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Si bien Cruzvillegas recurre constantemente<br />
a la estrategia de repasar y recortar<br />
momentos del álbum biográfico a<br />
lo largo de sus textos, ésta se despliega<br />
muy hábilmente en “Autoconstrucción”,<br />
publicado en 2008, y en el que narra la<br />
historia de la construcción de la vivienda<br />
familiar desde mediados de los años<br />
sesenta en un asentamiento irregular<br />
en el sur del Distrito Federal. Ahí da<br />
entrada a la idea de “autoconstrucción”<br />
como el concepto que definirá su trabajo<br />
desde entonces: la obra desregulada<br />
y colaborativa, el paracaidismo habitacional,<br />
la apropiación y uso ingenioso<br />
de materiales abandonados. “Las premisas<br />
que me interesan –escribe– tienen<br />
que ver con la posibilidad de entender<br />
(o inventar) la realidad a partir de dimensionar<br />
cada sitio donde uno se encuentre<br />
como una posible plataforma de creación<br />
a partir de la recuperación de los<br />
materiales a mano; en este proyecto me<br />
refiero específicamente al sitio donde<br />
me desa rrollé y donde yo llegué a ser<br />
yo, o donde empecé a ser.” Reivindica<br />
aquí Cruzvillegas la autoconstrucción<br />
como metodología artística y desde ella<br />
cabe entender también su escritura: un<br />
ejercicio de (auto)construcción del yo.<br />
Sin embargo, no todos los textos incluidos<br />
en La voluntad de los objetos son<br />
tan legibles ni sugerentes. No es el caso<br />
de aquellos que tienden meramente a<br />
desglosar el santoral de artistas contemporáneos<br />
que han influido en la concepción<br />
del arte y la práctica de Cruzvillegas.<br />
Contribuciones como “My generation”,<br />
“Notas para documentos espaciales” ,<br />
“Sonrisas en el ½ tiempo” o “Un calcetín<br />
rojo en una caja amarilla” son un<br />
tanto tediosas. Letanías de nombres y<br />
descripciones de obras que no apuntan<br />
en una dirección precisa. De hecho, el<br />
ensayo que da título a la colección, “La<br />
voluntad de los objetos”, donde Cruzvillegas<br />
suelta su pluma más literaria,<br />
es un tanto forzado (¿quizás agravado<br />
esto porque el texto se tradujo originalmente<br />
al inglés y el que aparece aquí<br />
es una adaptación de aquél?). En él<br />
vuelve sobre una idea que ya quedaba<br />
bien asentada en el anecdotario de su<br />
vida cotidiana. Aquí se hace reiterativa:<br />
“Eficiencia. Producción. Consumo. Delirio.<br />
Un chicle se masca hasta que pierde<br />
el sabor, hasta que se pone duro, hasta<br />
que las mandíbulas se acalambran, hasta<br />
que ya no hace bombas, hasta que se<br />
acaba. Pero sucede que no se acaba. El<br />
chicle vive y se convierte en una mancha<br />
en el suelo, en una molestia bajo<br />
mi suela desgastada, en materia bajo la<br />
mesa, pegado sobre la corteza de un árbol,<br />
junto a una infinidad de colegas suyos.<br />
Luego tal vez se transforme en polvo, luego<br />
lo respiramos, junto con el plomo y las<br />
otras materias –gases y cochinadas– que<br />
flotan en nuestro entorno. Y ahí no se<br />
acaba: nuestro organismo lo transforma<br />
en sangre, en sudor, en lágrima, en pelo o<br />
simplemente en caca. Y su proceso continúa<br />
infinitamente como se descubrió hace<br />
mucho, desde los hilozoístas, que pensaban<br />
que todo está vivo. Todo está vivo.”<br />
Aunque la mayoría de los textos re<br />
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