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miguel terry valdespino<br />
110<br />
unos a la izquierda, otros a la derecha, para viajar a un destino incierto. Estoy<br />
dispuesta a dormir a la Teresa de las pesadillas, porque la verdadera Teresa<br />
Miralles, la que sueña a la otra Teresa, sabe Dios dónde ahora duerme.<br />
Saco de la maleta una frazada y me cubro de la cintura hacia arriba. Simón<br />
Abeliansky observa mi maniobra sin pronunciar palabra. Ha dicho las suficientes.<br />
Un verdadero judío nunca molesta más allá de lo preciso. Apagan<br />
las luces. Una decisión bendita. El tren se sigue alejando del basquetbolista,<br />
de su colega rechoncho, del oficial alemán, de las patrullas armadas. Caigo<br />
por un agujero negro. No existo. Alguien me toca en el hombro. Demoro en<br />
atenderlo. Entonces escucho la voz del empleado.<br />
–Señorita Miralles… Buenos días… Son las 7 y 43… En pocos minutos<br />
estaremos llegando a la estación de Niebla.<br />
–¿Niebla! ¿Ha dicho usted Niebla! –aparto la frazada y miro hacia afuera:<br />
el sol trepa feliz en el horizonte. Ni rastro de la lluvia nocturna. Vuelvo la<br />
cabeza: mi compañero falta–. ¿No ha visto usted al hombre que estaba sentado…?<br />
–dejo inconclusa la pregunta.<br />
–Supongo que se ha bajado en París, señora Miralles. Casi todos quisieron<br />
quedarse en París. Por eso apenas quedamos usted, el maquinista y yo.<br />
Pero no se preocupe: ya Niebla está cerca.<br />
El empleado conoce mi nombre. No sé si es mala señal que en una pesadilla<br />
conozcan tu nombre. Me duele el bajo vientre. Llevo demasiado tiempo<br />
sin orinar. Tomo mi equipaje y salgo rumbo al baño. El empleado me sugiere<br />
asearme un poco y cepillarme los dientes. Parece mi madre. Niebla ya está<br />
muy cerca. Está por consumarse mi destino. ¿Podré despertar en mi cuarto,<br />
sonreír aliviada y colar un poco de café? ¿No podré despertar nunca? Voy hasta<br />
mi asiento y espero. Debería rezar o escribir algún poema urgente, o pasarle<br />
revista a mi vida. ¿Quién sabe si no voy a despertar? ¿Quién sabe si mi<br />
variante de pesadilla no es la peor? El tren va perdiendo velocidad. Por el<br />
pasillo viene el empleado. Llega hasta mí para entregarme una revista y un<br />
par de periódicos. Los tiro sobre el 239. No me interesa leer. Ahora no. El<br />
empleado se detiene al ver mi gesto.<br />
–La prensa dice maravillas de usted. La felicito por el premio. Ojalá que<br />
gane muchos otros.<br />
Reviso sorprendida uno de los periódicos. En la página seis encuentro