justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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los turcos, quienes redujeron a esclavitud a los que no mataron. El príncipe de Antioquía, Raimundo de Aquitania, era tío<br />
de Leonor, la esposa de Luis. Allí los franceses fueron bien recibidos, hasta que el Rey comenzó a sospechar de las<br />
relaciones entre su esposa y el Príncipe. Cuando Leonor pidió la anulación de su matrimonio, Luis decidió partir hacia<br />
Jerusalén, forzando a su esposa a seguirlo.<br />
El Rey Balduino III de Jerusalén persuadió a Luis y a Conrado, que también había llegado a la Ciudad Santa, para<br />
que emprendieran la toma de Damasco, que nunca había sido conquistada por los cristianos. Hacia allá partieron los<br />
cruzados. Pero cuando vieron que el sitio sería prolongado y penoso desistieron de su empresa. El Emperador decidió<br />
que era tiempo de regresar a Europa. Poco después el rey Luis hizo lo mismo. La Segunda Cruzada había terminado.<br />
Por breve tiempo pareció que el Reino de Jerusalén tenía su futuro asegurado. Los musulmanes no lograban ponerse<br />
de acuerdo entre sí, y el rey de Jerusalén, Amalarico I, extendió su poderío hasta el Cairo. Pero tales logros fueron<br />
efímeros. El nuevo sultán de Egipto, Saladino, consolidó bajo su poder las fuerzas musulmanas, y en el 1187 tomó a<br />
Jerusalén.<br />
La noticia conmovió a la cristiandad, y el papa Gregorio VIII convocó a una nueva cruzada. Esta Tercera Cruzada fue<br />
dirigida por tres soberanos: el emperador Federico Barbarroja, el rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León, y el rey de<br />
Francia, Felipe II Augusto. Se trataba cada vez más de una empresa aristocrática. En esta ocasión, sobre la base de las<br />
lecciones aprendidas en episodios anteriores, se prohibió que cualquier persona que no pudiese cubrir todos sus gastos<br />
durante dos años de campaña marchase con los cruzados. Pero a pesar de ello millares de pobres se lanzaron al camino.<br />
Al mismo tiempo, se estableció el diezmo para la Tierra Santa, que era un impuesto adicional que todos, tanto pobres<br />
como ricos, debían pagar. Pronto hubo quejas en el sentido de que los pobres pagaban los gastos de guerra de los poderosos,<br />
y sin embargo no se les permitía marchar con el ejército, ni recibir los bienes espirituales que esa marcha conllevaba.<br />
La Tercera Cruzada fue otro fracaso. Federico Barbarroja se ahogó, y su ejército se deshizo. Muchos regresaron a<br />
Alemania, otros se unieron a los demás cruzados frente a San Juan de Acre, y muchos murieron a manos de los musulmanes.<br />
Los pobres que marchaban por cuenta propia se unieron a los cristianos de Palestina y a los restos <strong>del</strong> ejército<br />
alemán, y sitiaron a San Juan de Acre. Algún tiempo después Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto se sumaron a<br />
sus fuerzas. Se dice que llegó a haber más de medio millón de sitiadores. Por fin, tras dos años de asedio, la ciudad se<br />
rindió. Pronto Felipe Augusto inventó excusas para regresar a Francia, donde esperaba aprovecharse de la ausencia de<br />
Ricardo para apoderarse de las posesiones inglesas en el continente. Por su parte, Ricardo Corazón de León permaneció<br />
algún tiempo en Tierra Santa, donde se volvió una figura legendaria.[Vol. 1, Page 391]<br />
Pero su único logro militar fue obligar a Saladino a levantar el sitio de Jafa. Por fin, en vista de las noticias alarmantes<br />
que le llegaban de Francia e Inglaterra, decidió regresar a su reino. Antes, firmó un pacto con Saladino en el que éste<br />
se comprometía a respetar a los peregrinos cristianos que vinieran con intenciones pacíficas. Además le dejó la isla de<br />
Chipre, que había conquistado, al depuesto rey de Jerusalén, Guido de Lusignan.[Vol. 1, Page 392]<br />
El regreso de Ricardo Corazón de León a sus posesiones fue accidentado. Para no evitar pasar por los territorios de<br />
Felipe Augusto, tomó el camino que llevaba a través de Austria. Pero allí fue hecho prisionero, y el Emperador no le<br />
permitió proseguir hasta que se declaró vasallo suyo y le prometió un enorme rescate.<br />
Si bien las dos cruzadas anteriores no tuvieron grandes resultados positivos, la próxima los tuvo negativos. La Cuarta<br />
Cruzada fue convocada por Inocencio III, en quien, según veremos más a<strong>del</strong>ante, el poder <strong>del</strong> papado llegó a su apogeo.<br />
Lo que pretendía en este caso no era dirigirse a Tierra Santa, sino atacar a los musulmanes en el centro mismo de<br />
su poder, en Egipto. Se esperaba que de ese modo la reconquista de Jerusalén sería más fácil y duradera. Esta vez, en<br />
lugar de dejar la empresa en manos de los príncipes, el Papa se declaró su único jefe legítimo, señalando cómo en la<br />
Tercera Cruzada los intereses temporales de los reyes habían llevado al desastre. Al igual que en la Primera Cruzada,<br />
los soldados de Cristo marcharían bajo las órdenes directas de los legados papales.<br />
El más famoso predicador de esta nueva aventura fue Foulques de Neuilly, hombre de origen humilde que nos recuerda<br />
a Pedro el Ermitaño. Aunque en su vestimenta era más moderado que Pedro, y evitaba llevar las ropas sucias y<br />
raídas por las que el Ermitaño se había hecho famoso, en su predicación Foulques era mucho más radical. Su gran tema<br />
era la usura. En aquella época el desarrollo de la economía monetaria había dado lugar al sistema, tan común para nosotros,<br />
en que el dinero, además de ser medio de cambio, es objeto de comercio. Los ricos utilizaban su dinero para<br />
hacerse más ricos, al tiempo que quienes se veían obligados a tomar prestado quedaban empeñados para el resto de<br />
sus vidas. Contra esta creciente práctica inhumana Foulques arremetió valientemente. La riqueza mal habida, lograda<br />
mediante la explotación de los débiles, ha de ser devuelta y repartida entre los pobres, quienes son los elegidos de Dios.<br />
Aquella predicación inflamada pudo haber causado la condenación <strong>del</strong> predicador en cualquier otro tiempo. Pero una<br />
de las características más notables de Inocencio III era la de saber retener en el seno de la iglesia, y utilizar para sus<br />
propósitos jerárquicos, a los elementos al parecer más anárquicos. Según veremos más a<strong>del</strong>ante, esto fue lo que hizo