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desmadres y tareas críticas según enrique serna<br />

critique littéraire est au dernier échelon de la littérature”, y el flujo y reflujo<br />

de los novelistas ante la crítica ha cambiado poco desde entonces. Así, en<br />

Corriente alterna, Octavio Paz aseveraba que la crítica era “el punto flaco de<br />

la literatura hispanoamericana”, aunque los críticos que él cree fortalecerían<br />

el campo no han tenido la repercusión o influencia que merecían, y el que<br />

más valía, Guillermo Sucre, dejó sólo un libro memorable. No obstante Paz<br />

concluye severamente: “La creación es crítica y la crítica creación. Así, a<br />

nuestra literatura le falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación.” 2 Desde<br />

sus inicios como prosista, Serna se ha dedicado a las faltas que notaba el<br />

poeta-crítico.<br />

Pero por olvidos o injusticias hay que hilar fino, porque no se trata de<br />

que los narradores más recientes se opongan a la crítica; es más, frecuentemente<br />

recurren a ficcionalizarla, tal vez porque por formación, preferencia<br />

estética o por el ambiente en que se mueven inevitablemente, conocen demasiado<br />

el campo o a sus partidarios o contrarios como para calcar o actualizar<br />

la opinión de Flaubert. También es evidente su distancia de una visión que<br />

no es exagerado calificar de creciente y occidental: la animadversión hacia<br />

la que se sigue llamando indistintamente “crítica literaria” o “teoría crítica”,<br />

predominantemente académica y basada en obtusos discursos autoindulgentes<br />

y pretensiones histórico-filosóficas, en la línea del Michel Foucault de<br />

la conferencia-diálogo “Qu’est-ce la critique? Critique et Aufklärung”, pero<br />

sin su ilustración. No sorprende entonces que en Las correcciones (2001; español<br />

2002) del estadunidense Jonathan Franzen, nacido el mismo año que<br />

Serna (1959), un académico desacreditado, Chip Lambert, abandone la teoría<br />

marxista para escribir guiones y va a la mítica librería Strand de Manhattan<br />

para deshacerse de los tomos “dialécticos” de su biblioteca.<br />

Las obras de Theodor W. Adorno, Jürgen Habermas, Fredric Jameson<br />

y otros, le habían costado casi cuatro mil dólares (hipérbole simbólica), pero<br />

al venderlos su valor es de sesenta y cinco. Luego de otras expediciones<br />

para vender sus libros y, según el narrador, recordar cómo esos estudios le<br />

habían prometido una crítica radical de la tardía sociedad capitalista, Lambert<br />

gasta su irrisorio dividendo en un caro filete de salmón noruego. Recor­<br />

2<br />

Octavio Paz, Corriente alterna, Siglo xxi Editores, México, 1967, p. 44.<br />

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