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nunca te bajes en niebla<br />
–No entiendo nada –le digo al basquetbolista después de beber un sorbo–.<br />
Juro que no entiendo nada.<br />
–Vivir la vida es difícil. Entenderla es imposible.<br />
–Hablo de entender esta pesadilla.<br />
–Si no trata de entenderla, será mejor para usted… y para todos nosotros.<br />
Siga mejor mi consejo: bájese en París y disfrute la ciudad. El hotel<br />
Meurice es una maravilla. Pruebe los platos y el champagne más caros… La<br />
cuenta va por nosotros.<br />
–¿Entonces no voy a Niebla?<br />
–Las poetisas grandes van a París… Y usted lo es.<br />
¡París? Es inútil que pretenda entender algo. Un vozarrón insolente se<br />
filtra por una bocina y llama a los pasajeros que deberán subir sin demora al<br />
último tren rumbo a Niebla. Bebo el resto del café, el basquetbolista toma mi<br />
maleta y vamos hacia el andén. Me duelen las rodillas y me pesan las piernas.<br />
El tipo rechoncho nos sigue en silencio. Lo escucho suspirar cansado.<br />
Un suspiro. Nada más. Es triste la palabra del mudo. Frente a los siete vagones<br />
del tren se han ido agrupando los que harán el viaje. El basquetbolista<br />
me entrega la maleta y me detengo a esperar que suban todos los pasajeros.<br />
–Y recuerde, señora Miralles: a esta ciudad regrese cuando guste…<br />
Aquí la queremos como usted se merece.<br />
Yo, Teresa Miralles Williams, escritora de poesía y ficciones, no sé con<br />
cuántos libros ni cuántos premios, levanto la vista en dirección a la puerta del<br />
último de los vagones y veo, donde concluye el segundo escalón, una maleta<br />
que parece abandonada. Nadie la toma. Nadie la mira. A nadie parece interesarle.<br />
Ha sido una jornada difícil. Apenas me siente en el 238, caeré rendida.<br />
Ahora yo, Teresa Miralles, mientras camino a paso de hormiga hacia el vagón<br />
número cinco, espero que de un momento a otro el grito de Buñuel me haga<br />
despertar, y para entonces no quiero acordarme de que al principio hubo una<br />
librería, una bestia, una nave, mil gritos de espanto…, o que cierta encumbrada<br />
poetisa me sueña mientras viaja hacia París, o que una escritora nombrada Teresa<br />
Miralles, con tres libros apenas y algunos premios de cierta importancia,<br />
pudiera estarme soñando, después de haber confesado a un oficial alemán que<br />
el hombre escandalosamente pálido que viaja junto a ella no es su esposo, ni<br />
un amigo… ni siquiera un hombre que profesa una religión decente.<br />
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