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Posteriormente escritos)

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pueden hallar referencias similares a<br />

pintores como Arcimboldo, Kupka, Alberto<br />

Gironella, El Greco y otros. Sólo<br />

“Chimeneas de Asnières”, que semeja<br />

justamente el fálico símbolo de la modernidad<br />

con su corona de humo, me<br />

deja en la duda, pues no lo encuentro en<br />

el libro El corazón del instante, aunque<br />

intuyo que tras él están Seurat y Van<br />

Gogh. Algunos textos más pertenecen<br />

a otros libros reunidos en El corazón<br />

del instante, como es el caso de “El alfarero”,<br />

cuya silueta parece la sombra<br />

de un tibor. Leyéndolo, inmediatamente<br />

pensamos que alude a un artesano pero,<br />

al descubrir que pertenece a El libro de<br />

los pájaros, nos damos cuenta de que se<br />

trata de un ave. A estas alturas de mi<br />

experiencia lectora puedo mencionar<br />

una tercera característica de la poesía<br />

visual de Alberto: la utilización de las<br />

sombras del texto o, para hablar como<br />

quizás lo haría un editor, “la manchas<br />

textuales”, como recurso unas veces figurativo,<br />

otras veces rítmico.<br />

“La hora y la neblina”, segunda sección<br />

de Poesía visual, contiene poemas<br />

tomados en su mayoría de la segunda<br />

reunión de doce libros que lleva un título<br />

homónimo. Lo primero que me salta a<br />

la vista es la presencia de referentes fílmicos<br />

en varios títulos: “Vagas estrellas<br />

de la Osa Mayor” (Visconti), “Trono de<br />

sangre” (Kurosawa), “Rosebud” (Orson<br />

Welles), “La ciudad blanca” (Alain Tanner),<br />

“Kaspar Hauser” (Herzog), etc. ¿Es<br />

esta otra manera de ser visual culturalmente,<br />

mentalmente? ¿Las películas<br />

comienzan a correr en nuestro imaginario?<br />

Tal vez sí, al menos me sucedió<br />

con “Kaspar Hauser”, que comenzó a<br />

proyectarse en mi mente mientras leía<br />

“Las hojas de las hayas murmuran suavemente<br />

con el primer viento del otoño<br />

como si de verdad supiesen lo que les<br />

espera”. En este caso, la mancha del<br />

poema semeja una hoja cuyo peciolo<br />

está compuesto por tres signos de admiración.<br />

Otros poemas recurren a la figuración:<br />

“La obsidiana” es un cuchillo<br />

pétreo; “El mármol” es un pecho de la<br />

estatua cuya sangre se congeló en sus<br />

vetas en la madrugada; y “Arborescencia”<br />

es el follaje de un árbol cuyo tronco<br />

es el vano entre dos pilas de versos<br />

de diferentes longitudes, que serían las<br />

ramas a ambos lados.<br />

A esta misma sección pertenece “La<br />

poesía”, composición reproducida en la<br />

portada del libro, que tiene una gracia<br />

sin igual por su sencillez y su sorpresa.<br />

El verso inicial nos dice “La poesía” y<br />

va seguido de otro, dislocado levemente<br />

hacia abajo y hacia la derecha, que<br />

completa la frase: “nos sigue”. Este verso<br />

va a ser repetido diez veces más, desperdigadas<br />

en la página. Sentimos entonces<br />

que la poesía nos acecha. Sin embargo,<br />

esta paranoia imaginaria desaparece<br />

cuando leemos los dos últimos versos<br />

al final de la página: “ayudando / a vivir”.<br />

La persecución se convierte en<br />

apoyo constante, maravilla del existir.<br />

“Textil” ya nos muestra una técnica<br />

diferente de las anteriores pues juega<br />

con la descomposición de las palabras.<br />

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