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nunca te bajes en niebla<br />
El tren avanza con lentitud. El andén y los dos hombres van quedando<br />
atrás. Misión cumplida, superiores: la poetisa Teresa Miralles, la perra puta<br />
Teresa Miralles va camino a Niebla. El tren gana velocidad, entra en un ritmo<br />
acompasado, y la locomotora pita impunemente, violando el sueño de media<br />
ciudad. Nadie ha venido a sentarse junto a mí. Aprovecho, abro las piernas,<br />
disfruto el espacio y la soledad que tendré hasta la estación siguiente, donde<br />
seguro subirá mi compañero de viaje. Ya dije que desconozco en qué clase<br />
de pesadilla estoy viajando, pero tengo la seguridad de que todo será coherente<br />
hasta la próxima estación, y estoy segura de que cuando suba mi compañero<br />
del 239 no tendrá orejas de marciano ni trompa de elefante. Entre la estación<br />
que voy dejando atrás y la siguiente, este tren no se volverá calabaza o una<br />
nave sideral. Sin embargo, de ahí en adelante vendrá una fatigosa incertidumbre,<br />
porque entonces yo deberé preguntarle a mi compañero, apenas se<br />
siente, qué tiempo falta para llegar a Niebla, y él o ella me responderá que<br />
nadie sabe dónde está Niebla, que si quiero interrogar a todos los pasajeros<br />
puedo hacerlo, pero nadie me responderá dónde rayos queda un caserío, una<br />
ciudad o una estación llamada Niebla.<br />
El tren ruge, embiste la ciudad, la atraviesa. A paso firme se aleja del<br />
centro. Su próxima parada será dentro de quince o veinte minutos. No quiero<br />
pensar en cómo surgió esta historia y, sin embargo, un impulso inexplicable<br />
me obliga a hacerlo.<br />
–La poetisa Teresa Miralles quiere leernos alguna cosa –señala un escritor<br />
en dirección a mí y entonces todas las caras se vuelven hacia la última<br />
fila de sillas–. ¿Qué vas a leer, Teresa?<br />
–Voy leer un poema de mi último libro.<br />
–¿Y cómo se llama ese libro?<br />
–Bestia en la nave que muere.<br />
–¡Vaya título, Teresa! Pero adelante, puedes leer.<br />
No. No quiero recordar. Me niego a revivir esa tragedia. Pero esta pesadilla<br />
no me lo permite. Observo a través del cristal: en pocos minutos la<br />
periferia irá mostrando sus sórdidos recovecos, sus criaturas noctámbulas,<br />
sus casuchas construidas con bandejas de aluminio, retazos de madera y<br />
pedazos de cartón tabla. Dios quiera que uno pueda olvidarse para siempre<br />
de noches y días como estos. Comienzo a cantar “A hard day nigth”. Sí. Han<br />
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