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lugar, cuyo feo nombre lo dice, “poemario”<br />
–empleado mal por muchos y<br />
entendido cual debe por los menos–,<br />
este es un libro de poemas, una serie<br />
dedicada a un tema y sus variaciones,<br />
que en este caso, sí, es un solo poema.<br />
Con un estilo diáfano, versos irregulares<br />
pero medidos según la condición<br />
de cada uno, con sus debidas cesuras y<br />
espaciamientos pertinentes, la voz que<br />
refiere va presentándonos el asunto de<br />
esta foto: la mujer tomada de espaldas,<br />
sea por algún capricho de la modelo o<br />
por el juego elaborado del artista. Desde<br />
el comienzo, luego de decir que dar<br />
la espalda manifiesta un estilo, un gesto,<br />
una actitud ante las miradas, Amara<br />
cede a la tentación de hablar de enigmas,<br />
cosas no reveladas, misterios. Por ahí<br />
empieza una sensación de desasosiego:<br />
no el que la voz trata de transmitir, sino<br />
el de que el uso de tales términos nos<br />
decepcione progresivamente.<br />
Mentar el misterio casi siempre implica<br />
no comunicarlo.<br />
A pesar de ello, uno va intrigándose,<br />
esperando ver qué ha visto el poeta<br />
ante esta imagen. Y el lector acude a ella<br />
a cada rato para constatar lo que está dicho,<br />
para acercarse a ella –la imagen–,<br />
aunque muy pronto se nota que Amara<br />
está pensando en ella como si fuera<br />
una mujer verdadera, alguien que está<br />
ahí todavía y no ya muerta hace más de<br />
un siglo. Ocurre que ha trasladado sus<br />
suposiciones sobre la modelo fotografiada<br />
a otras presencias conocidas por<br />
él o de plano ausencias, mujeres que no<br />
pudieron ser, elusivas, alejándose del<br />
deseoso.<br />
Entonces uno lo acepta. Como suele<br />
decirse entre bromas, él la vio primero,<br />
la ha hecho suya a su modo, hasta donde<br />
esa imagen se lo permite, incluida la<br />
fantasía de la aproximación, del anhelo<br />
de ver su rostro o de poder comprender<br />
quién es. Así nos va enunciando los momentos,<br />
las dudas, las suposiciones que<br />
su deseo de saber le va otorgando a la<br />
figura. Hasta que se ha convertido para<br />
él, para esa voz, para el poeta, en una<br />
obsesión ineludible.<br />
Pongamos algunas líneas:<br />
Esa suerte de desnudamiento<br />
–más que accidente, una cuidada<br />
rasgadura–<br />
por donde asoma la almendra<br />
del hombro, el bosque blanco<br />
de vértebras,<br />
el engañoso y tenue laberinto<br />
Ahí la voz es asertiva, dice de modo<br />
explícito lo que le parece que el ademán<br />
insinúa, nos da una visión más allá<br />
de la evidencia y así podemos compartirla.<br />
Ojalá así fuese el libro por entero:<br />
esta imagen para mí es esto y lo de<br />
más allá. Pero el poeta titubea, no en<br />
su estilo, sino en aquello que pudiera<br />
afirmar de sus figuraciones, en eso que<br />
supone que la mujer pensaba o quería<br />
o era. Viene una serie salpicada aquí y<br />
allá de expresiones dubitativas –aparte<br />
del “como” comparativo que se le escurre<br />
con facilidad–, plagadas de “quizás”<br />
y sobre todo de la frase “tal vez”.<br />
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