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tre nosotros) “espontánea y mutua”, su<br />

primer libro llegó a mis manos cuando<br />

lo necesitaba, precisamente cuando podía<br />

hablarme, en el momento en que me<br />

ofreció su simpatía y se abrió para mí,<br />

como un amigo o algo más.<br />

Ese relato no fue el primero que leí,<br />

de los cuatro que conforman su bello Compás<br />

de cuatro tiempos, sino el segundo o el<br />

tercero, porque primero me abrí paso por<br />

el cuento que inaugura la pequeña serie,<br />

el que se llama “¡Colisión!” Ya en<br />

él percibí las característica básicas de<br />

la literatura de Ortiz Monasterio: una<br />

sencillez no poco elaborada, que trabaja<br />

a partir de singulares experiencias<br />

en un lenguaje ya personal, que a pesar<br />

de su frescura y su sentido del humor<br />

posee una elegante dosis de desengaño<br />

y melancolía.<br />

Fue en el momento en que llegué al<br />

cuento llamado “Retrato de mujer con<br />

mascota” cuando, empapado de simpatía<br />

–es decir de inclinación afectiva espontánea<br />

y mutua–, me embarqué en el<br />

delicado y compasivo relato de los últimos<br />

días de la perrita callejera Anastasia,<br />

y sentí a fondo las calidades del<br />

lenguaje y el pensamiento de Ortiz Monasterio.<br />

Como hablamos de personas,<br />

de la persona que lee y de la persona<br />

que transmite lo que ha vivido, sea el<br />

autor o su obra por interpósita persona,<br />

me veo obligado a referir un pequeño suceso<br />

íntimo para dejar establecido hasta<br />

dónde fue un asunto personal el que me<br />

hizo leer con tanta simpatía ese cuento:<br />

a finales de agosto pasado, murió un<br />

animalito con el que viví los últimos<br />

cuatro años de mi vida, y su pérdida, ya<br />

que teníamos una coexistencia rica en<br />

comunicación, perfectamente adaptada<br />

a una rutina fructífera para ambos,<br />

fue dolorosa para mí.<br />

Dicho esto, puedo contar que al leer<br />

“Retrato de mascota con mujer” sentí<br />

que el relato mismo mostraba su inclinación<br />

por mi persona, de manera natural<br />

y no pedida, y fue gracias a él que<br />

pude ver la profundidad de mis propios<br />

sentimientos; la compasión que produjo<br />

en mí el personaje del cuento de Ortiz<br />

Monasterio me ayudó a definir la muy<br />

honda que sentía yo mismo por mi propia<br />

compañera recientemente perdida.<br />

¿Y cómo no, a través de la conmovedora<br />

historia de la perra Anastasia, recogida<br />

en la calle a punto de morir, empapada<br />

de lluvia, enclenque y coja, con las<br />

ubres largas y secas, como de quien<br />

acaba de parir en las peores condiciones,<br />

sin huella de ninguna de sus crías,<br />

abandonada en un pedazo de césped<br />

asilvestrado y cualquiera, a un lado de<br />

los autos que corren? ¿Y cómo no, a través<br />

de la intensa relación que se establece<br />

entre Anastasia y la Antonia del<br />

relato, quien fue, como pide el epígrafe<br />

de Unamuno que encabeza el texto,<br />

como una diosa para ella?<br />

He tenido la idea de escribir un relato<br />

sobre mi propia convivencia con<br />

aquel animalito, algo más que aquellos<br />

deliciosos apuntes de Miguel Delibes<br />

sobre sus perros de caza y compañía, y<br />

acaso más bien como ese bellísimo libro<br />

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