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una boina mugrienta, que no hace nada<br />
sino alabar la dureza de su bastón, beber,<br />
y en el delirium tremens, confunde<br />
con una enorme rata a su hija, maestra<br />
de escuela en Santo Pipó, y la mata. Tal<br />
es el caso del doctor Else. La caña los<br />
perdió, pero saben mucho, dice el manco<br />
de los ex sabios, qué hiciste papá, no<br />
tomes más, papá, le suplica al doctor<br />
Else su hija antes de morir, palabras<br />
lejanas de una moraleja pues ante el cadáver<br />
de la joven, el ex hombre, si queremos<br />
usar los términos de Quiroga, se<br />
ve otra vez acosado por los monstruos<br />
de la fauna alcohólica.<br />
No hay esperanza en la selva; no la<br />
hay ahora y no la habrá después. En<br />
cambio, persistirán los peligros; ese es<br />
el temor del viudo Subercasaux en “El<br />
desierto”, cuento de 1923. El propio Quiroga,<br />
seguro, comparte dicho temor cuando<br />
queda viudo, en 1915, tras el suicidio de<br />
su primera esposa, Ana María Cirés. Entonces,<br />
como su personaje, el autor queda<br />
al cuidado de sus dos hijos, Eglé, de escasos<br />
cuatro años, y Darío, un año menor.<br />
Si bien no es autobiográfico, “El desierto”<br />
contiene, además del paralelo<br />
de la viudez del hombre con una hija<br />
y un hijo pequeños y una personalidad<br />
a un tiempo áspera y tierna, si atendemos<br />
a quienes han dedicado investigaciones<br />
a Quiroga (aunque no es difícil<br />
imaginárselo mientras enseña a Darío y<br />
a Eglé las dificultades de la selva, o diciéndoles<br />
“mis chiquitos” y recibiendo<br />
como respuesta el “piapiá” que aparece<br />
en más de uno de sus cuentos, palabra<br />
que a mi parecer irradia una gran ternura,<br />
como si de pequeñas aves piando<br />
se tratara), el miedo a la desesperada<br />
situación en la cual se verán los niños si<br />
él llegara a faltar. ¡Pero no tendrán qué<br />
comer!, se lamenta Subercasaux, grave<br />
debido a una infección en el dedo meñique<br />
del pie derecho, causada por un<br />
pique, especie de pulga, más inofensivo<br />
que las víboras “y los mismos barigüís”.<br />
Dicha infección se le complicará<br />
al hundir los pies descalzos en un río<br />
de agua turbia, habitualmente de fondo<br />
claro a los ojos hasta dos metros, y terminará<br />
matándolo.<br />
La sinceridad de “El desierto” es<br />
sólo una muestra del pensamiento de su<br />
autor, para quien aquella es la primera<br />
condición en una obra de arte, según<br />
escribe en el cuento “Miss Dorothy Phillips,<br />
mi esposa”. Esta sinceridad lo hace<br />
trasplantar el enmarañado ambiente de<br />
la selva a sus <strong>escritos</strong>. Y no importa si<br />
éstos agradan o disgustan, lo primero es<br />
la fidelidad al entorno que está plasmando,<br />
a sus personajes. Por eso me parece<br />
injusto el ninguneo que recibe, pues si<br />
bien pertenece a otra visión de la literatura,<br />
no por ello es menos valioso su<br />
trabajo.<br />
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