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sólo es un texto fascinante desde el punto<br />
de vista histórico, literario y filosófico,<br />
sino la palabra de Dios, entonces<br />
hay que admitir que nada en él es accesorio<br />
o fortuito. Que el fragmento de<br />
versículo de apariencia más trivial esconde<br />
más riquezas que Homero, Shakespeare<br />
y Proust juntos. Si Juan nos<br />
dice, pongamos, que Jesús se trasladó<br />
de Nazaret a Cafarnaúm, es mucho más<br />
que una simple información anecdótica:<br />
es un viático precioso en el combate que<br />
es la vida del alma. Aunque sólo quedase<br />
del Evangelio este modesto versículo,<br />
la vida entera de un cristiano no<br />
bastaría para agotarlo.”<br />
Lo que está en juego en esta lectura<br />
es la fe. Pero la fe no como sinónimo<br />
de creencia ciega, sino, si me permiten,<br />
como ejercicio hermenéutico ¿En<br />
qué sentido?<br />
La hermenéutica filosófica, aquella<br />
postulada por Heidegger y Gadamer,<br />
buscaba que la tradición –la literatura<br />
clásica, nuestro pasado–, nos interpele.<br />
Gadamer piensa que la verdadera sabiduría<br />
radica en dejarse hablar por el<br />
pasado. Sin embargo, las tradiciones que le<br />
siguieron, como la estética de la recepción,<br />
intercambiaron el orden de importancia<br />
de ese diálogo, dándole un lugar<br />
dominante al lector, que va por el texto,<br />
imponiéndole los sentidos propios de su<br />
tiempo (sus prejuicios, diría Gadamer).<br />
Esto es en cierta medida inevitable,<br />
es cierto, pero también supone un riesgo:<br />
que durante la experiencia de lectura no<br />
podamos ver más allá de nuestras propias<br />
narices. Lo que parece proponer Carrère,<br />
en contraste, es que el acercamiento a un<br />
fenómeno tan complejo como la cristiandad<br />
–un acercamiento que, por otra<br />
parte, se realiza casi exclusivamente en<br />
la lectura de los Evangelios– tome siempre<br />
en consideración la fe como uno de<br />
sus elementos centrales.<br />
La fe cristiana, básicamente, consiste<br />
en la aceptación de que existe algo<br />
más grande que nosotros. Difícilmente<br />
un lector contemporáneo lee de ese<br />
modo, convencido de que el método lo<br />
guiará en la búsqueda de la verdad sobre<br />
el texto. Y es cierto: el crítico literario muchas<br />
veces, en su búsqueda por conquistar<br />
el sentido, cree saber más que el autor<br />
y más que el texto juntos. Nada puede estar<br />
más equivocado. El lector cristiano<br />
que se acerca a la Biblia, por su parte,<br />
no necesita buscar nada, pues el texto<br />
es ya su verdad.<br />
De allí que la pregunta de que parte<br />
El Reino (¿cómo es que se puede creer<br />
realmente en la resurrección de un hombre?)<br />
no lo lleva por el camino que usualmente<br />
han tomado diversas indagaciones<br />
históricas de los orígenes del cristianismo,<br />
como El código da Vinci, por<br />
dar el ejemplo más conocido. A decir<br />
verdad, casi toda la información histórica<br />
que se provee en la novela parece<br />
haber sido extraída de un documental<br />
de National Geographic. * No hay en esta<br />
*<br />
El propio autor confiesa sus fuentes. Una<br />
de ellas, un célebre documental francés llamado<br />
Corpus Christi.<br />
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