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La simpatía como<br />

forma de la crítica<br />

Fernando Fernández<br />

Ignacio Ortiz Monasterio, Compás de cuatro<br />

tiempos, Ediciones La Rana / Casa de Muñecas<br />

Editorial, México, 2015, 70 p.<br />

Es indudable que puede practicarse una<br />

crítica sin que medie la simpatía; en<br />

realidad, con frecuencia presenciamos<br />

ese fenómeno: artículos y aun ensayos<br />

elogiosos, no pocas veces colmados de<br />

inteligentes argumentos, que no provocan<br />

en nosotros sino la más perfecta<br />

indiferencia. Lo que no creo que sea<br />

posible es hacer una crítica profunda y<br />

duradera sin que vaya acompañada de<br />

ese sentimiento que el diccionario define<br />

como “inclinación afectiva entre personas,<br />

generalmente espontánea y mutua”.<br />

Es ese género de crítica el que me entusiasma<br />

y me sirve como lector. Lejos<br />

estoy de decir que soy capaz de practicarla<br />

con éxito yo mismo, pero bien<br />

que puedo intentarlo, como haré en los<br />

párrafos que siguen.<br />

Conste que bien me doy cuenta de<br />

que la definición del diccionario utiliza<br />

la palabra “personas” –porque le resulta<br />

esencial para describir el término<br />

y le parece connatural a su significado–.<br />

¿Cómo aplicar entonces ese sentimiento<br />

a la relación que se establece<br />

entre cualquiera de nosotros, es decir<br />

una persona, digamos un lector, y un<br />

objeto, por ejemplo un libro de cuentos?<br />

La respuesta es fácil, aunque ahora no<br />

se me ocurra ofrecerla si no es con otra<br />

pregunta: y es que, bien mirado, ¿no<br />

tiene un libro, de los que nos agradan,<br />

una personalidad y un carácter propios<br />

que nos hacen pensar que son algo<br />

más que tinta y papel?<br />

Habrá quien, siquiera momentáneamente,<br />

se manifieste de acuerdo conmigo<br />

–aunque sólo sea por amabilidad,<br />

o por permitirme seguir adelante para<br />

ver si acabo de una vez por todas– pero<br />

que no dejará pasar, sin señalármela, la<br />

palabra “mutua” que aparece también<br />

en la definición del diccionario, la cual<br />

dice, muy a las claras, que la simpatía es<br />

la “inclinación afectiva entre personas,<br />

generalmente espontánea y mutua”. ¿Puede<br />

ser mutua la simpatía entre un libro y<br />

la persona que lo lee? Acaso por el hábito<br />

socrático, latente siempre en nosotros,<br />

no puedo responder tampoco en<br />

esta ocasión si no es con otra pregunta:<br />

y es que ¿cuántas veces no hemos sentido<br />

que cierto relato tiene algo que nos<br />

sirve precisamente a nosotros, que es<br />

a nosotros a quienes habla? Quizás no<br />

sea imposible extender algo las cosas y<br />

decir que ciertas obras sienten algo por<br />

nosotros, por ejemplo una cierta “inclinación<br />

afectiva espontánea”.<br />

Digo todo esto porque, más allá de la<br />

simpatía que me une a la persona de<br />

Ignacio Ortiz Monasterio, que ha sido,<br />

como exige la definición, por un lado “inclinación”<br />

y por el otro “afectiva”, y sin<br />

ninguna duda (exactamente como se dio<br />

en el sentido más estricto e histórico en­<br />

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