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los recuerdos como si fuesen los síntomas de una enfermedad que poco a<br />
poco nos abandona, y al final estamos sanos de ella porque ya no recordamos<br />
nada. Según el libro, uno nace, crece y no es consciente de sus recuerdos<br />
hasta cierta edad. Los recuerdos que uno tiene son ya la semilla de lo que<br />
vendrá más adelante. El primer recuerdo puede ser inocente y terrible, o no.<br />
Uno a esa edad temprana no es responsable de sus recuerdos, o no por completo.<br />
Es lo que viene después lo determinante: uno elige y toma caminos<br />
que a su vez llevan a otros caminos, los cuales vuelven, toman desviaciones,<br />
se entrecruzan, avanzan de improviso y siguen así hasta lograr un entramado<br />
que, con el paso de los años, no puede ser sino un mapa de la vida, tejido con<br />
recuerdos de las acciones un día, todos los días emprendidas. Luego uno va<br />
saliendo del camino, de todos los caminos para sentarse a mirar la distancia<br />
recorrida. La mira como a través de una lente o una variedad de lentes, que<br />
son sus recuerdos. Ya está enfermo, sentenciaba el texto.<br />
Emiliano Sanjosé dejó el libro en el brazo del sillón. Se levantó a abrir<br />
la ventana corrediza, entrecerrando los ojos frente al brillo del muro blanco.<br />
El marco de la ventana dio un breve rechinido y el aire húmedo entró desde<br />
el jardín. Escuchó en la cocina el sonido de cajones que se abrían, platos<br />
levantados de un lugar y puestos en otro, la puerta de la alacena abierta, el<br />
chasqueo eléctrico de la estufa al encenderse. Aspiró lentamente con los ojos<br />
cerrados. Los recuerdos primeros son apagados, se dijo, como si la oscuridad<br />
los fuera engullendo lentamente, sin detenerse. Como si la penumbra viniera<br />
desde atrás de la escena, digamos, y todo va siendo cubierto paulatinamente,<br />
tal vez absorbido sea la palabra correcta. Es la mayor diferencia con los recuerdos<br />
más recientes, que aparecen luminosos, o no tan oscuros. Los recuerdos<br />
son caminos dentro de uno mismo, que los recorre de modo interminable. La<br />
única cura está en el olvido.<br />
El hombre de azul salió de la cocina con las manos llenas, pasó al lado<br />
de Sanjosé y salió al jardín. Colocó sobre la mesa tres manteles individuales,<br />
sal, pimienta, servilletas, una botella de vino. Volvió a la cocina, a abrir y<br />
cerrar cajones. Algo siseaba en la estufa. Emiliano Sanjosé volvió al sillón,<br />
pero ya no abrió el libro, sino que se miró las palmas de las manos por un<br />
largo rato. El olor de la carne asada se extendió por la casa, un olor caliente<br />
mezclado con especias. De nuevo el de azul salió de la cocina, esta vez con<br />
tres prosas<br />
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