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Posteriormente escritos)

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esolverlo él: atrás de la puerta es el<br />

rincón más apartado de la casa porque<br />

la puerta es un límite de la casa, una<br />

función de la casa y no un conjunto que,<br />

aun si al interior de la casa, constituyera<br />

un ente distinto a la casa.”<br />

A pesar del discurso metalingüístico,<br />

Profesores expone, como una unidad<br />

temática, el asunto magisterial desde<br />

distintas perspectivas. Los personajes<br />

de los tres cuentos se vinculan con el<br />

medio educativo; sin embargo, éstos fungen,<br />

únicamente, como modelo crítico:<br />

las reflexiones que giran en torno a ellos<br />

(y a partir de ellos) convierten un tópico<br />

controvertible en algo trivial, accesorio.<br />

Lo sustancial está en lo narrativo,<br />

en la imposibilidad de la anécdota. De<br />

ahí que el episodio concerniente a Jota<br />

Ce se detenga en las reflexiones de este<br />

personaje, en el devaneo gramatical que<br />

le ayuda a deconstruir su escenario: el<br />

edificio en donde vive, las personas que<br />

cohabitan en éste, las actividades que los<br />

ocupan: “Pero en este lugar, dice Jota<br />

a un hipotético auditorio, me permite<br />

odiar a la vecina al mismo tiempo que<br />

me impide saber quién es.”<br />

Jota Ce no es un conocedor sensorial,<br />

no elucubra a través de los sentidos;<br />

lo hace, en realidad, por medio de<br />

significantes: el sonido de unos pasos<br />

determina si un inquilino está ausente,<br />

si parte al trabajo o si ya ha regresado;<br />

lo anterior, a pesar de que este personaje<br />

nunca ha visto a sus vecinos, que<br />

jamás ha cruzado palabra con alguno de<br />

ellos. Lo suyo es especulación, simulacro,<br />

quimera: “Si escucha ruidos y hay<br />

luz, las nueve de la mañana.”<br />

En “Ve”, las disertaciones sintácticas<br />

son todavía más contundentes. Desde el<br />

inicio del relato, sabemos que el narrador<br />

recibe una carta. Por lo mismo, la<br />

trama se desarrolla desde ese “otro” e,<br />

incluso, sobre lo que se conjetura sobre<br />

aquél. Las hipótesis versan, entonces,<br />

sobre qué debería suceder, nunca<br />

sobre lo cierto. Una punta del iceberg a<br />

partir de la cual se conserva la potencialidad<br />

del personaje: en este caso de<br />

“A” (de anónimo, de anodino, anacrónico),<br />

cuya perspectiva crece por medio<br />

de esa metanarrativa epistolar: “Digo<br />

A por comodidad. Es más fácil decir A<br />

que decir antiguo, arnoldo, abeja, aritmética.<br />

A se llama Arnoldo, nombre que<br />

no lo convence mucho, así que si yo escribo<br />

una carta pongo Querido A. Por<br />

comodidad y por respeto a las manías<br />

ajenas; A. (Y esta será la única vez que<br />

la palabra arnoldo aparezca en lo que<br />

yo diga.)”<br />

Es difícil no encontrar asideros externos.<br />

Autores que presenten un punto<br />

de comparación con la obra de Gabriel<br />

Wolfson. En el caso de Profesores, me<br />

viene a la cabeza el ejercicio inacabado<br />

de Pablo Palacios. Su obra reiterativa,<br />

cazadora de inventiva lingüística.<br />

Su libro de cuentos, Un hombre muerto a<br />

puntapiés, presenta relatos que se empatan<br />

con este discurso espiral, que repercute<br />

en el ejercicio mismo de lo escrito,<br />

así como en aquello que debería escribirse.<br />

En Wolfson hay un eco de “Las<br />

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