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óscar gonzález saint<br />
frío subirle por la espalda mojada. Las estrellas se alejaban de los cerros. Se<br />
recargó en el coche y esperó. Se sintió temblar. Comenzaba a sentirse enfermo.<br />
La casa tenía las luces encendidas. Por las ventanas se insinuaban las<br />
siluetas de la familia. Sintió el olor del cigarro antes de verlo: por la puerta<br />
principal salió un hombre de bigote canoso. Pásale a cenar, dijo. Vio el coche<br />
y le señaló con la cabeza: las marcas de llantas en la tierra terminaban<br />
en un cobertizo. Ven ahorita, ya luego vamos, insistió con calma. Escuchó las<br />
llantas rozar las salpicaderas. Tomaron café humeante que les sirvió una mujer<br />
callada, de mirada ausente. Se preguntó si sería muda. El viejo se alisó<br />
el bigote con la mano y prendió otro cigarro. Vamos a salir, le dijo a la mujer.<br />
Le pones la cama al señor y te vas con el niño a la recámara. Ya no salgan.<br />
La mujer dijo sí casi sin separar los labios. No levantó la mirada. Vamos entonces,<br />
dijo Salo ajustándose el sombrero. Salieron al cobertizo. Encendió el<br />
coche y lo dejó calentar. El viejo se acomodó en el asiento de al lado. Sonaron<br />
piedras bajo las llantas. La cerca de palo y alambre se extendía hacia la<br />
noche y el monte. La siguieron. El viejo movió la perilla del radio. Debajo de<br />
la estática, escondida, comenzó a sonar una canción indistinguible. Manejó<br />
hasta que en el retrovisor desaparecieron las luces de la casa. Volteó a ver<br />
al viejo. Hasta llegar al pozo, dijo Salo. Después de un rato volvió a hablar:<br />
aquí mero. Dejaron las puertas abiertas para que la canción los acompañara.<br />
Encendieron las lámparas y alumbraron las herramientas ya recargadas en<br />
la boca del pozo. Fueron hacia el coche. Antes de abrir la cajuela se quitó<br />
el anillo del dedo. Levantó la tapa. La sal comenzó a regarse a chorros en la<br />
tierra. Escucharon el quejido de los gavilanes ya en reposo. Una voz de tenor<br />
sonaba en la radio. Miraron todavía por un momento. Sorbió fuerte por la<br />
nariz y se secó los ojos. Te tardaste, dijo Salo. Comenzaron a cavar.<br />
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