór-

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