justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
234<br />
nombre de Juan XXIII, y que pronto trató de llenar sus arcas mediante una guerra contra Ladislao de Nápoles, de la que<br />
esperaba obtener rico botín. Pero las cosas no salieron como Juan esperaba, y pronto se vió solo y amenazado por los<br />
napolitanos, que estaban a punto de tomar la ciudad.[Vol. 1, Page 500]<br />
En medio de tales dificultades, Juan XXIII pensó que el mejor modo de garantizar la seguridad de Roma era convocar<br />
un concilio a reunirse en ella. Ciertamente Ladislao no se atrevería a tomar acción militar contra la sede de tan augusta<br />
asamblea. Pero el pretendido concilio resultó ser una chanza. Muy pocos prelados se atrevieron a acudir a una<br />
ciudad en estado tan precario. Cuando por fin la pequeñísima asamblea se reunió, los cronistas nos cuentan que, al<br />
celebrarse la misa pidiendo el descenso <strong>del</strong> Espíritu Santo, apareció una lechuza dando gritos. El incidente se volvió<br />
comedia cuando alguien comentó: “¡Vaya forma rara que ha tomado el Espíritu Santo!” Al día siguiente fue necesario<br />
volver a interrumpir las sesiones para sacar la lechuza <strong>del</strong> recinto a fuerza de varas y pedradas.<br />
Mientras todo esto sucedía, los otros dos papas, Benito XIII y Gregorio XII, insistían en sus pretensiones. Y, tras una<br />
breve tregua, Ladislao volvió a amenazar a Roma. No le quedó entonces al papa Juan más remedio que huir de Italia y<br />
refugiarse bajo el ala <strong>del</strong> emperador de Alemania, Segismundo. Esto fue lo que condujo al Concilio de Constanza y al fin<br />
<strong>del</strong> cisma.<br />
Empero antes de pasar a narrar tales acontecimientos debemos detenernos a aclarar una duda que puede haber<br />
aparecido en la mente <strong>del</strong> lector. ¿Cómo es que si el papa de quien estamos tratando se llamaba Juan XXIII, hubo en el<br />
siglo XX otro famosísimo papa con el mismo nombre y número? Lo que sucede es que la iglesia romana no reconoce<br />
como papas legítimos durante el cisma sino a Urbano VI y sus sucesores. Tanto Benito XIII y su predecesor Clemente<br />
VII como los papas pisanos, Alejandro V y Juan XXIII, son considerados antipapas. Esto es necesario para la iglesia<br />
romana, aun cuando de hecho Alejandro y Juan hayan sido reconocidos mucho más ampliamente que Gregorio XII, porque<br />
de otro modo esa iglesia tendría que declarar que el Concilio de Pisa depuso legalmente a Gregorio, y que por tanto<br />
los papas están sujetos a los concilios, y no viceversa.<br />
El Concilio de Constanza<br />
Segismundo, el emperador de Alemania cuya protección Juan solicitó, era en ese momento el más poderoso soberano<br />
de Europa. Durante largo tiempo, la corona alemana había estado en disputa. Pero ahora se hallaba firmemente<br />
establecida sobre la testa de Segismundo, quien tomó el título imperial con toda seriedad, y se dedicó a emular a Carlomagno.<br />
Las demás potencias europeas eran más débiles que él. Francia, la única que de otro modo pudo haberle hecho<br />
sombra, se encontraba debilitada por la guerra de los Cien Años y por la disputa entre armañacs y borgoñones. En tales<br />
circunstancias, Segismundo soñó con ser él quien le pusiera fin al cisma, y quien iniciara la tan anhelada reforma eclesiástica.<br />
Por ello, cuando Juan XXIII acudió a él, el Emperador accedió a protegerlo a condición de que convocara un<br />
concilio universal, que debía reunirse en la ciudad imperial de Constanza.<br />
Cuando el Concilio inició sus sesiones, a fines de 1414, Juan XXIII tenía razones para estar esperanzado, pues tanto<br />
el Emperador como la inmensa mayoría de los presentes lo habían recibido con amplias muestras de respeto, dando a<br />
entender que lo tenían por papa legítimo. Pero al mismo tiempo había señales de peligro. En un sermón, el cardenal<br />
Pedro de Ailly, uno de los hombres más eruditos y respetados de la época, declaró que el Concilio tenía potestad sobre<br />
el papado, y [Vol. 1, Page 501] que sólo era digno de ocupar esta alta dignidad quien llevase una vida ejemplar. Poco<br />
después se escucharon comentarios en el sentido de que Juan era un papa indigno. Muchos de los presentes tenían<br />
dudas acerca de la posibilidad de llevar a cabo las reformas necesarias mientras él fuese papa. Cuando llegaron los<br />
embajadores de Gregorio XII, declarando que éste estaba dispuesto a renunciar si los otros dos papas hacían lo mismo,<br />
la situación de Juan se volvió desesperada. Para colmo de males, el Concilio decidió que las votaciones serían por naciones.<br />
Toda la asamblea se organizó en cuatro “naciones”: los ingleses, los franceses, los italianos y los “alemanes”,<br />
entre quienes se contaban también los escandinavos, polacos y húngaros. Más tarde, cuando llegaron los <strong>del</strong>egados<br />
ibéricos, se añadió la quinta nación de los españoles. Este modo de organizar el sufragio quería decir que los italianos,<br />
en cuyo gran número Juan estaba confiado, no tenían más que un voto.<br />
A la postre, el Concilio exigió la renuncia de Juan XXIII. Este pareció acceder. Pero tan pronto como se le presentó la<br />
oportunidad se disfrazó de lacayo y huyó de Constanza.<br />
Durante más de dos meses, el antes poderoso papa anduvo fugitivo. Cada vez se hacía más difícil su situación,<br />
pues su principal protector entre los nobles, el Duque de Austria, fue aplastado por el Emperador, y a partir de entonces<br />
le fue casi imposible encontrar asilo. Cuando por fin fue apresado y llevado de vuelta a Constanza, estaba abatido y dispuesto<br />
a renunciar. Sin más tardanza, el Concilio aceptó su renuncia, y lo condenó a pasar el resto de sus días prisionero,<br />
por temor a que volviese a reclamar la tiara papal.[Vol. 1, Page 502]<br />
Quedaban todavía dos papas. Pero el 4 de julio, poco después de la abdicación de Juan XXIII, Gregorio XII siguió su<br />
ejemplo. En cuanto a Benito XIII, sus seguidores quedaron reducidos a un puñado cuando el emperador Segismundo,<br />
mediante una serie de negociaciones con los estados ibéricos, logró que todos le retiraran su obediencia. Aunque desde