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wilfrido h. corral<br />
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dioses condescendientes y no vacilan en sacar las garras cuando los fieles<br />
les quedan a deber un diezmo”. En la sección quinta discute cómo la tarea de<br />
domar al oso (el público) quedó en manos de los autores de best sellers, resultando<br />
en la criptografía que adoran los académicos, y “Por eso la literatura<br />
de escritores para escritores, la que subsidian las universidades y los institutos<br />
de bellas artes (...) produce la misma cantidad de productos desechables<br />
que la literatura comercial (y unos cuantos libros de valía, tan escasos como<br />
las obras maestras de la narrativa y el teatro popular)”.<br />
Esa opinión no lo convierte en un yihadista de lo popular, sino en un<br />
objetor de conciencias que conoce el espacio reducido y frecuentemente<br />
endogámico en que se da el trabajo intelectual. Si en varios momentos su crítica<br />
se aproxima peligrosamente a la animosidad, se edifica a cada rato con<br />
frases geniales, mostrando que un mérito real de su enfoque es que casi nadie<br />
se atreve a expresarse así, confirmando la noción orwelliana, según la cual<br />
si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper<br />
el pensamiento. La sexta sección, “El sabotaje interno”, echa sal en las heridas<br />
que ha abierto en las secciones anteriores y, si es innecesario (por ser<br />
hoy diferentemente notable), tratar con mucho interés el aspecto descuidado<br />
de los intelectuales, su argumento de que son monolingües, tal condición es<br />
más contemporánea que históricamente comprobable.<br />
Las secciones séptima y octava pormenorizan el esnobismo de las sectas<br />
intelectuales y las tareas que asumen, comprobando cómo las ideologías<br />
en torno al “público” en verdad no han logrado hacerlo más brillante, desobediente,<br />
escéptico o peligroso, sino que lo convierten en víctima de una<br />
cultura institucionalmente engañosa, aunque “La injusticia en la valoración<br />
del talento se traduce tarde o temprano en una pérdida de poder cultural<br />
efectivo, porque la credibilidad de cualquier árbitro sufre una merma considerable<br />
cuando engaña al público sistemáticamente”. Su espécimen es<br />
Juan Manuel de Prada como reseñador. En las secciones novena y décima<br />
las muestras son mexicanas y personalizadas, con consideraciones sobre el<br />
arte. Serna no cesa en su crítica y porfía en los debates acerca de literaturas<br />
cosmopolitas y nacionales, sobre todo en su país y en las percepciones extranjeras<br />
de las literaturas en español. Como he dicho, desde sus comienzos<br />
no ficticios, Serna ve en el lenguaje la solución a estos problemas y poco re