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óscar gonzález saint<br />
una canasta pequeña de pan, un sacacorchos, tenedores y cuchillos serrados<br />
para la carne. Llevó después los vasos, dispuso la mesa con cuidado y se sentó<br />
a esperar. Al poco rato, de la cocina salió el de verde con un platón donde<br />
humeaba la comida: cortes, cebollas asadas, tiras de chorizo. Fue una vez más<br />
a la cocina y regresó con un bol lleno de puré de papa. El de azul destapó<br />
el vino. Comieron en silencio, espantando las moscas cada cierto tiempo. El<br />
muro blanco ya no cegaba, aunque el calor seguía. El hombre de azul señaló<br />
la botella con los últimos restos de vino. Otra, preguntó. Emiliano Sanjosé respondió<br />
con una mueca, como si la voz del hombre de azul le hubiera causado<br />
una arcada. Se reclinaron en los respaldos de las sillas y miraron la mesa.<br />
Después de un rato, el hombre de azul dio un suspiro. Se levantó seguido<br />
del otro. El olvido, Emiliano, se dijo Emiliano Sanjosé. Después de un rato,<br />
al salir de la casa, los dos hombres tiraron a una alcantarilla los cuchillos.<br />
64<br />
vuelo de gavilán<br />
para Luis Camey Torres<br />
Todo igual. Como si no se estuviera moviendo. Como en una película antigua,<br />
un horizonte incansable y repetido: las nubes rasgadas, el cielo azul<br />
despintado. Los cerros cada vez más pequeños en el espejo. El viento caliente.<br />
La estática en la radio. Durante muchos kilómetros no había nada en el<br />
cuadrante, retazos de comerciales, voces distorsionadas, estática, voces lejanas,<br />
fragmentos. El sol agrietaba la pintura y el óxido del coche. La carretera<br />
en línea recta, dos carriles tendidos a la distancia. A los lados, lo cercano era<br />
una mancha borrosa. A lo lejos el erial ondulante, resquebrajado. Luego polvo,<br />
tierra quemada. A veces biznagas, huizaches, alguna osamenta en pedazos.<br />
El coche olía a grasa para bisagra y sal. Los vidrios abajo no lo atenuaban.<br />
Se secó el sudor de la frente y miró en el espejo las patas de gallo, la piel<br />
cuarteada, las ojeras. Bajó los ojos a la mano izquierda sobre el volante, al<br />
color opaco del anillo. Se había levantado temprano. Antes de salir revisó el<br />
coche, pateó las llantas. Puso un litro de aceite, revisó el radiador. Puso la<br />
llanta de refacción en el asiento de atrás. Cargó un galón de agua en el piso,<br />
del lado del pasajero. La noche anterior había llenado la cajuela. No ha