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Posteriormente escritos)

1SChgru

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el sueño de la aldea<br />

los dos primeros versos de El velador,<br />

que hablaban de la muerte de una madre,<br />

tragedia que por entonces no era,<br />

para mí, autobiográfica). Irónicamente,<br />

en el único caso en que intenté con<br />

deliberación interrogar una situación<br />

con un contenido semántico evidente<br />

y cercano como la crisis de diciembre<br />

de 2001, luego de la aparición de cuatro<br />

poemas que surgieron con voz nítida<br />

y propia en mi conciencia, el resto<br />

de lo que ya era un proyecto de libro,<br />

Desocupado, guardó silencio, se retiró<br />

drásticamente de mi imaginación<br />

poética y se mantiene ausente de ella<br />

hasta hoy.<br />

Si detrás de esta resistencia de la<br />

poesía a manifestarse con una dirección<br />

y una intención predeterminadas<br />

por mi voluntad de autor hay una lección,<br />

¿podría decirse que, al menos en<br />

mi caso, se cumple lo que pedía Chuan<br />

Tzú? ¿Hay que entrar en la jaula mientras<br />

los pájaros duermen?<br />

En última instancia, si es cierto, como<br />

vengo afirmando en estas páginas, que<br />

los asuntos y las materias de la poesía<br />

no nos pertenecen y que sólo nos es<br />

dado consignar sus rastros, ¿cuál es la<br />

dimensión de nuestra responsabilidad<br />

–de nuestro mérito, si se prefiere– en<br />

el poema que, de tanto en tanto, la poesía<br />

escribe a través de nosotros, sedicentes,<br />

escuálidos poetas? ¿Qué parte de<br />

nosotros está representada en la voz mixta<br />

que da como resultado un poema?<br />

Sin lugar a dudas, no somos meras<br />

cajas de resonancia de los ejercicios<br />

de un Ventrílocuo Superior. Lo prueba<br />

el hecho de que un poema firmado por<br />

Vicente Huidobro lleva inscrito el grano<br />

de una voz que asociamos sin dudar,<br />

inequívocamente, al poeta chileno; del<br />

mismo modo en que nos ocurre ante un<br />

poema de Luis Cernuda, de Antonio Cisneros<br />

o de Olga Orozco, por citar unos<br />

pocos casos en los cuales la personalidad<br />

poética, más allá de las biografías,<br />

de los prestigios y de las afinidades electivas<br />

de cada cual, es percibida por el<br />

lector/oyente a través de algo que tendemos<br />

a considerar la voz.<br />

Pero eso que confiere carta de identidad<br />

a unos y a otros, mayores o menores<br />

pero indudablemente poetas, ¿es la<br />

voz de la poesía misma o el modo personal<br />

en que cada uno de esos poetas<br />

logra interpretar esa voz, impersonal y<br />

ajena, cargándola de un matiz singular,<br />

de aquello que con reticencias podríamos<br />

volver a llamar estilo?<br />

Vuelvo a mí, no por narcisismo sino<br />

porque, con todas mis limitaciones,<br />

puedo dar cuenta de mis procesos con<br />

algo menos de impertinencia que al<br />

hablar de otros poetas. Cuando logro<br />

entonarme en una escritura que deja<br />

de atender a los mandatos del supues­<br />

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