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nífica prosodia y brillante vocabulario,<br />
debe lidiar desde hace algunos años con<br />
su propia reputación de poeta barroco.<br />
Los lectores perezosos, poco habituados<br />
a escandir un verso, descifrar una figura<br />
o escuchar las resonancias de una sílaba<br />
tónica, etiquetan y caricaturizan<br />
con irresponsable facilidad. No faltan,<br />
así, quienes dan por sentado que todo<br />
cuanto escribe Ortega se ajusta, sin más,<br />
a un patrón de temas arcaizantes, frases<br />
conceptuosas y metros regulares. Lo cual<br />
es, por supuesto, falso, aunque significativo.<br />
Si entender la obra de un poeta<br />
es de por sí difícil, forzarse a leerla con<br />
los anteojos equivocados es condenarse<br />
a la incomprensión y el estereotipo. El<br />
propio autor, en su reciente y muy recomendable<br />
volumen de prosa crítica<br />
titulado El ancla y el arado, despeja<br />
ciertos equívocos a propósito de sus “inclinaciones<br />
de lector” y “lecturas formativas”:<br />
“Se ha dicho que mi poesía<br />
comporta algunos rasgos del llamado<br />
neobarroco, término tan vago como impreciso<br />
para designar las aportaciones<br />
que supuestamente ampara. Considerando<br />
que las poéticas están sujetas al proceso<br />
de mutación constante que implica<br />
la maduración humana del poeta, no me<br />
corresponde a mí aseverar dónde, o en<br />
qué ámbito estético o estilístico debo<br />
asentar mi proyecto de escritura. Es<br />
probable que la fama de mis inclinaciones<br />
de lector o de mis lecturas formativas<br />
haya emitido una falsa señal,<br />
ya que no solamente leo con gusto a<br />
quienes escriben como yo sino igualmente<br />
a quienes escriben desde las antípodas.”<br />
Los poemarios más recientes de Ortega<br />
me interesan particularmente. La<br />
serie formada por Estado del tiempo<br />
(2005), Devoción por la piedra (2011) y<br />
Guía de forasteros (2014) impresiona por<br />
su equilibrio, coherencia y hondura. Ortega,<br />
desde su primera juventud, ha sido<br />
un poeta de ambición clásica. En sus libros<br />
parecen cruzarse los caminos del retrato,<br />
el paisaje y la meditación introspectiva.<br />
Ortega es, en particular, un formidable<br />
retratista de paseantes y desconocidos.<br />
También es un viajero melancólico, ya<br />
que no triste, capaz de resumir un espacio<br />
en tres o cuatro líneas de tinta. Y al<br />
filo de sus poemas va dibujándose la figura<br />
de un solitario: la meditación, en<br />
Ortega, suele tener por tema la situación<br />
específica del sujeto, su lugar concreto<br />
en un mundo que va moviéndose bajo<br />
sus pies. Más que mirar, le importa observar<br />
(aunque se sabe llamado, más que<br />
a observar, a contemplar).<br />
Guía de forasteros es un libro extenso<br />
y sustancioso que supera con amplitud<br />
el centenar de páginas. El poema<br />
inicial es, de cierta forma, un prólogo y una<br />
poética. En él se describen las etapas del<br />
ascenso por un camino de montaña. La<br />
revelación del mar aguarda en lo alto.<br />
Pero, si se me permite decirlo así, el interés<br />
expresado en el poema radica en<br />
escalar, no en haber alcanzado la cima:<br />
“El poema se hace en el ascenso.” Una<br />
sintaxis digna de José Ángel Valente le<br />
hace decir a Ortega, en el último verso,<br />
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