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[Vol. 1, Page 377] Las cruzadas 38<br />

Lo digo a los presentes. Ordeno que se les diga a los ausentes. Cristo lo manda.<br />

A todos los que allá vayan y pierdan la vida, ya sea en el camino o en el mar, ya<br />

en la lucha contra los paganos, se les concederá el perdón inmediato de sus pecados.<br />

Esto lo concedo a todos los que han de marchar, en virtud <strong>del</strong> gran don<br />

que Dios me ha dado.<br />

Urbano II<br />

De todos los altos ideales que cautivaron el espíritu de la época, ninguno tan arrollador, tan dramático, ni tan contradictorio,<br />

como el de las cruzadas. Por espacio de varios siglos la Europa occidental derramó su fervor y su sangre en una<br />

serie de expediciones cuyos resultados fueron, en los mejores casos, efímeros; y en los peores, trágicos. Lo que se esperaba<br />

era derrotar a los musulmanes que amenazaban a Constantinopla, salvar el Imperio de Oriente, unir de nuevo la<br />

cristiandad, reconquistar la Tierra Santa, y en todo ello ganar el cielo. Si este último propósito se logró o no, toca al Juez<br />

Supremo decidirlo. Todos los demás se alcanzaron en una u otra medida. Pero ninguno de estos logros fue permanente.<br />

Los musulmanes, derrotados al principio por estar divididos entre sí, a la postre se unieron y echaron a los cruzados.<br />

Constantinopla, y la sombra de su Imperio, pudieron continuar existiendo hasta el siglo XV, pero a la larga cayeron<br />

ante el ímpetu de los turcos otomanos. Las iglesias latina y griega se unieron brevemente por la fuerza a raíz de la Cuarta<br />

Cruzada; pero el verdadero resultado de esa unidad forzada fue que el odio de los griegos hacia los latinos se acrecentó.<br />

La Tierra Santa estuvo en posesión de los cristianos alrededor de un siglo, y volvió a caer en manos de los musulmanes.<br />

Trasfondo de las cruzadas: las peregrinaciones<br />

Desde el siglo IV, las peregrinaciones a Tierra Santa se habían hecho cada vez más populares. En fecha anterior se<br />

estableció la costumbre visitar las tumbas de los mártires en el aniversario de su muerte. Ahora que el Imperio era cristiano,<br />

se [Vol. 1, Page 378] hacía posible emprender peregrinaciones más largas, a Tierra Santa o a Roma, donde descansaban<br />

los restos mortales de San Pedro y San Pablo. La madre de Constantino, Elena, creyó haber descubierto en<br />

Jerusalén los restos de la “vera cruz”. Ese descubrimiento, y las basílicas que ella y varios emperadores hicieron construir,<br />

aumentaron la fascinación de la Tierra Santa para los cristianos. Al mismo tiempo, varios de los “gigantes” a quienes<br />

dedicamos nuestra Sección Segunda atacaron las peregrinaciones, diciendo que se trataba de una superstición, y<br />

que en todo caso había más mérito en quedarse en casa y hacer el bien que en marchar a algún lugar lejano por motivos<br />

religiosos.<br />

A pesar de esa oposición, durante la “era de las tinieblas” las peregrinaciones se hicieron cada vez más populares.<br />

Pronto se les consideró una forma de penitencia adecuada para ciertos pecados. En algunos documentos <strong>del</strong> siglo VII,<br />

las vemos incluidas entre las penitencias que es lícito imponer a un pecado. Aunque había otros lugares de peregrinación,<br />

el de mayor prestigio, tanto por la distancia como por su importancia histórica, era naturalmente la Tierra Santa.<br />

Cuando los árabes tomaron los lugares sagrados <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong>, algunos temieron que las peregrinaciones a Tierra<br />

Santa se dificultasen sobremanera. Pero los gobernantes árabes en su mayoría se mostraron en extremo benévolos<br />

para con los peregrinos cristianos, que continuaron afluyendo hacia Jerusalén y los santos lugares. Puesto que muchas<br />

veces los mares no eran seguros, a causa de la piratería, la ruta común de los peregrinos de Occidente les llevaba primero<br />

a Constantinopla, y de allí por tierra a través de Anatolia y Siria, hasta Jerusalén.<br />

La reforma <strong>del</strong> siglo XI les daba gran valor a las peregrinaciones, que en esa época se volvieron más fáciles y comunes<br />

porque la piratería había sido casi totalmente erradicada <strong>del</strong> Mediterráneo.<br />

Pero hacia fines de ese siglo las circunstancias políticas cambiaron en el Cercano Oriente. Hasta entonces, la gran<br />

potencia de la región había sido el califato abasí, cuya capital estaba en Bagdad. Aunque sus relaciones con el Imperio<br />

Bizantino no eran cordiales, éste último tenía en él un fuerte baluarte contra las hordas de Asia central. Pero en el siglo<br />

XI el poderío abasí se deshizo, y los turcos seleúcidas invadieron el califato, y después el Imperio. Constantinopla se vio<br />

amenazada, y por ello le pidió ayuda repetidamente al Occidente. Los santos lugares fueron tomados primero por los<br />

turcos. Después la dinastía árabe de los fatimitas, cuyo poder tenía su sede en Egipto, comenzó a tomar las tierras conquistadas<br />

por los turcos. Estos se dividieron en varios bandos. Para los peregrinos, el resultado de todo esto fue hacer<br />

su viaje confuso y peligroso. Los que regresaban a Europa contaban que cada ciudad parecía tener un gobierno distinto,<br />

y que por todas partes había fuertes bandas de ladrones contra las cuales era necesario armarse.

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