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Posteriormente escritos)

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Si en algunos casos se puede escribir<br />

sobre un libro sin referirse directamente<br />

a su trama, es porque ahí no es<br />

donde se encuentra la médula de la escritura<br />

sino en sus temas, sus preguntas,<br />

en aquellos complejos recovecos<br />

que las palabras resguardan. En este<br />

caso, sería imposible no hablar de la<br />

trama de la novela, ya que es ahí el lugar<br />

en el que de verdad ocurren las cosas.<br />

De este asunto obtengo uno de los rasgos<br />

formales más característicos de la<br />

prosa de Antonio, un constante ocurrir<br />

que se pausa para pequeñas reflexiones<br />

sobre lo ocurrido en el vuelo. El autor<br />

mismo define su texto como “una novela<br />

sobre la paternidad, la pérdida<br />

de los hijos, pero también un thriller,<br />

una road novel”. Sí, sin duda, Los últimos<br />

hijos es una novela centrada en las<br />

acciones. Tal vez sea por ello que por<br />

momentos parece que estás leyendo el<br />

argumento de una serie de televisión<br />

contemporánea, una de ésas en la que<br />

hay ladrones, narcos, detectives privados,<br />

abultadas cuentas bancarias frente<br />

a tópicos sobre la pobreza: viejas nanas,<br />

pueblos polvorientos, niños con los mocos<br />

escurridos. Tal vez por ello también<br />

varios de los capítulos de la novela terminan<br />

a la manera de un episodio televisivo.<br />

Por ejemplo: “Me acerqué al cidí,<br />

lo recogí; en una hoja de libreta pegada<br />

con cinta, leí una frase que conocía:<br />

‘Ja, ja, ja’. Y una ame naza. Los ladrones<br />

habían vuelto a visitarnos.” O “A<br />

la cuarta semana, el asesor de riesgos<br />

nos informó que los había encontrado.”<br />

En este mismo tenor, noto que cuando<br />

requiere hacer algún movimiento temporal,<br />

no lo hace sin dejarle claro al<br />

lector de dónde es que proviene dicho<br />

desplazamiento. Regularmente utiliza<br />

objetos que disparan estos recuerdos<br />

(“…los focos encendidos mal aluzaban<br />

las paredes en donde las fotografías de<br />

nuestra boda seguían indemnes”) y,<br />

por supuesto, habla de su boda y una<br />

época en la que antes fueron felices.<br />

O también, “Irene señaló una charola<br />

de alpaca que habíamos comprado durante<br />

nuestra luna de miel en Taxco”,<br />

volviendo a aquellos días en los que un<br />

minúsculo feto muerto no había demolido<br />

su existencia.<br />

Los personajes de Los últimos hijos<br />

son comunes y corrientes, y eso los vuelve<br />

interesantes. El parecido que tienen<br />

con una clase media arribista increíblemente<br />

extendida por todo el país los hace<br />

atractivos por identificables: el que esté<br />

libre de deuda que tire la primera piedra.<br />

Alberto e Irene desean la vida soñada:<br />

un auto del año, una casa en un<br />

fraccionamiento –cerrado y con caseta,<br />

por supuesto-, una cuenta medianamente<br />

abultada, un hijito para llevarlo a<br />

la mejor escuela que puedan pagar, y<br />

ahorros para que, cuando tenga edad,<br />

poder ir a Disney. Amparo, la nana, y<br />

el resto de los personajes que viven en<br />

El Sartejonal, son entes desdibujados,<br />

cuya importancia en la trama se reduce<br />

a extras parados bajo las luces calientes:<br />

escenario o desierto, da igual.<br />

Los ladrones son, paradójicamente, un<br />

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