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heredero (cuando no un prófugo) del<br />

Siglo de Oro, lo cierto es que Ortega es<br />

también un paseante meditativo y hedónico,<br />

un melancólico que se pierde<br />

por montes y senderos como Baudelaire<br />

se perdía por barrios, callejones y plazuelas.<br />

En última instancia, las divagaciones<br />

y paseos de Ortega por llanos,<br />

carreteras, playas y ciudades conducen<br />

a diferentes respuestas para una misma<br />

pregunta: ¿quién soy cuando estoy en<br />

otra parte?<br />

Abundan versos y estrofas en Guía<br />

de forasteros que servirían para ilustrar<br />

el clasicismo de su autor. Me limitaré<br />

a dar un solo ejemplo. En el poema<br />

“Escalera del agua”, casi al final, puede<br />

leerse: “Bajemos más despacio / a nuestra<br />

tumba.” Es fácil advertir que ambos<br />

versos constituyen un solo endecasílabo:<br />

“Bajemos más despacio a nuestra<br />

tumba.” No se trata, por lo demás, de<br />

un endecasílabo cualquiera, sino del<br />

verso 175 del Cántico espiritual de san<br />

Juan de la Cruz, aquí recreado con tonos<br />

epicúreos. El poeta se apoya en san<br />

Juan para decir, poco más, poco menos,<br />

que no tiene prisa de morir: bien puede<br />

la tumba esperar un poco más.<br />

Recurro de nuevo a la prosa crítica<br />

de Ortega: “El meollo del poema lírico<br />

acabó de madurar en el Romanticismo,<br />

estadio por el cual la subjetividad termina<br />

de gestionar su carta de nacionalidad<br />

en la conciencia artística de Occidente.”<br />

Si el flâneur al que me referí líneas<br />

arriba es eminentemente romántico, y si la<br />

extrapolación es la estrategia predilecta del<br />

Romanticismo, no habrá nada de malo en<br />

que yo extrapole la idea de Ortega para<br />

sostener que la subjetividad, en el caso<br />

particular de Guía de forasteros, parece<br />

adecuarse a un periplo vital que pasa<br />

por Cataluña, Venecia, Madrid y los desiertos<br />

de Norteamérica, pero que va en<br />

el fondo de fray Luis de León a García<br />

Lorca, de Roberto Juarroz a José Emilio<br />

Pacheco, de los poetas españoles llamados<br />

“culturalistas” (pienso en Gimferrer,<br />

Talens, Núñez, Carnero, Sánchez<br />

Robayna, Siles) a David Huerta. Como<br />

buen romántico, a decir verdad, Ortega<br />

entiende la identidad como una duplicidad.<br />

Cuando habla de subjetividad,<br />

sin duda se la plantea en los términos<br />

de Antonio Machado y Octavio Paz:<br />

Asomado a la calle doy conmigo<br />

pintado en la ventana.<br />

Cuál de los dos se observa, quién examina a<br />

quién,<br />

cuál es el relativo verdadero, cuál el ficticio<br />

a medias,<br />

qué lo ha traído aquí, qué tanto hurga<br />

en el andén de la premura ajena.<br />

Como suele pasar cuando se habla<br />

de poesía, llego al final del recorrido<br />

con la sospecha de haber dicho demasiado.<br />

Es probable que Guía de forasteros<br />

quepa, después de todo, en un solo<br />

verso, en un endecasílabo particularmente<br />

sonoro, con peculiares acentos<br />

en la quinta y séptima sílabas: “Voy por<br />

la intemperie tocando puertas.” En ese<br />

verso hay lugar para la identidad, para<br />

el viaje y para la tradición poética. Y lo<br />

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