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esas empantanadas repeticiones socioculturales.<br />
Por ejemplo, la relación entre<br />
Amparo, la nana, e Irene parece salida<br />
de una telenovela. Es la mujer del<br />
campo que vino a trabajar a la ciudad<br />
y se encuentra con unos padres que<br />
no hacen caso a su hija; así que ella,<br />
con todo el amor que le ha sobrado por<br />
nunca haber sido madre, la cría como<br />
a su hija, y la propia niña le tiene un<br />
cariño casi, o tal vez mayor, como el<br />
que le tiene a su madre siempre ausente.<br />
En otro momento, en un video que<br />
los ladrones le hacen llegar a Alberto,<br />
uno de ellos dice: “Este huevudo lee<br />
mucho”, y otro contesta “Por pendejo”.<br />
Así, el narrador no sólo separa a los “ladrones”<br />
de los hombres que se ganan<br />
la vida de manera honesta –entre todas<br />
las comillas que gusten–, sino que también<br />
pretende hacer evidente, por medio<br />
de ese recurso fácil, la idea de que<br />
para la gente “pobre” cualquier gesto<br />
de gusto por cierta cultura, la lectura<br />
en este caso, es catalogado como inservible<br />
y “para pendejos”. Y así otros<br />
más: el papá de Carolina no quiere que<br />
estudie, a pesar de que ella, una buena<br />
chica atrapada en las garras de una<br />
familia de ladrones, quiere aprender<br />
radiología. O, para anotar un último<br />
ejemplo que no hace falta glosar: “En<br />
El Sartejonal no había internet, aunque<br />
sí televisión vía satélite... No tenían<br />
agua potable, pero sí televisión.”<br />
En segundo lugar, si algo no me<br />
queda claro de Los últimos hijos, es la<br />
construcción de sus personajes, especialmente<br />
Alberto e Irene: una pareja<br />
con una vida “clasemediera”, a decir<br />
de la contraportada. Creo que los personajes<br />
me llegan a parecer antipáticos<br />
por la postura que adoptan ante<br />
“la pobreza”, ante “los ladrones”, ante<br />
“los pobres”. Justifico el uso de las comillas<br />
por mi propia duda, porque no<br />
estoy convencido de que sea intención<br />
del autor que sus personajes se muestren<br />
al mismo tiempo atemorizados,<br />
profundamente lastimados, al borde de<br />
un precipicio emocional, mientras que<br />
no dejan de ser –por más que lo intenten–<br />
individuos que muestran constantemente<br />
una superioridad intrínseca<br />
hacia casi todos los demás personajes<br />
de la novela. Dice Alberto: “Apreté los<br />
dientes del enojo, porque sentía que la<br />
vida era demasiado injusta conmigo.<br />
Ahí estaba esa niña que crecería para<br />
ser ladrona. Usaría ropa sucia. Gatearía<br />
en aquel piso podrido. Pasaría fríos.<br />
Hambre.” Se presentan así personajes<br />
ensimismados que hablan de otros con<br />
displicencia y condescendencia: “Hasta<br />
los ladrones desean terminar su día<br />
con comida caliente frente a ellos.”<br />
Otro ejemplo sería la postura que Alberto<br />
tiene ante sus “trabajos” durante<br />
la época que pasan escondidos en el<br />
pueblo de la nana Amparo. “Iba y venía<br />
con mi bicicleta. No me importaba<br />
esforzarme, sudar. Incluso esa actividad<br />
física resulta curiosa, interesante:<br />
pedalear por la sierra” –dice Alberto,<br />
tomando su trabajo en la gasolinera o<br />
en el matadero de animales como un<br />
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