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miguel terry valdespino<br />

108<br />

Nadie la enciende. Yo permanezco quieta, hecha un ovillo bajo la última<br />

hilera de sillas en la librería El Pensamiento. El tren ruge, se balancea<br />

estruendosamente hacia uno y otro lado. La librería también. Alguien grita<br />

gusanos, basuras, eso son ustedes, ¡duro con estos maricones y estas putas!<br />

Explotan otros gritos de rabia y otros gritos de miedo. Estallan todos los odios.<br />

Caen los libros, caen las sillas, caen los cuerpos ruidosamente. Se escuchan<br />

quejas, ayes, llantos histéricos y hasta un chillido de rata. El tren aúlla con<br />

un dolor humano y la luz se enciende…<br />

–¿Qué pasa ahora? –pregunta con timidez mi compañero de viaje.<br />

El tren comienza a perder velocidad hasta detenerse. Sigue lloviendo.<br />

No hemos llegado a ninguna estación y ahora el paisaje está iluminado de<br />

forma dantesca: una docena de patrullas de soldados alemanes, armados<br />

con perros y ametralladoras, esperan junto a los rieles. El empleado entra<br />

al pasillo con paso ligero. Pide por favor a todos que le prestemos atención.<br />

–Los alemanes están allá afuera. Van a subir. Por favor, señores, saquen<br />

sus documentos. Que nadie se ponga nervioso. En este vagón nadie<br />

es judío.<br />

El empleado desaparece. Los murmullos corren de un lado a otro. Mi<br />

compañero y yo nos miramos. Yo estoy en ascuas. Él tiene miedo. Sacamos<br />

nuestros documentos de identificación. No sé si los míos servirán para algo.<br />

Por el gesto de mi compañero, estoy segura de que piensa lo mismo respecto<br />

a los suyos. Un oficial alemán penetra. Lo escoltan dos soldados. Los murmullos<br />

crecen y cesan de golpe. El oficial se detiene en el centro del vagón<br />

y entonces canta con voz de barítono: “Siberia es hermosa en invierno, un<br />

lugar fabuloso para arrancar de la mente los malos espíritus.” Nadie se ríe.<br />

Nadie reacciona. Parece que el vagón está desierto. El oficial llega hasta nosotros<br />

y saluda marcialmente. Es rígido y más pálido que mi vecino del 239.<br />

Le extiendo mi documento, pero lo rechaza con una amabilidad inexplicable:<br />

–No, señorita, usted no… Las poetisas como usted son sagradas para<br />

nosotros.<br />

–¿Usted sabe quién soy?<br />

–La camarada Teresa Miralles Williams… ¡pobre de quien no la conozca!<br />

Los escritores son los ingenieros del alma humana –el tono del oficial<br />

pasa de amable–. La leo siempre… ¡y la admiro! Mi familia también la ad­

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